domingo, 31 de octubre de 2010

LAS BRUJAS

LAS BRUJAS

Fecha 30 octubre 2010

Por: Julio Oñate Martínez

La noche de brujas es una celebración pagana que tiene una vieja tradición en el país del norte y que actualmente alcanza gran notoriedad en los países de habla hispana como la noche de las brujitas o del halloween.
El juglar vallenato de antaño, cantor de la cotidianidad, quizás sin ninguna influencia foránea dejó plasmadas a través de sus cantos las tribulaciones sufridas bajo la influencia supuesta de brujas, demonios y espantos, ya que le tocó vivir una época propicia para la imaginación supersticiosa. No había luz eléctrica y el transporte era casi siempre muy difícil generalmente a pie o en bestía por oscuros y solitarios caminos donde podía encontrar el canto o el vuelo de un ave nocturna, la sombra de una ramazón movida por el viento, los susurros de la brisa nocturna, los ruidos de ciertos animales de actividades noctámbulas y finalmente la picardía de siempre, los aprovechadores de la sombras de la noche para sus actividades furtivas. Todos los anteriores factores contribuían positivamente a la creación de historias fantásticas emparentadas con las que la imaginación popular ha ido constituyendo desde que existe el miedo.
Algunos de estos episodios tuvieron la suerte de llegar a una grabación fonográfica para quedar como testimonio del tema tratado y fue Luis Enrique Martínez ‘El gran pollo vallenato’, personaje supersticioso en extremo quien más se ocupo de estas historias atribuyéndoles gran veracidad. De su inspiración es el paseo la bruja donde revela sus temores por pretender a una viuda que en La Jagua del Pilar le había pinchado el corazón. Algunos aparte de la letra:
En la Jagua hay una viuda
Que me llama la atención
Y se está metiendo a bruja
Pa’ jugame una traición

Otro canto donde Luis Enrique participa solamente como intérprete corresponde a la autoría de Sebastián Ospina Viloria, un viejo acordeonero de El Difícil (Magd). Quien compuso el tema ‘La Mariposa’
La mariposa no la pude ver
Solamente la sombra le veía
Mis amigos, ahora si estoy por creer
Que son cosas de pura brujería
Es el relato que hace el autor ante la sombra amenazante que en forma de gigantesca mariposa le cerraba el paso en una clara noche allá en uno de los estrechos callejones de su pueblo.
El viejo Emiliano Zuleta compuso también un son titulado ‘La Bruja’, prácticamente inédito pues hoy se encuentra perdida la grabación que de él hiciera ‘Colacho’ Mendoza en 1962 en la desaparecida etiqueta Carrizal de Barranquilla.
En la sierra, en la sierra hay una bruja
Óiganlo señores que no me deja dormi
Si me sigue, si me sigue molestando,
Si me sigue molestando, me voy pa’ Caracolí
En Caracolí; Sabanas de Manuela, corregimiento de San Juan del Cesar despachaba el renombrado Indio Jerónimo ‘El Papaupa’ de los curanderos provincianos en aquello lejanos años.
‘La Bruja de Chimichagua’ de Julio Herazo y ‘El brujo de Arjona’ de Guillermo Buitrago son algunos más de los ejemplos que engrosa está temática hoy diluida al compás de nuevos tiempos con el advenimiento de grandes inventos y adelantos que se llevaron la ingenuidad de la gente y los demonios brujas y espantos fueron desapareciendo de la fax de la tierra y también del pentagrama.
Este largo fin de semana escucharemos a los bebedores de aquí del Valle repetir alegremente ‘Triqui, triqui,halloween, quiero whisky para mí.

domingo, 3 de octubre de 2010

EL FESTIVAL DE LOS CHAMBONES

Por: Julio Oñate Martínez
Fue aquí en Valledupar y se celebró en 1970 después de ser coronado Calixto Ochoa como rey profesional a quien el Turco Pavajeau homenajeó con una memorable parranda en la residencia de la matrona vallenata Ernestina “Tina” Pumarejo de Cabas, recinto considerado por todos como un verdadero templo del vallenato más auténtico y la amistades más entrañables.
Varios acordeoneros aficionados ya rodillones insistíamos obstinadamente en que nos dejaran actuar delante del selecto y numeroso grupo de parranderos que se deleitaban con el mano a mano que sostenían Colacho, Ovidio y Calixto, y fue Colacho quien propuso el concurso de los chambones que allí estábamos tratando de hacernos notar. Se inscribieron Romoca, Jaime Olivella y mi persona.
El jurado integrado por Jike Cabas y Colacho determinó que cada participante ejecutaría dos temas libres y llamó de inmediato a Romoca al centro de la sala. El inolvidable Rodo Cabas y el Negro Adán fueron los acompañantes.
El comandante trató de impresionar con su incesante flequeteo y meneando el acordeón pa´ lao y lao con gracia y picardía pero no desgranaba nada del teclado. De su autoría interpretó el merengue ¨Katia¨ y el paseo ¨El tambaleo¨, pero se volvió puro swing y morisqueta pero de la nota, nada. En el merengue que compuse más adelante con el título de ¨El festival de los chambones¨, así describí este pasaje:
En el valle hicieron un festival
Colacho y el Jike eran los jurados
Y los que llegaron a la final Eran los chambones más afamados
Con aire elegante y atrevimiento
Me salió el primero que fue Romoca Pensó que ganaba, estaba contento Pero flequeteaba y no tenia nota

Seguidamente Jaime Olivella ¨El pollo ronco¨ estremeció el lugar cuando con su voz de trueno cantó el paseo ¨El Cristo de Mariangola¨, su único repertorio y entonces en la segunda salida con el mayor desparpajo lo tocó nuevamente pero esta vez en aire de merengue. Su potente voz apagaba el acordeón y así el jurado no se percató de su ejecución algo menos que regular.
Don Jaime Olivella que es pollo bueno
Tocaba diciendo, seré el campeón
Pero si cantaba no había acordeón
Porque la apagaba su voz de trueno

Me tocó cerrar y con el tema de mi autoría titulado ¨Los acordeoneros locos¨ dedicado a Chorro Balín, Nono, la Vara y el Mono Pepa de la Paz me le fui adelante a mis adversarios
Tocando bonito y con emoción
Con notas que alegran el cañaguate
Y dijo el jurado es pa´ Julio Oñate
La gran corona del mejor chambón

Hermosos tiempos aquellos del viejo Valledupar, cuando en la casa de la Familia Cabas Pumarejo se vivieron grandes epopeyas de nuestro folclor tradicional que nos hacen recordar este recinto como lo que fue: un verdadero templo del vallenato más auténtico y la amistad más entrañable.

