jueves, 22 de junio de 2017

PATILLAL Y SUS COMPOSITORES

Muy cerca a Valledupar está Patillal, un pueblo tranquilo habitado por agricultores, ganaderos y poetas, que no sólo es un remanso para el fatigado citadino sino un potosí de sorpresas agradables por la calidad humana de sus habitantes. Para ellos un generoso corazón es suficiente. Cuando están fuera de su tierra se tornan melancólicos, la añoran siempre, ella es su felicidad.

Cuando evoco recuerdos, siempre están presentes esos ratos inolvidables que he disfrutado en Patillal, despertando enormes sentimientos que contagian mi espíritu y me enseñan a querer a ese bello y apacible terruño. Allí, la ternura de los enamorados da fuerza y motiva la construcción de bellas melodías impregnadas de contenidos poéticos. Las obras musicales de sus compositores son bellas descripciones de un paisaje, una historia o un amor.

Escuchar algo de esa tierra y de sus habitantes, emociona al sentir el aroma de calma y tranquilidad de ese mundo mágico que ha creado su gente atenta y cariñosa. Ellos sienten devoción por el romanticismo, la prosa fluida, las buenas costumbres, el respeto hacia los demás y por su patrona, la virgen de las Mercedes.

En Patillal, siempre hay corazones amables que trasmiten confianza. Atienden con goce especial a los visitantes, actitud propia de almas nobles. Llevan la música en su sangre, no sorprende que un verso se acompañe siempre de bellas melodías. Esa es la cuna de Rafael Escalona, Freddy Molina, Octavio Daza, Beto Daza, Chiche Maestre, José Hernández Maestre, Cocha Molina, Chema Guerra, del poeta Chema Maestre y de un sinnúmero de personajes que le han dado gloria a nuestra música.

Ir a Patillal es disfrutar las alegrías elementales de la vida y conocer la motivación o vivencia de los compositores para hacer sus canciones. La canción "Los novios" ( " ya nos queremos, ya nos amamos ¡ viva el amor ! vivan los novios cuando se aman de corazón" ) fue compuesta por Fredy Molina a su enamorada Carmen Cecilia Maestre y grabada por Alfredo Gutiérrez. Esta obra es una de las canciones que marcaron un hito, por la creatividad del compositor, la magistral interpretación de Alfredo Gutiérrez y el interés que despertó a nivel nacional escuchar la música vallenata.





Otro compositor patillalero, que merece una mención especial por su canción "Río Badillo" ,ganadora del Festival de la Leyenda Vallenata en 1978, grabada por los Zuleta y por Claudia de Colombia, es Octavio Daza. Él, cuando era Secretario de obras Públicas de Valledupar, tuvo que ir a inspeccionar unas obras civiles cerca al río Badillo. Sabía que dicha visita le tomaba poco tiempo y aprovechó la oportunidad para invitar a su enamorada. En una camioneta Dodge, con caja automática, salió muy temprano. Después de culminar su misión se fueron a bañar a ese precioso río de aguas cristalinas. El ambiente transcurrió con alegría, retozando en el agua fría que de la Sierra Nevada bajaba. Pasaron las horas, cuando quisieron regresar, Octavio trató de encender el vehículo, pero como el radio había estado sintonizando las emisoras locales, se agotó la batería. Intranquilo buscó soluciones sin encontrarlas. Era una vía poco transitada y allí, entre el golpeteo de la corriente con las piedras, las chicharras y los animales que fueron apareciendo en la oscuridad de la noche, no tuvo otra opción que esperar el nuevo amanecer. Esa circunstancia generada por un obstáculo fortaleció un romance que dio origen a esta bella canción que ha engrandecido nuestro folclor.

La letra de la canción lo dice todo:

"El río Badillo fue testigo de que te quise/en sus arenas quedo el reflejo del gran amor/de una pareja que allí vivió momentos felices/y ante sus aguas juró quererse con gran pasión"

LEANDRO DIAZ. LOS OJOS DEL ALMA


–¿Habrá una desgracia mayor que la mía que no le puedo ver el rostro a mis hijos? –le dijo la señora, recientemente declarada invidente sin remedio por la ciencia médica, inconsolable entre sollozos y lágrimas, al maestro, sin una gota de luz en sus retinas desde el mismo día de su nacimiento. 


–La puede haber si yo fuera inconforme –contestó el maestro, y continuó sereno y pausado, con sus ojos chiquiticos y recogidos y su cuerpo bajito como la melodía de los versos de su Matilde Lina, que acababa de cantar.  

Y continuó: –La mía, usted tuvo la oportunidad de ver el rostro de sus hijos y de ver todo lo que tiene el mundo, a mí me toca cantarle a los paisajes y a la vida sin tener la menor idea de qué cosa es color, por más que me lo imagine no sé cómo es el verde de la sabana o qué es el azul del cielo. 

La parranda de inmediato quedó muda, estupefacta y conmovida por el dramático diálogo entre los dos ciegos. La dama cartagenera acababa de darse cuenta de dos cosas: una, que el señor que estaba cantando muy alegremente esas bellas melodías que la habían cautivado eran sus propios cantos y sus propios sentimientos; dos, que como ella, también era ciego. Fue cuando respetuosamente se dirigió a la parranda y pidió permiso para hablar con él. 

–Yo soy ciego de nacimiento, sé del Sol porque me quema, y la luz y yo, aunque no la conozco, somos enemigos –le dijo él, y prosiguió–: Usted tuvo la oportunidad de conocer lo que yo solo conozco por referencias, usted puede recordar el rostro de sus hijos, yo solo puedo imaginármelos 
–remató el maestro con una amplia carcajada, y de inmediato le dijo al conjunto (caja, guacharaca y acordeón): 

–Compadre, Dios no me deja. 
                            



Y entonces, Leandro, el poeta campesino, cantó: 

Yo nací una mañana cualquiera allá por mi tierra, día de carnaval.
 Pero ya yo venía con la estrella de componer y cantarle a mi mal. (Bis) 
Y cuando quiero flaquear siento que Dios no me deja. 
Luego me pongo a cantar ¡Le doy alivio a mis penas! (Bis) 
He sufrido mucho en esta vida dirían que es mentira si yo no cantara. 
Si la pena matara en seguida ya de este hombre nadie recordara. (Bis) 
Es para mí una jornada algo divino Señor... eso que nace en el alma: 
¡Arte, respeto y amor! (Bis) 
Él sabía que si me abandonaba ninguno cantara como canto yo.
 He sabido librar la batalla... ¡No hay que negar la existencia de Dios! (Bis) 
Él la vista me negó para que yo no mirara.
Y en recompensa me dio los ojos bellos del alma. (Bis) 


Apenas la canción terminó, la señora, esposa del gerente de un banco de San Jacinto, dueña hasta ese momento de una tristeza infinita, se le abalanzó al tiento al sudao cantor ciego, y sus manos se tocaron y luego sus cuerpos se fundieron en un abrazo largo y conmovedor, lleno de lágrimas y suspiros, y cuentan que le dijo: 

–Maestro, la luz del amor volvió a mis ojos, vuelvo a ver con los ojos profundos de mi alma, ya no hay ni tristeza ni dolor en mí. 

Hubo alboroto y aplausos. Los parranderos se abrazaban como locos entre todos confundidos con los músicos y con los dos inmensos protagonistas de aquella tarde inolvidable, y Leandro siguió cantando y cantando, y la tarde se volvió canción, poesía y sentimiento, así continuó esa bella parranda festivalera en San Jacinto, Bolívar, la tierra de la Hamaca Grande y de los mundiales gaiteros de Toño Fernández. Así me lo contó Poncho Medina Acosta, un entrañable amigo fonsequero que hacía parte de los melómanos parranderos quien atentamente atendía una invitación del también insigne y respetable parrandero bolivarense Miguel Lora.

El hatonuevero 

Yo soy el hatonuevero que canta 
poniéndole melodía a mis canciones 
yo soy el muchacho aquél 
que el pueblo ignora su nombre 
y hoy se ha convertido en el hombre 
para defender a la Patria. 

Hato Nuevo es uno de los quince municipios que conforman el departamento de La Guajira. Su cabecera municipal en 1840 era un hato ganadero de propiedad de un señor terrateniente de El 
Molino llamado Blas Amaya, quien le puso Hato Nuevo a esa parte de sus tierras porque hasta allí tuvo que trasladar su hacienda debido a un problema de inundación en la vieja morada. 
Hato Nuevo, un encanto enclavado en la cara oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta, y al pie de la Serranía de Perijá, como todos los pueblos mineros de La Guajira y también los del Cesar, está perdiendo su vocación primigenia: la agropecuaria. Nuestra gente está embelesada con Mushaisha (tierra del carbón, en Wayúu). Ahora no se mueve una paja del suelo sin los designios de Mushaisha ¿Qué pasará cuando Mushaisha se vaya? 