EL DIA QUE VINO CALIXTO

En el año 1958, Roberto ‘El Turco’ Pavajeau adelantaba su bachillerato en la Academia Militar José María Córdoba de Medellín, una especie de aeropuerto docente donde aterrizaban todos los estudiantes que vivían algún conflicto en los colegios de esta ciudad.
Una mañana septembrina, deambulando por el centro con un par de compañeros de la academia al pasar detrás del hotel Nutibara en una vieja casona convertida en pensionado, ‘El Turco’ escuchó en su interior un acordeón alegremente ejecutado con destreza que llamó poderosamente su atención. Intrigado se acercó siendo informado por la propietaria del inmueble que se trataba de unos recién llegados músicos vallenatos de apellido Ochoa. Más intrigado aún tocó la puerta de la habitación y fue recibido por un individuo de tez blanca y lacios cabellos negros, quien se identificó inicialmente como Cesar Castro Jérez, oriundo de Zambrano, (Bolívar) quien estaba acompañado por un joven moreno muy risueño modestamente vestido de caqui y botas media caña, llamado Calixto Ochoa Campos, nacido en Valencia de Jesús, un corregimiento de Valledupar. Ensayaban para una grabación que realizarían muriendo la tarde en la disquera Fuentes.
Enterado Calixto que ‘El Turco’ era su paisano le hizo la invitación formal a presenciar la grabación, como realmente ocurrió. Con Cesar Castro en la guacharaca y el cajero Rafael Día ‘El Mocho’, el Valenciano con su acordeón “Dos en tres” (un honner de dos hileras con los bajos armonizados), dejó impreso en el acetato los temas de su autoría “Músicos y choferes” y “Si el mar se volviera ron”.
Finalizado el evento todos coincidieron en festejarlo y se instalaron en la terraza de una heladería en el barrio Laureles, donde Calixto y sus pupilos armaron un tremendo alboroto que fue visto con recelo por los antioqueños quienes no alcanzaban a comprender la euforia y devoción con que los costeños celebraban aquella música, para ellos perniciosa y estridente.
Finalizando la noche los parranderos se fueron con su música para “La curva del Bosque”, un sitio de ambiente cabaretero donde con las claras del día fue necesario que ‘El Turco’ dejara empeñado un valioso reloj marca “Mulco”, para cancelar la cuenta. El reloj, herencia de su abuelo el doctor Juan B. Pavajeau, en la época el médico del Valle. Nunca regresó a rescatarlo y este remordimiento lo ha molestado siempre.
Calixto regresó a Sincelejo, donde residía, con el compromiso de ir a Valledupar en las vacaciones y así atender la gentil invitación que le hiciera su nuevo amigo Roberto Pavajeau. Fue una tarde de enero del año 59 cuando se encontraron nuevamente en Valledupar, de donde ‘El Valenciano’ había emigrado en el 53 para radicarse finalmente en Sincelejo, la capital sabanera del viejo Bolívar. Calixto llegó estrenado un flamante Willis de color verde trayendo de compañeros al ‘Mocho’ y al ‘Turco Asa’ un notable parrandero de todas las épocas inseparable del ‘Negro Cali’.
Se instalaron en “El Rey de los bares” y en tropelín la gente colmó el lugar, ya que las primeras grabaciones de Ochoa se escuchaban muy exitosamente en todos los pueblos de nuestra costa.
Sobre las 11 de la noche se presentó allí Darío, el hermano de ‘El Turco’, con un grupo de amigos de la talla del pintor Molina, Bambino Ustaris, Hugues Martínez y Raúl Moncaleano, acompañado además por Colacho Mendoza, Adan montero y Cirino Castilla. Estos fueron invitados por ‘El Turco’ a integrarse a la parranda, pero Darío un poco receloso no obstante ser sus carnal prefirió armar toldas aparte instalándose entonces en la mesa contigua pero sin ánimo de piquería o rivalidad, sólo para hacerle saber al músico de Valencia que el corral Vallenato era Colacho, el gallo que más cantaba.
Después que Calixto interpretó su “Lirio Rojo” Nicolás Elías le respondió con la “Creciente del Cesar”. Calixto disparó su rumbón “El niño inteligente” y Colacho en el mismo ritmo ripostó con “Ven” de Víctor Camarillo.
Nuevamente atacó Ochoa con “la Interiorana” y “El herrante” de Lorenzo Morales brotó del acordeón moruno del caracolicero y así sin fricciones ni la más leve intención de protagonizar un duelo transcurrió esa épica y memorable noche para el folclor vallenato.
A partir de ese día, la amistad, la admiración y el mutuo respeto entre estos dos juglares quedaron sellados para siempre sin la menor duda que al coincidir en una balanza de valores artísticos y humanos esta permanecería serena sin pendular a ninguno de los dos lados.
Fue la primera vez que Calixto ya como acordeonero profesional debutó aquí en Valledupar.

Julio Oñate M.

domingo, 25 de julio de 2010

LO VALLENATO Y EL VALLENATO

Por: Jaime García Chadid

Hace ratos me inquieta establecer límites por lo menos aproximados entre dos conceptos que percibo diferentes: lo vallenato y el vallenato.

Voy a tratar de explicarme haciendo una advertencia previa y es que cuando me referiré a lo vallenato lo haré con ciertas orientaciones de tiempo y espacio, salvedades estas que pueden restringir pero también llevar más allá y por ello no me puedo limitar únicamente a lo musical, pero admitiendo que es referente principal.

Mi punto de partida fue la pregunta que me hice y de la cual derivaron varias inquietudes. Esta fue: ¿Por qué si el Festival Vallenato privilegia al acordeonero el éxito comercial es de los cantantes? Y esta otra derivada de esas canteras ¿por qué, en general, los reyes vallenatos no tienen mayor éxito comercial?.

Y traté de darme respuestas identificando figuras, situaciones o valores que representen lo uno y lo otro y me dije acogiendo un ícono que me sirviera para contrastar, al mayor de ellos, Rafael Escalona y entonces me di cuenta que el maestro, por ejemplo, nunca usó el sombrero “vueltiao” tal vez por que lo percibía ajeno a “Lo” vallenato, pero este sombrero es indiscutiblemente un símbolo de “el” vallenato. De aquí resultará entonces una teoría y es que “el” vallenato es algo que partiendo de un punto de “lo” vallenato se reforzó con valores exteriores para moldear “el” vallenato y que fue entre otros factores lo que le ayudó a alcanzar las alturas en que hoy anda. Lo vallenato es entonces el sabor local y el vallenato la proyección, modificada, muchas veces distorsionada, y adaptada de esos valores.

Otra cosa: el turismo que arriba a Valledupar en la época del Festival llega movido en gran parte por el espectáculo central que se brinda y que incluye entre otras algo de “lo” vallenato y mucho de “el” vallenato. Es la gente que dos años después recuerda que escuchó cantar a Juan Luis Guerra y a Dandy Yankee pero no sabe cual fue el Rey Vallenato de ese año. Ejemplo de lo primero lo es mi comadre Cármen Fadul y excepción a lo segundo Gabriela Febres Cordero.

Aun más me atrevo a precisar que los verdaderos conocedores y amantes de “lo” vallenato son minoría. Esos saben que por Valledupar, la ciudad, pasa el Rio Guatapurí y no el Cesar.

Y en lo espacial si que se nota la diferencia, pues el mapa de “lo” vallenato es más o menos preciso incluye por supuesto a Valledupar, Villanueva, San Juan del Cesar y demás poblaciones, pero el de “el” vallenato desborda las fronteras nacionales y toca a Monterrey en México y Miami (USA) y a cualquier bus de pasajeros en Bogotá o Bucaramanga.

Cuando toco este tema planteo una discusión, un examen pero el punto de partida es ese y pongo de ejemplo de “lo” vallenato a Andrés Becerra y de “el” vallenato a doña Marina Quintero, con su programa de música vallenata en Medellín.

Hay una figura en la que convergen singularmente los dos conceptos pues Consuelo Araujo es imagen cimera de “lo” pero fundadora de “el”. Es núcleo y proyección, pero hay personas que solo son lo primero y otras lo segundo y sí que hay diferencias.
Y para cerrar y trazar líneas claras en lo que quiero significar digo Sony Music es “el” vallenato que no “lo” vallenato. En lo personal me siento ligado en mucho a “lo” vallenato y por eso mis gustos en lo musical son relativamente estrechos y ortodoxos.