La Casa de Alto Pino donde nació este cantor, está ubicada en predios rurales de Hato Nuevo; por eso Leandro Díaz es hatonuevero, y así lo expresa con emoción patriótica en este canto, otro de sus tantos éxitos, grabado por Jorge Oñate con los Hermanos López. 

Leandro Díaz es pues, uno de los hijos ilustres e irrepetibles de los montes de la Sierra Nevada. Nació en la cara oriental de esa montaña sagrada, la misma donde nacen los cantarines ríos Cesar y Ranchería, cerquita del lugar donde Francisco el Hombre y el demonio tuvieron el encuentro fatal. Como los dos ríos del Valle de los Acordeones, aunque triste y sin luz en sus ojos y con sus pupilas muertas, el poeta campesino nació cantando y arrullado por esa naturaleza limpia y cierta que lo vio crecer rodeado de tiempos sin relojes, canturreando rancheras y corridos mexicanos como el indio Máximo Movil y como todos ellos, y como todos nosotros, al lado de pájaros, de animales, de aguas y de aires, libres y vírgenes, como su retina.  

El “retoño perdido”, como él se autodenominaba en sus primeros cantos, nació ciego en una casa de montaña de gente bondadosa, pobre y feliz. En La Casa de Alto Pino había rozas de café, plátano, yuca, malanga y caña, y corrales de cabras, chivos, cerdos y gallinas, que la familia cultivaba contenta para su sustento en un ambiente alegre, sin la amenaza paradójica del carbón, de la gasolina, de la monstruosa guerra fratricida, de la insoportable Ley 100 y del acosador ruido. Fue en 1928, un 20 de febrero, día de carnaval. 

Gabo llevó a Leandro a la literatura universal 

“En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”. Leandro Díaz 

Un juglar literario, que se la pasaba husmeando las tres caras de la Sierra Nevada en busca del mundo que él mismo se inventó, Gabriel García Márquez, otro irrepetible, también hijo de esta tierra, pero de la cara oriental, la que mira hacia el Gran Río de la Magdalena y hacia la Zona Encantada, hacia Macondo, la tierra del banano, en 1985, tres años después de haber ganado el Premio Nobel de Literatura, publicó la novela El amor en los tiempos del cólera, la cual encabezó con la siguiente leyenda en página completa: “En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”, y seguidamente “Leandro Díaz”, oración sacada textualmente de la canción La diosa coronada, compuesta por el compositor ciego en la década de 1950. La diosa coronada es la canción de Leandro que más le gusta al nobel macondiano. ¿Será por lo que dice?: “Cuando la diosa mueve el caderaje se pone el rey más engreído”. 

jueves, 2 de marzo de 2017

EL HOMBRE DE MALAS

El maestro Leandro Díaz en sus años de mocedad por su ceguera sufrió discriminación hasta de su familia, esto lo llevó a ser un caminante, por su pobreza extrema deambuló por toda la península guajira y norte del Cesar en la búsqueda incesante de subsistencia, y tal vez de su gloria musical, ejerciendo todo tipo de actividades que le permitía su limitación física, era tan dura la situación en esos momentos que ejerció hasta de clarividente.
En Urumita predecía el futuro a las damas a través de la mano y las cenizas del tabaco, unas atraídas por el verbo cayeron rendidas a sus pies flechadas por cupido, otras querían saber quién sería su media naranja, la fama de Leandro como adivino crecía, hasta que un marido celoso le hizo poner pies en polvorosa.
Su trashumancia continuaba, se dirigía a cumplir su cita con la fama, iba hacia Media Luna, El Rincón, Tocaimo y San Diego de las Flores, región que lo cobijaría, encontró seguridad y tranquilidad para hacer canciones que el mundo conocería.
En Tocaimo, Leandro agradaba a sus amigos y a su corazón con cantos que hoy son famosos, allí se inspiró e hizo su máxima obra ‘Matilde Lina’, sus amistades le correspondían con algún dinero, el los inmortalizó en los ‘Los tocaimeros’.

Conformó en San Diego el grupo musical ‘Las Tres Guitarras, eran: Antonio Ibrahim, Juan Calderón, Hugo Araujo, él cantaba y tocaba guacharaca, con ellos estrenó muchos cantos y les hizo la canción ‘Las tres guitarras”, que presentó al Festival Vallenato, donde pasó desapercibida.

No todo era color de rosa a pesar que el éxito comenzó a sonreírle a Leandro con su obra ‘Matilde Lina’, sonaba en todo el continente en diferentes versiones.