Y para cerrar con otro ejemplo. Una parranda vallenata de “lo” es en el patio de la casa o finca, con caja, guacharaca y acordeón y la otra parranda la de “el” es de las del tipo que brindan las empresas que lucran con del Festival, como Old Parr y yo entonces me quedo con el viejo Thomas, pero en mi patio…

domingo, 11 de julio de 2010

EL GARROTE

Por: Julio Oñate Martínez



El garrote musical es una modalidad de “Tumbe” que de forma inmisericorde se practica en algunos grupos de música vallenata y que consiste en el afán de aprovecharse el más poderoso de los más débiles. Casi siempre es el líder del conjunto quien injustamente saca ventaja a la hora de repartir ya que como dice una conocida canción aprendieron a sumar pero no a dividir.
En los inicios de nuestro ajetreo farandulero, los viejos juglares del vallenato repartían equitativamente con sus compañeros el billete que recibían por sus actuaciones, esto nos explica el porqué Alejandro Durán hasta el día de su muerte tuvo a su lado al guacharaquero José Tapia “El trocha”, y por veinte años al niño Arrieta, su mejor cajero.
Igualmente, Luis Enrique Martínez casi por tres décadas fue acompañado por la guitarra de Juan Madrid y veinte años por el cajero Belisario Ariza. Eran otras épocas y el garrote no llegaba siquiera al peso de una varita de totumo.
A partir de los años setenta cuando se consolidaban las agrupaciones vallenatas, el tolete coge forma, aumenta de tamaño y grosor y comienza a hacer estragos entre los músicos de segundo nivel que no obstante ser de primera categoría están, respecto a sus ingresos, muy por debajo del cantante y el acordeonero, salvo algunas aisladas excepciones.
No creo necesario citar aquí nombres propios porque todos conocemos los que son, pues el garroteo tiene ya una numerosa cofradía y sus miembros antes de sentir algo de vergüenza al ser cuestionados por esto, parece que tratarán de competir entre si para alcanzar con sobrados méritos el famoso título de “el garrotero mayor”.
Numerosos episodios ampliamente comentados sobre muy sonados casos de garroteo hoy son recreados en parrandas a manera de chistes que los contertulios festejan incluyendo a los propios damnificados que los divulgan tímidamente por el temor de ser expulsados de la agrupación.
Uno de los más famosos casos de garrote implacable fue el del cantante y acordeonero que amangualados después de actuar en una caseta de pueblo con un lleno total, no le pagaron ni un solo peso a los muchachos del grupo con la excusa que habían tocado donde no era, es decir, se equivocaron de pueblo.
Son comunes los casos en que después de presentarse hasta seis veces en una temporada, solo le cancelan dos toques a los músicos porque supuestamente al empresario no le fue bien con el espectáculo, ojalá y la boletería se hubiera agotado.
El garrote tiene sus varias estrategias que se utilizan de acuerdo a diferentes circunstancias que se presentan. En una pareja de hermanos muy famosos por cierto, le llegaban regalías a una entidad bancaria a uno de ellos que tartamudea al hablar y el otro las reclamaba imitando la gagueadera de su hermano.
Hay casos de garrote acumulado que han llegado a representar cifras millonarias con la consecuente demanda y desintegración de varios conjuntos.
Conozco un tipo de reconocido garrote que ya tiene algo de patológico pues sé de un cantante que el mismo toca el acordeón y después de recibir cuatro millones de pesos por un toque, a la hora de repartir en actitud salomónica se metió dos en cada bolsillo, pero al caer en cuenta que él mismo ejecutaba el fuelle, sacó millón y medio de un bolsillo pasándolo al otro y así quedo tranquilo al saber que el cantante quedó con tres y medio y el acordeonero solo con quinientos mil pesos.
Como van las cosas, el garroteo tiene visos de una verdadera profesión porque el garrotero día a día perfecciona las técnicas de su oficio convirtiéndose en un artista más del folklore vallenato.

ARMANDO ZABALETA Y EL VALLENATO PROTESTA

Por: Julio Oñate

A mediados de los años 60 del siglo anterior un juglar del vallenato presentaba una modalidad de composición orientada a la denuncia social que abrió un importante espacio en nuestro ámbito folklórico. Se trataba del molinero Armando Zabaleta con un flamante L.P grabado con Chema Martínez en el sello Phillips que se identificaba como “Vallenato protesta”.

Zabaleta había encontrado antecedente en este campo con la puya Sánchez Cerro de “Chico” Bolaño donde este fustigaba cáusticamente al entonces presidente del Perú cuando dicho país intentó apropiarse de nuestra amazonia y también en el paseo El Almirante Padilla del maestro Rafa Escalona cuando este prometió festejar con una cumbiamba el día que un submarino coreano hundiera a este barco de la armada Colombiana causante del descalabro económico de su amigo Tite Socarras.

Entre varias canciones del referido L.P. rotuladas como paseo protesta sobresalió La Reforma Agraria que muy duro repiqueteo en Bogotá por la manera como el compositor criticaba mordazmente al Incora por sus desaciertos administrativos aquí en la costa y por las promesas incumplidas a las clases campesinas

Yo no me explico que es lo que está haciendo
La reforma agraria en el Magdalena
Desde que están expropiando terrenos
Y todavía no se ve una parcela
Nos moriremos de viejos
Con la esperanza e’ tenerlas.

Cuando se realizó el primer festival vallenato a raíz de que Luis Enrique Martínez no fue el ganador, Armando compuso el pase El Festival donde cuestionaba duramente a los directivos del Evento.

El festival vallenato se está cayendo
Y con el tiempo lo dejaran de hacer,
Porque aquí para que gane un músico bueno
Tiene que estar de acuerdo con Rafael
Este año Enrique no ganó el premio
Porque Escalona no gusta de el

En una actitud que muchos calificaron atrevida e irrespetuosa ha sido Zabaleta el único colombiano que ha puesto en jaque a nuestro nóbel de literatura al increparlo por su poco o ningún interés por la tierra que lo vio nacer. Observemos una estrofa del paseo Aracataca espera:

Al escritor García Márquez, hay que hacerle saber bien
Que uno la tierra donde nace, es la que debe querer
Y no hacer como hizo el, que su pueblo abandonó
Y está dejando caer, la casa donde nació

El aludido se encontró con el compositor en un festival vallenato y después de un abrazo cordial le confesó: “Armando, la verdad es que me has puesto trabajoso”. Detractores le sobraron, pero fue público el comentario de Consuelo Araujo Noguera aclarando: “la crítica de Armando no es literaria sino desde el punto de vista humano. La verdad es que lo tiene cogido por el cuello”.

En una fricción de tipo profesional entra Alfredo Gutiérrez y Jorge Oñate, armando salio en defensa del jilguero y le disparo a Gutiérrez El Bombillo Quemao donde lo critico por estar pasando de moda, al ser en ese entonces la vedette de vallenato

Zabaleta nunca tuvo pelos en la lengua para criticar y cuestionar situaciones del diario acontecer y fue un notable trovador que aunque en apariencia belicoso sus diferencias con colegas y personajes siempre las llevó al plano musical pues en lo personal fue todo un caballero que supo ganarse el cariño y admiración de sus amigos y compañeros y de todos los que tuvieron la suerte de tratarlo y saborearlo.

Con su muerte el folklor vallenato pierde un gran valuarte.

EL VIVO QUE MATO AL MUERTO Y EL MUERTO QUE MATO AL VIVO

Por: Julio Oñate



Esto que suena tan insólito solamente pudo ocurrir en el Caribe colombiano donde el realismo es mágico y hasta un disparate puede lucir coherente y normal.
El primer caso lo conocí en Santa Marta por allá en los años sesenta de la pasada centuria. En esta ciudad vive un lugareño de nombre Indalecio Rodríguez, transportador de profesión que en esa época se rebuscaba el día a día con un camioncito tres cincuenta llevando y trayendo lo que fuera por todos los pueblos circunvecinos.
Cualquier día fue contratado para traer un cadáver desde Minca un pueblecito de clima cafetero que está incrustado en las estribaciones de la Sierra Nevada. El día era frio y lluvioso y para amortiguar la tensión del viaje de regreso con el ataúd bien asegurado en la carrocería del vehículo, chofer y ayudante se venían pegando sus petacazos del infaltable Ron Caña. La lluvia arreció y con el asfalto mojado al entrar a una cerrada curva y tratar de esquivar un caballo, el carro se salió de la vía y rodó cuneta abajo chocando contra un barranco. La tres cincuenta dio un volantín y el cajón con el cadáver salió por los aires estrellándose contra un puntiagudo tronco seco desbaratándose con el golpe y quedando el pobre difunto incrustado de lado a lado en el tronco.
Indalecio y acompañante solo resultaron con algunas leves contusiones, pero a raíz de este traumático accidente desde ese día los samarios lo bautizaron “Matamuerto” y así se quedó para siempre.
El segundo episodio ocurrió en Chimichagua veinte años mas tarde y no podía ser alguien diferente a Camilo Namén el protagonista.
El célebre compositor aspiraba a la alcaldía de su pueblo y andaba pescando votos a diestra y siniestra. En una finca cercana perdió la vida un labriego al caer aparatosamente de un tractor. En ese momento no había un solo cajón en Chimichagua, y era imperioso entonces traerlo desde El Banco y Camilo ofreció su camioneta Ford de estaca para resolver el impase sabiendo que una obra social de esta índole le permitiría canalizar fácilmente todos los sufragios de los familiares del recién fallecido que eran bien numerosos. Con un par de dolientes cercanos al muerto se fue para El Banco en busca del féretro en medio de una pertinaz llovizna que apretaba y aflojaba de manera transitoria.
Al regresar de este puerto ribereño equipado con el flamante ataúd, alguien en la ruta le pidió un chance a Camilo y éste solícitamente lo recogió pensando en otro voto más, pues estaba en su campaña política para la alcaldía.
La lluvia apretó fuertemente y el fulano del chance ni corto ni perezoso se metió dentro del cajón, huyéndole a una pulmonía. Un poco más adelante Namén recogió un campesino que con un bulto de yuca iba para el pueblo, sumando otro voto más que sin dudas iba para la urna, pues estaba en campaña.
El tipo de la yuca iba un poco escamoso viajando junto al cajón donde el suponía estaba el muerto del tractor ya que la noticia se había regado en toda la zona. La lluvia aflojó y el que venía dentro del féretro sacó la mano para ver si ya escampaba, tropezando la pierna del escamoso, quien pegó un alarido y se tiró del carro en marcha sufriendo mil fracturas y traumatismos severos que le ocasionaron la muerte a pocas horas.
Camilo tuvo que regresar entonces hasta El Banco en procura de otro cajón para el inesperado occiso.
Todo este acontecer le dio visos de ser un verdadero benefactor de sus coterráneos y así con ánimo y buena fe logró llegar felizmente por demanda popular a la Alcaldía de Chimichagua, la tierra del agua, el coroncoro y la piragua.

domingo, 25 de abril de 2010

EL CIRUJANO DE LAS ACORDEONES


Ovidio Granados, un monarca sin corona
EL CIRUJANO DE LAS ACORDEONES
Por: Sara Araújo Castro


Por esta época de finales de abril, la casa de Ovidio Granados se convierte en otra estación del peregrinaje que cumplen los músicos de la región a Valledupar. En medio del trajín: fiestas, concursos y parrandas hasta el amanecer, las lengüetas de los acordeones se dañan o se desafinan y se requiere un maestro artesano que conozca el oficio para salvar un toque. Entonces, todos se acercan a la casa de este hombre sexagenario, de andar pausado, confiados no sólo en su destreza y en su prodigioso oído, —famoso entre los expertos—, sino en la rapidez con la que afina los acordeones, protagonistas de esta fiesta que comienza el próximo martes.

Músico antes que artesano, desde el 59 Granados era el acordeonero del conjunto Los Playoneros del Cesar. En esas correrías, él mismo arreglaba en el día lo que rompía en la noche en el fervor del toque. Estando en el oficio de luthier llegó un día su compadre Emiliano Zuleta y lo encontró con la boca completamente rota. El viejo Mile notó que cuando buscaba afinar los pitos de los acordeones éstos le destajaban los labios. “Vea compadre, ¿y usté qué hace con la boca así toa esmigajá? Consígase un pianito, que así me las arreglan a mí en Bogotá”, le dijo Zuleta. “Entonces me acordé de este pedazo de fuelle viejo y lo monté —recuerda Ovidio Granados—. Luego vino Colacho, mi gran amigo, y me dijo que Sanín Murcia me hacía una base en hierro y así quedó esta maquinita. Eso por el año 73”.

El viejo Villo se refiere a un instrumento artesanal que consta de una base de cuatro patas con un pedal que mueve el fuelle. Con este sopla “los pitos” de los acordeones en reparación y no se rompe la boca con los residuos de metal que se lima para cambiar las tonalidades. Ese instrumento, sin nombre, permanece al lado de su mesa y del reguero de acordeones que yacen desparramados a su alrededor.

Ovidio es hijo y nieto de músicos; humildes, vaqueros que dieron sus días al trabajo de campo y sus noches al ron y al vallenato. Al igual que su padre, nació en Mariangola, pueblo caliente que ha dado varias familias de músicos. Y como su padre, aprendió a tocar el acordeón solo, a escondidas, a la manera de los grandes juglares. Y de la misma manera, descifró el oficio que hoy lo hace célebre, “mirando de reojo cuando llevaba el acordeón de mi papá a afinar”, cuenta.

De hombros anchos y vientre abultado, se mueve con actitud parsimoniosa entre los cascarones que hacen el desorden ordenado que sólo él entiende. En esas tardes húmedas de abril recibe con gesto amable y pocas palabras el desfile de pacientes que urgen ser tratados con sus manos largas y prodigiosas. Algunos definen su actitud silenciosa como sencillez, falta de aspiraciones. Pero la verdad es que es hombre esencial, que lleva la fuerza de la tierra, tan propia de los juglares vallenatos, que les permite sobrevivir a las grandes pruebas de la vida y hacer música de ellas. Pruebas que en el caso de Ovidio han sido duras, pues perdió a su hijo Eudes en el mismo accidente aéreo que se llevó en 1994 a Juancho Rois en Venezuela, además de un terrible accidente que vivió Hugo Carlos, el mayor de sus hijos.