Hugo, su amigo y compañero de andanzas, aprovechaba la ceguera de Díaz para jugarle bromas y coquetearle a las conquistas amorosas de Leandro, la situación era tensa hasta que Araujo, en virtud al éxito alcanzado por esta canción y la elegancia de Matilde, le compuso a esta el canto ‘Diosa divina’, lo grabó Oñate y después Silvestre Dangond.
Leandro conminó a Hugo a la lealtad con la canción ‘Dos papeles: “el hombre recorre caminos llenos de maldad y rencores, hasta lastimar las heridas que han dejado viejos amores”.




En el Valle es usual que músicos contrapunteen sin que la amistad se resquebraje, la de Leandro y Araujo continuó, también los sobresaltos económicos. Hugo además de vivir de la serenata y la parranda, tenía su tienda de comestibles a la cual Leandro en un momento crítico acudió a que le fiara, no había toque esos días. Hugo lo divisó a lo lejos, sabía a qué iba y dijo antes que Díaz entrara que estaba quebrado, fiaban y no pagaban, el compositor fue a casa descorazonado pero no vencido, lo inspiró, había nacido un canto: ‘El hombre de malas’: “una vez estuve de mala situación, el amigo que tenía se me fue alejando, cuando vio que me estaba recuperando, se acercó queriendo dar explicación”.


Por Celso Guerra Gutierrez

viernes, 27 de enero de 2017

LA LLUVIA DE SOBRES

Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza Daza (15 abril de 1936-27 septiembre de 2003), Rey de Reyes (1987), fue uno de los acordeoneros más versátiles del folclor vallenato, acordeonero de respeto y de cabecera de Rafael Escalona Martínez (1926 – 2009).
‘Colacho’ fue quien mejor interpretó las canciones de Escalona, lo conocía tanto que éste le silbaba una canción y enseguida tenía la melodía en su acordeón. Según ‘El Turco’ Pavajeau, fue el único acordeonero que se sabía todas las canciones –completas- de Escalona. Fue también el segundo Rey Vallenato.
‘Colacho’ tocó su acordeón con los más connotados cantantes e intérpretes del vallenato y vivió todas las épocas del folclor.
En una de esas tantas parrandas con Escalona y Leandro Díaz, Andrés Becerra y el viejo Emiliano, en el patio de la casa del acordeonero y compositor Juan Muñoz Fernández, ‘Colacho’ conoció en el municipio de San Diego a Fanny Zuleta Fernández.
“Fue amor a primera vista”, recuerdan que dijo Leandro Díaz y quien al final intercedió ante Marco Zuleta Martínez (papá de Fanny) para oficializar los amoríos. Inclusive, Juan Muñoz habló con su parienta Delfina Fernández (mamá de Fanny) para que diera también su bendición a la pareja de enamorados.
El único que se opuso –musicalmente hablando- a la unión de Fanny y ‘Colacho’ fue Rafael Escalona. “Se puso intranquilo, necio y me decía que no me casara todavía con ‘Colacho’, que esperara unos años más, que éramos muy jóvenes”, me dijo Fanny durante una entrevista (2003), por la muerte de Nicolás Elías.
Fanny se casó con ‘Colacho’ el 15 de agosto de 1962. “Veeee, sobrino, si Nicolás Elías fue mi primer y único novio, bastante complicado que fue por su música y sus parrandas, pero yo me acostumbré, fue el hombre de mi vida”, me contó. Fanny era hermana de mi mamá Dominga Zuleta Ramírez.
Ese día de la boda ocurrió algo inusual, una de las tantas ocurrencias de Rafael Escalona. Según Darío Pavajeau Molina, Escalona fue quien por primera vez habló de “lluvia de sobres” en la región. Lo hizo en el matrimonio de ‘Colacho’ y Fanny.
“Recuerdo que Escalona llevó un poco de tarjetas azules y rojas, parecidas a las que uno usaba para mandar cartas a los pueblos, y a todos los que estábamos en la iglesia esperando a los novios nos entregó un sobre, para que les metiéramos plata, pidió que los marcáramos y se lo enviáramos a ‘Colacho’ y Fanny a su casa. Varios de nosotros les metimos en los sobre hasta $500 y lo entregamos”, me contó Darío Pavajeau.
Con el dinero recolectado en la “lluvia de Sobres” la joven pareja se fue de luna de miel a Santa Marta. Luego vino la canción de Escalona:
Entristecido quedó Escalona / porque Fanny se llevó a Colacho / mira va vestida de blanco / con su velo y su corona.
Dijo Colacho quiero casarme / le contesté son cuestiones tuyas / pero yo temo que Fanny / te vaya a sacar las uñas.