Un enorme retrato de Eudes además de otras fotos decoran el taller improvisado en el patio central en donde pasa sus días. Ahí, además de la mesa llena de instrumentos, de dos periquitos que lo acompañan todo el tiempo subidos en sus hombros y de los seis o siete acordeones que yacen abiertos en el piso, están las imágenes de sus dos hijos, Hugo Carlos y Juan José, coronados como reyes vallenatos. Éstos ostentan el galardón que Ovidio en sus años de músico nunca pudo alcanzar.

Así compensa las dos ocasiones en las que llegó a la final del Festival para ocupar un indeseado segundo lugar. Ovidio Granados hubiera podido ser el rey vallenato en aquel abril de 1968. Pero el destino, por mano del jurado, quiso que fuera Alejandro Durán, un campesino negro oriundo de El Paso (Cesar) que llegó con sus sones y se llevó el premio. Ovidio ocupó el mediocre y nunca recordado segundo lugar.

La siguiente vez, en el año 73, pasó una a una las rondas hasta llegar al último duelo contra Luis Enrique Martínez. Una vez más, el premio le fue esquivo, “Entonces me aburrí de quedar de segundo y dejé eso así”, cuenta sin agregar más, desde la silla de mimbre en la que se sienta para regir los destinos de los acordeones mejor tocados de Valledupar.

A pesar de las canas, de sus pocas palabras y de ese andar cadencioso como el de un eterno cumbiambero, todavía es posible imaginarlo en sus mejores años, en 1982 cuando Diomedes Díaz lo invitó a interpretar Diana —de Calixto Ochoa— en uno de los álbumes más memorables del Cacique de La Junta. Entre estribillo y estribillo se escuchan las escalas del acordeón interpretado de manera impecable. Esos mismos dedos, largos y firmes, capaces de lograr hermosas notas de un acordeón, son los que hoy sostienen destornilladores y pinzas, con precisión de relojero a la hora de abrir un instrumento de par en par.
Antes yo también las esmigajaba. Ahora me dedico a arreglarlas”, dice Ovidio refiriéndose a los acordeones en género femenino, a la manera antigua de la provincia, insinuando que es una mujer dispuesta para la conquista. La picardía y la virilidad están presentes en cada instante y en cada frase, resumiendo el mundo en un permanente juego de seducción. En ese universo, él pasó de ser el donjuán que provoca armonías y suspiros para convertirse en cirujano de las acordeones.

En el año 1999 la fábrica Hohner decidió hacerle un guiño a su mercado vallenato creando una línea de acordeones Corona III, que llamó El rey del vallenato. La casa musical decidió, como parte de los premios, regalar tres instrumentos nuevos a los finalistas.

Cuando fueron a probarlos se dieron cuenta de que en lugar de música producían un gran estropicio. Entonces fueron donde Granados, el indicado para resolver rápidamente el impasse. “Aquí llegaron, con los tres aparatos completamente desafinados como a las 8 de la mañana. Les dije que volvieran a las 11. Cuando el representante de la Hohner vio el resultado me dijo que me quería invitar a Europa a la fábrica. Dije que sí pensando que eran mentiras”. Por momentos guarda silencio para llenar con la esperma de una vela los espacios de los violines internos, operación delicada que le sube el volumen al acordeón.

Luego, retoma y cuenta: “A la semana el pasaje llegó aquí. De ida y vuelta. Me sudaron las manos cuando me lo dieron. ¡Ay, por andá de cambambero!, pensé”. Lo qué pasó en esos 18 días en los que Granados recorrió las fábricas de Hohner no es fácil averiguarlo, pues él sólo habla de lo que no pasó: “Allá me chupé todo lo que sabía, mis secretos no se los iba a dar”. Sigue en su parsimoniosa labor y de la nada agrega: “Pasé tanto tiempo allá que volví ya veía a mi gente feeea”.

Desde entonces Ovidio no viaja. Sale poco, no se emborracha y según recuerda Diana, su nuera, sólo trasnochó aquel 30 de abril de 2007 cuando Hugo Carlos ganó la final del Rey de Reyes. Distinto de los otros acordeoneros para quienes la parranda y el ron son pan de cada día. Pero a Villo siempre se le ve en su casa, con sus periquitos al hombro, salvo en ciertas ocasiones. El día del funeral de Rafael Escalona estuvo con una impecable guayabera blanca despidiendo al maestro. Ahí, en su estilo parco dio la clave de su encierro, “Ay, qué dolor cuando los amigos se van. Yo extraño tanto a mi amigo Colacho que desde que él se murió no volví a ser el mismo”.

lunes, 12 de abril de 2010

LOS RELOJES DE ESCALONA



Por José Gregorio Guerrero Ramírez*
La historia me bajó del cielo
Eran aproximadamente las cinco de la tarde. Había hecho un caluroso día. Las horas lograron hincharse en el ambiente rehervido, como dificultándosele su tránsito habitual por las manecillas del reloj.
Entonces decidí salir a caminar un rato. Las negras de Colón (Panamá) me llamaron poderosamente la atención por aquello de sus cinturas estrechas que parecen estar bien atadas al ombligo mediante un nudo gordiano, sus caderas descomunales que no son más que un torbellino de carnes firmes colgadas de un hermoso esqueleto y una elegancia africana de flamencos en playas de olas dormidas, que solo las lucen ellas. ¡Qué negras!









José Gregorio Guerrero Ramírez, autor de este artículo.
Me dirigí al café Nacional, en una esquina viejísima donde se puede atinar con un delicioso café espeso y espumoso y un pulpo al ajillo con papas a la francesa.
Ahí me senté y llamé al mesero para hacer mi pedido. A la mesa llegó un comensal ajeno a mí. Era un hombre blanco de cabello totalmente cano, con una espesa bigotada, con pequeños indicios de haber sido rubio en algún momento de la vida. Pidió lo de él.
En el tiempo que estuvimos ahí, lo abordé por aquello de que el que come solo come con el diablo y quise compartir la compañía, y dejar solo al diablo. Le pregunté de dónde era y con mezquina cordialidad me dijo que era colombiano.
–¿De qué parte de Colombia? –le pregunté.
–De un pueblito de Antioquia. Se llama Ituango –me dijo.
Yo sonreí. Logré sentirme más en familia a pesar de su rostro de hielo. Entonces le dije:
–Somos paisanos. Yo también soy colombiano.
–¿De qué parte? –me preguntó.
–De Valledupar –le dije.
Sus músculos faciales cedieron y soltó una carcajada de cordales totales. Se paró y me saludó. Me dio un abrazo de amistades añejas (como si nos hubiésemos conocido en Ituango y tuviésemos cuarenta años sin vernos).
Entonces me dijo:
–¿Qué te provoca ve, compadre? en ese tono tan nuestro, pero mal ensamblado en su acento paisa. Me expresó enseguida que fue gran amigo del maestro Escalona, que Dios se había equivocado en no dejarlo tener el privilegio de haber nacido en Valledupar, que el General Torrijos los había presentado a mediados de los 70 en una casa de unas mujeres de bisagras amplias y de vida fácil, ubicada en la Avenida Tumba Muertos de la capital panameña. Para terminar su presentación, me dijo:
–Fui muy cercano al General. Su nombre de pila fue Omar Efraín Torrijos Herrera. Sencillamente me gané su confianza de viernes a domingo, porque los días de semana vendía cachivaches al por mayor en Colón.
La serenata a Zenobia
Ituango, como le decían al paisa por cariño, me describió a esta hermosa mujer que logró robarle el corazón al General.
–Zenobia era una morena troza, de cabello negro y ojos verdes –narró–. Era una princesa, ¡Ave María por Dios! Solo tomaba champaña Viuda de Cliqcout, y el encargado de llevárselas por cajas era yo. Se las enviaba el General. En un tiempo fue meretriz de toros finos, pero el General logró domarle esos efluvios desmadrados.
Y continuó diciendo Ituango:

Escalona, durante el lanzamiento de su libro La casa en el aire. Bogotá, 2007.
–Esa noche, cuando el General llegó en su Mercedes Benz blanco al sitio acordado, yo esperaba en el porche de la casa acompañado con el cuarteto de guitarras. El General llegó acompañado de un hombre de buen color, delicadamente guardado en una camisa de cuadros diminutos manga larga y un sombrero blanco hueso. Se dirigió a mí y me preguntó: "¿listo?" "Listo General", le respondí. Luego me presentó al hombre del sombrero, que dijo llamarse Rafael Escalona. Ya lo había escuchado mencionar en Colón, era conocido por varios colombianos amigos míos.
La serenata terminó en una gran fiesta. Adentrada la noche y casi tendida a los pies de la madrugada, el General le pregunta al maestro Escalona qué hora era. El maestro le mostró ambos puños, a esa altura ya tenía las mangas dobladas: ¡no tenía reloj! El General exclama: –¡Cómo es posible que un hombre capaz de hacer una casa en el aire con cimientos de nubes, y de construir un universo de amor dentro de cualquier corazón descuidado, no tenga un reloj para darle la hora a un pobre general enamorado.
El General sonríe y me mira, luego guarda un efímero silencio y me dice: "Ituango: hágale llegar a Rafael una caja de relojes de diferentes modelos, para que se canse de ver la hora y cada vez que la mire se acuerde del pobre general enamorado".
El día lunes el maestro tenía los relojes en su despacho. Poco tiempo después me hizo otro pedido, nunca le cobré... no creo que el maestro estuviera vendiendo relojes. Nunca supe para qué los quería, porque reincidió en la necesidad de relojes hasta que dejó de ser Cónsul. También me hizo un pedido de camisas vaqueras. Un día me encargó tres pares de zapatos Forche de diferentes colores, me acuerdo que eran talla 41, creo que eran para el Presidente López y hasta ese día fuimos amigos porque equivocadamente le entregué uno de los pares con un zapato talla 41 y el otro 42. El reclamo que me hizo fue: –Oiga Ituango: para su información los colombianos no tenemos presidente fenómeno, cosa que sí tienen los panameños con el General.
Lo decía por aquello de tener dos corazones en un solo pecho.

****

Esto fue lo que me contó Ituango. Yo en ese momento no le di credibilidad a las historias, pero tengo que confesarles que comí feliz escuchándolas.
Y entonces cayó a mis pies
En una tertulia Vallenata comentaban la historia de unos relojes que enviaba el maestro Escalona a sus amistades.
–¡Quizá de dónde sacaba esos relojes el maestro! –comentó un amigo.
La historia la tenía yo en mis manos, pues esa conversación con Ituango era reciente y cuento con una memoria de elefante, esto sin el ánimo de pisotear mi humildad. Enseguida me puse en contacto con los que manosean las historias del mundo vallenato y el Turco me contó que, siendo Cónsul el maestro, él fue a Panamá y era Noriega (el cara de piña) el encargado de cuidar la seguridad del aeropuerto Tocumen y casi le decomisa un chivo salao y un queso que le llevaba al maestro, y cree él que una encomienda que mandó Escalona muy bien envuelta fue el primer cargamento de relojes que entró a Valledupar. También supe que existían unas cartas que complementaban la historia de los relojes, historia que yo sabía de cabo a rabo por culpa de Ituango, y no dudé en buscarlas. Llegaron a mi poder tres cartas, una de ellas, la de los relojes.


Desde su consulado en Panamá, Escalona le escribía a sus amigos en Valledupar.
La carta
La carta la envía el maestro Escalona al pintor Molina, y tiene fecha de enero 17 de 1977, dice así:
"Profesor Molina: yo supe que Ud. se ha puesto a difamarme por los relojes que yo en razón de obsequio, cosa que no hace Ud., mando a los buenos amigos como Julio Gámez y Armando Uhia. ¡No sea malo! ¡Sea mejor persona! No sea de Codazzi, no tenga alma de cachaco. Sea de Patillal. Sea como Hernán Maestre, ejemplo de ternura; como Hernandito, ejemplo de nobleza; como Víctor Julio, hombre hecho trabajo; como Alvarito, conciencia libertina de una sabana; como El Turco, bondad y brujería personificada, y en fin, ¡sea de Patillal! Sea como Justa, Sara Daza, Lola Maestre, herederas de una tradición ejemplarísima y continuada por ellas, sea honorable profesor, como Pacha Martínez y Elina Molina, almas nobles y ejemplares. En fin sea bueno, pórtese mejor, no hable de los amigos desterrados, no desbarate con sus palabras las bellezas que produce su inteligencia obedecida por un pincel. Siga siendo artista pero no desconcertante.
Le transcribo parte de la carta con fecha de enero/77 que recibí de la comadre Consuelo. Dice así:…….. "advierto que no recibo ni acepto relojes. Jaime Molina me hizo cogerles un pánico a toda clase de relojes de los que usted envía de regalo a Valledupar, pues me contó que el que usted le envió a Julio Gámez después de varios procesos ante una inspección por quejas de los vecinos que se unieron para protestar, porque el ruido del reloj de Julio no los dejaba dormir, parece que estalló una noche en el brazo de Julio, sobre cargado de fuerza dinámica y esto le costó la pérdida de la mujer y de la casa... que conste que esto lo dice Jaime Molina".
¿Usted cree profesor Molina, que esto es poca vaina? Pero yo bien sé que es pura envidia que usted le tiene al reloj de Julio Gámez, ahí le mando "Para que se le acabe la vaina" uno a usted, ojalá le estalle y salga volando como Ricaurte en San Mateo, con Alma, la Tata, y Diogenito prendidos en esos pantalones bolsú que usted manda a hacer a $12.
ATT Rafa."

domingo, 7 de marzo de 2010

WILFREDO ROSALES (SINCE-SUCRE) ES LA ''LA BIBLIA DEL VALLENATO''

En su casa en Medellín, Wilfredo Rosales, tiene 1.100 cds originales, 250 personalizados y 300 discos.

Desde hace doce años Wilfredo Rosales Ortega, el vigilante de un edificio en Medellín, se dedica en su tiempo libre a estudiar la música vallenata, principalmente a guardar en su computador cerebral, su ‘disco duro’, lo que se relaciona con intérpretes, autorías, álbumes completos, fechas, sellos discográficos y demás antecedentes de este ritmo.

Es por eso que en Sincé, Sucre, de donde es oriundo, lo han apodado ‘La biblia del vallenato’.

“Dios me dio un don muy grande y es el de la memoria. Mi pasatiempo principal es estar pendiente de las producciones de los artistas, y en los últimos doce años he estado metido de lleno en esto, y quiero que la gente conozca como yo, detalles de la música vallenata”.

EL HERALDO quiso poner a prueba sus conocimientos y durante la entrevista respondió varias preguntas a quemarropa por parte de periodistas como Ernesto McCausland y Rafael Sarmiento, expertos en música.

Una de ellas fue: “¿quién fue el compositor de ‘La gota fría’? a lo que Rosales responde inmediatamente “Emiliano Zuleta Baquero, en el año de 1938, un 29 de junio, en Urumita. De esa canción existen 25 versiones, y ninguna se parece a la otra”.

Otro interrogante que contestó fue: ¿y cuál es el autor de ‘el último embaucador, y quién la grabó?’, “¡ah!, ese fue Santander Durán Escalona, y la grabó Daniel Celedón en el 1984, en un producto titulado ‘Con más fuerza’, es la canción número uno del lado B”, aseguró Rosales Ortega.

Con la misma rapidez, y casi sin pensar, como si fuera una máquina repetidora contestó varios interrogantes más, todo con el fin de corroborar porqué le dicen ‘La biblia del vallenato’.

Este gomoso de la música dice que cuando escucha una caja, una acordeón, o alguien hablar de vallenato, no quiere parar de hablar, porque el vallenato es su vida.

Por eso se ha tomado el trabajo de no solo coleccionar los cds de sus artistas favoritos, sino de conocerlos, y preguntarles directamente informaciones personales, que nadie más podría tener.

Pero son tantos los datos que tiene Wilfredo en su memoria, que su pasión se ha convertido en una incontinencia histórica vallenata, que debería perdurar a través de las páginas de un libro.

La situación es que como Rosales Ortega es ajeno a la tecnología, y sabe muy poco de computadores no hay manera de que saque toda la información que almacena su disco duro. Ya le han ofrecido documentar todos sus conocimientos, pero sin darle nada a cambio, por lo que lo ha rechazado.

Sería una lastima que toda esa bibliografía musical que preserva este sucreño, no quede como libro de consulta, tal y como ha sucedido con textos como ‘El abc del vallenato’, de Julio Oñate Martínez; ‘Historia del bolero en Colombia’, de Alfonso de la Espriella; ‘Música, raza y nación’ del inglés Peter Wade, ‘Salsa’, de César Rondón o del libro ‘Cantadoras de bullerengue’ de Adlai Stevenson.

“Los dioses del vallenato”

Para Wilfredo Rosales Ortega, Poncho Zuleta es el mejor intérprete del vallenato, y puntualiza que hasta ahora no ha nacido su sucesor. En cuanto a los acordeonistas destaca a Alfredo Gutiérrez, porque toca ‘la cañaguatera’ idéntica como la tocó hace 40 años. El álbum ‘Dos dinastías’, de Poncho Zuleta con Beto Villa, es para este gomoso la mejor producción vallenata, y la segunda mejor sería el disco de Beto Villa con Iván Villazón, ‘La compañia’, que tiene temas como ‘Momposina’ y ‘el niño bonito’ que salió al mercado un 15 de octubre, de 1991.

CLAUDIO PEÑA ALLA EN LA PEÑA

“Mamá, dígale a Don Claudio que me haga el favor de prestarme esa plata que yo algún día se la pago y hace mercado y lleva pa’ la casa”. Era el muchacho Diomedes Díaz diciéndole a la señora Elvira, su madre, que hiciera esa diligencia porque estaba preocupado por la situación económica tan precaria de su casa, aunque él estaba en Valledupar tratando de abrirse caminos.

Ese favor, como tantos otros, antes y después, se los hacía el venerable Claudio Mendoza, que en esos tiempos difíciles de Diomedes, vivía en La Peña, Guajira. Y lo más admirable de su benevolencia era que ayudaba al futuro cantante sin siquiera saber si sería famoso, sin siquiera pensar que si algún día tendría cómo pagarle.

Fueron tantos, pero tantos los favores que don Claudio Mendoza le hizo a Diomedes, que él nunca tuvo cómo pagarlos y aquél nunca los cobró. Además, se negaba a recibir el pago.

Quizás por eso Diomedes Díaz siempre lo saludaba en sus grabaciones, porque era –para Diomedes- la única manera de pagarle de alguna forma todo lo que hacía don Claudio por él y su familia. Fue quizás la persona más importante en la vida de Diomedes Díaz porque hasta el final de sus días, don Claudio jamás miro a Diomedes como el ídolo del vallenato, como el famoso de multitudes. Para don Claudio, Diomedes era un muchacho como cualquier otro que a pesar del peso de su fama seguía llegando como llegaban muchos a la casa de don Claudio primero en la Peña y después en San Juan del Cesar: llegaba calladito y se sentaba a ver televisión sólo porque la familia se la pasaba en el inmenso patio cogiendo el fresco de la tarde y cuando alguno venía a la sala, veían a Diomedes ahí sentado como cualquier otro y se reía cuando la sorpresa lo dejaba con la boca abierta. Sólo don Claudio se daba el lujo de tener en la sala al cantante famoso del vallenato como cualquier cristiano.


En la primera canción donde don Claudio permitió que Diomedes lo saludara fue en “Lo que quiera” del álbum “Tu Serenata” de 1980. De ahí fue todo un rito en todas las siguientes grabaciones.

En 1987 cuando Diomedes volvía para San Juan, por los lados del aserradero donde trabajaba el compositor Máximo Movil, con una canción que el cante fue a buscar, la canción no tenía nombre. Diomedes entró a la casa de don Claudio y la puso a sonar. Don Claudio le dijo: “póngala Ni Lo Intentes, compadre”. Y así se bautizó para el álbum “Incontenibles”

Era la única persona de la que Diomedes se dejaba regañar y a la que le atendía sus consejos. Muchos dicen que si don Claudio hubiera estado vivo cuando todo el problema que tuvo el cantante, todo hubiera sido más fácil para él. Fue quien lo reprendió fuertemente cuando a sus oídos llegó el rumor que el cantante estaba consumiendo droga.

Era tanta la fama que había adquirido este ganadero y comerciante que en la región la gente compraba los discos sólo para ver si Diomedes lo saludaba y en cuál canción. Por eso la vez que debido al trajín de la grabación y al olvido involuntario del cantante éste no lo saludó, la gente se agolpó en la puerta de la casa de don Claudio para preguntarle por qué no venía su acostumbrado saludo.

Semanas después, la gente de San Juan manifestó su resentimiento con Diomedes porque no había saludado al patriarca bondadoso, y ahí fue donde Diomedes se dio cuenta de su injusticia y más por pena que por otra cosa no se dejó ver de Don Claudio porque decía que no tenía cara para presentarse en su casa. Don Claudio, que no le paraba bolas a esas vainas, tuvo que llamarlo y decirle que no se preocupara, que se acordara que él le había pedido muchas veces que no lo saludara, cosa a la que Diomedes se negaba. Por eso en la grabación del disco siguiente, lo primero que hizo el cacique fue saludar a su venerable protector de aquellos tiempos difíciles y la gente de San Juan quedó contenta.

-Que aquí le mandan de Valledupar, Don Claudio- dijo alguien en la puerta de su casa que llevaba ocho llantas de repuesto para catapilas y un Toyota nuevo.

-¿Y quién manda eso, muchacho?-Preguntó don Claudio

-Un amigo suyo- dijo el emisario

Don Claudio, alma noble y desinteresada, se negaba a recibir semejante regalo y pensaba en devolverlo hasta que sus hijos y sus dos esposas lo convencieron al menos de que se quedara con las llantas de repuesto. Devolvió la camioneta.

Al rato lo llamó Diomedes y le preguntó si había recibido el regalito. A lo que don Claudio Mendoza le preguntó a qué se debía tanto regalo junto y el cantante le respondió que a él no se le había olvidado que había transformado su finca en Carrizal que antes era un peladero y se la había puesto a producir. Que la última vez que había ido se había demorado 2 horas buscándola y la tenía en sus narices pero como estaba tan cambiada y bonita ni el mismo cantante que era el dueño la reconoció. Cuando preguntó quien la había trasformado le dijeron que don Claudio Mendoza, el de la Peña.