De esa unión nació Wilber Nicolás Mendoza Zuleta, el 24 de enero de 1964, en Valledupar. Fanny falleció dos años después de ‘Colacho’, el 29 de abril de 2005, en pleno Festival Vallenato. Wilber estaba participando en el Festival cuando supo la noticia. Agobiado y perturbado por la muerte de su mamá renunció a la final del Festival Vallenato. Pero, en el 2013 Wilber se convirtió en el nuevo Rey Vallenato. Ahora aspira a ser Rey de Reyes el próximo año (2017). Hasta la próxima semana.
Por: Aquilino Cotes Zuleta

PARRANDA LARGA

Córdoba es un pequeño pueblo de pescadores localizado en cercanías de Tacamocha al sur de Magangué, en el departamento de Bolívar, donde siempre, ayer y hoy, la llegada de un músico es un verdadero acontecimiento social, cultural y económico.
Por allá en el año 1956 Chema Martínez, rodando tierra y en físico rebusque, merodeaba el entorno magangueleño con su guacharaquero Segundo Caro y su compadre David Oviedo en la caja. Segundo tenía familiares en Córdoba y para allá enrumbaron en busca de parrandas y festejos varios.
Una vez instalados donde los primos del guacharaquero, voló la noticia en el pueblo que había llegado un acordeonero hermano del ‘Pollo Vallenato’.
Casi de inmediato llegó un propio enviado por ‘El Mono’ Zambrano, personaje influyente en el poblado, famoso por sus parrandas babilónicas y de tiro largo, advirtiéndoles que si iban de afán, mejor siguieran de largo.
Chema y su gente entusiasmados presentían que una parranda larga les aseguraba un buen plante y sin preámbulos aceptaron la tentadora oferta.
La casa de Zambrano, individuo de unos sesenta y cinco años bebiendo, era de las más grandes en el pueblo con un fresco y espacioso patio y allí comenzó el episodio con cuatro bultos de ron caña, un carnero degollado y sendas botellas de menticol, el aire acondicionado de la época en aquellos sitios donde el fluido eléctrico aún no se asomaba.
La parranda sería larga según les comentaba y se irían con el bolsillo apretado ya que la gente les decía, “están bien agarrados porque ese tipo si paga bien, pero paga es al final, cuando deja de beber, antes no la suelta, así que atecen el galillo”.
La faena comenzaba a las diez de la mañana, hasta bien entrada la noche y cuatro días después de estar estirando el fuelle Chema le solicitó a Zambrano liquidar el toque hasta allí, pues estaban sin ropa limpia y sin elementos de aseo personal y este inmediatamente envió al propio a la miscelánea cordobesa por camisas, camisillas, interiores, jabones, pasta dental y más menticol y otros cuatro bultos de rentas del Magdalena y con el desplume de un par de pizcos alegremente retomaron la jarana.
Cumplida una semana de ajetreo parrandero sin ver un solo peso, Chema comenzó a preocuparse al saber que las parrandas de ‘El Mono’ habían durado hasta cuarenta días con una banda de Magangué y los lugareños seguían advirtiéndoles “el tipo paga bien, pero hasta que no termine de beber no afloja la plata”
Patos, gallinetas, ponches y más carneros continuaban peleándose un espacio en la olla del guiso y ‘El Mono’ eufórico con la música del provinciano mandó a buscar la banda como refuerzo ya que la gente del fuelle acusaba ya un poco de cansancio.
A los dieciséis días cumplidos en aquella jornada, Chema volvió a la carga insistiéndole al fulano una liquidación parcial, pues necesitaba enviar algunos recursos para e El Copey, donde tenía a Domitila y los pelaos, pero fue grande el desaliento cuando aquel le dijo muy ufano “yo pago cuando dejo de beber y ahora es que estoy comenzando”.
Después de consultar con sus compañeros resolvieron regresar con un par de panelas y un kilo de queso en la mochila y tocando algunas marañas en el camino pudieron regresar a El Copey.
Algunos días después llegó su hermano Luis Enrique, ‘El Pollo Vallenato’ y enterado que después de tocarle a ‘El Mono’ Zambrano dieciséis días seguidos, recibiendo solo la promesa que a los cuarenta días le pagaría, este le comento apesumbrado: “Ombe! Chema, yo si he sido el hombre salao’ en esta vida, pues nunca me he podido encontrar una guaca como esa, te aseguro que si hubiera sido yo todavía estaríamos cogios”.
Como todos saben su adicción al alcohol contribuyó a que ‘El Pollo Vallenato’ hubiese bajado el pico y colgado sus espuelas.
por: Julio Oñate M.