Diomedes se sentía más humano cuando estaba en la casa de don Claudio en San Juan. Por lo general sus visitas terminaban en parrandas, donde todos tomaban whisky pero don Claudio sabía que a Diomedes no le gustaba en esa época y le compraba ron Tres Esquinas, su preferido, al que despachaba en dos tragos a pico de botella y pedía la otra.

Fue don Claudio que al verlo tan desordenado le sugirió que se volviera a unir con Juancho Rois y tanto jodió con esto hasta que ambos cedieron y se hizo la unión.

Por eso el día que la guerrilla mató en un retén al venerable benefactor de Diomedes, éste sintió que también le habían matado una parte de su alma y no volvió a La Peña y mucho menos a San Juan, porque ya no tenía amigos a quien visitar.

Aún hoy en día, Diomedes no soporta que le hablen de su amigo entrañable porque una lágrima recorre su mejilla. No ha podido supera su muerte.

Diomedes no olvida a aquella persona que jamás quiso que le devolviera todo lo que le había prestado cuando él no era nadie, cuando Diomedes no valía un carajo. Era a la única persona que cuando llegaba a visitarlo a su casa de Valledupar Diomedes le cocinaba personalmente, porque era don Claudio quien estaba allí; además le decía que escogiera cualquiera de los carros que había en el garaje y se los llevara. Don Claudio nunca quiso.

Poco antes del asesinato de don Claudio Mendoza, Diomedes fue a visitarlo a San Juan y en plena parranda le dijo a la esposa del patriarca sin saber que sería la última vez que se veían: “Comadre, a mi compadre Claudio hay que cogerle buena cría, porque hombres como este guayacán ya no vienen…”

Por: Fabio Fernando Meza.

LOS MAESTROS

Por: Julio Oñate Martínez
Finalizaba la década de los años setenta y Nando Marín se encontraba en un corregimiento de San Juan del Cesar, llamado el Tablazo, armando sus primeras canciones que acompañadas con su guitarra le anunciaban a sus paisanos y amigos que el pueblo tenía un nobel compositor ávido por darse a conocer y codearse con los ya consagrados más allá de su entorno regional.
En el Tablazo, Nando laboraba en actividades de la agricultura y se distinguía como el tractorista que siempre araba la tierra canturreando alguna melodía de él o ajenas, como uno de tantos turpiales que todavía en esa época se podían ver en los bosques de su tierra Guajira.
Era el 27 de agosto de 1978 y comenzaba en Fonseca, la patria hermosa de Chema Gómez, el Festival del retorno. Marín tenía la guitarra afinada y una buena composición para participar en el concurso de la canción inédita pero andaba sin un peso en el bolsillo el transporte no era gratis y el tractor no aguantaba el viaje.
Resolvió entonces buscar apoyo con su entrañable amigo Walter Coronel, mejor conocido como ¨Caco Coronel¨, un educador que en la Escuela Mixta Rural del Tablazo dictaba las materias básicas, pero el desaliento fue grande ya que éste andaba en las mismas. Sin embargo, había una esperanza, allá en San Juan el profesor tenía una quincena que con siete meses de atraso acababa de llegar a la secretaría de educación y con eso podrían resolver la apremiante situación. En los carros de la ruta hacia San Juan los que iban sentados pagaban por adelantado y los que no, iban colgados de los estribos y al final del viaje resolvían. En esta forma hicieron el recorrido.
En San Juan del Cesar, Micaela Romero, por todos conocida como ¨La comayita¨ era la funcionaria pagadora de la Secretaría de Educación municipal y ante la premura de continuar el viaje hacia Fonseca donde al final de la tarde comenzaba el concurso de compositores ¨Caco¨ y Nando ligeramente llegaron a la residencia de la pagadora a explicarle la urgencia que tenían de cobrar el cheque que ella guardaba. El reloj marcaba la 1 ½ Pm, hora en que la dama disfrutaba de la siesta cuando ellos tocaron la puerta de la casa. Nadie respondió y ellos insistieron golpeando más duro. Malhumorada ¨la comayita¨ se asomó por la ventana y en tono áspero les preguntó: Que quieren ustedes a esta hora aquí en mi casa?. En tono amable y respetuoso Caco le explicó el motivo de su presencia allí y ella agriamente le disparó, yo aquí en mi casa no pago y además la entrega de cheques es el lunes y sin darle chance a ripostar es dio con la ventana en las narices pues ni siquiera la puerta les abrió.
Marín enojado por el trato recibido por su amigo, tocó entonces la puerta con firmeza y nuevamente ¨la comayita¨ abrió la ventana con cara de revolver engatillado, oiga señora le dijo Nando esa plata se la ganó este profesor hace tiempo, por favor sea justa y entréguele su cheque que se trata de una emergencia; usted no tiene velas en este entierro y lárguese de mi casa, entrometido, remató ella tirando violentamente de nuevo la ventana.
Descorazonados llegaron a la estación del transporte y nuevamente colgados de los estribos de una camioneta de pasajeros se fueron para Fonseca.
Para fortuna de ellos a Nando le fue bien en el festival y tocó varias parrandas a los marimberos de moda, regresando al tablazo con la billetera traqueando. Canceló las deudas pendientes, encargó una guitarra nueva, le pagó una quincena al profesor y siguió madurando musicalmente para llegar a ser una figura cimera del folclor vallenato.
Las punzadas que le propinó ¨la comayita¨ lo molestaban y en homenaje a su amigo Walter Coronel y solidario con todos los educadores de Colombia surgió de su guitarra un nuevo canto: Los Maestros.

domingo, 17 de enero de 2010

COMPAE´CHEMO

Finalizaba el año 64 Anselmo “chemo” Montes ultimaba detalles en los preparativos para el festejo que todos los años le hacia a su hija Asunción con motivo de su cumpleaños por ser hija única entre números vástagos que había engendrado.
Eran muchos los invitados que en esa fecha asistirían al “El Laurel”, la finca que el “chemo” tenia en inmediaciones de Buenavista un pueblo cercano a Guamal donde residía el maestro Julio Erazo Cuevas, mester de la juglaría pocabuyana según su biógrafo el medico Jhon Carlos Pedroso Pupo.
Todo estaba listo para ese dos de enero, un puerco gordo dispuesto a ofrendar su vida y sus mejores chicharrones por tan noble causa, un par de pavos de esos doble pechuga resueltos a zambullirse en la olla del sancocho y una docena de gallinas criollas coqueteándole al caldero elegido para el guiso. Varios bultos de ron centenario formaban el pertrecho de radicales etílicos, pero la mejor ofrenda para los invitados seria la presencia del maestro Erazo, el compositor que con la artillería fiestera de sus cantos y su guitarra imponía éxitos por doquier en todo el litoral atlántico. Era grande la expectativa por conocerlo y escucharlo principalmente por un grupo de damas solteras que ya tarareaban “el consuelo que me queda” uno de los paseos del compositor guamalero que por todas partes sonaba.

Si me dices que te vas
Porque ya tu no me amas
Porque ya tú no me amas
Porque ya tú no me quieres
El consuelo que me queda morenita
Que en el mundo todavía quedan mujeres.

Aquel 31 de diciembre en Guamal como en todos los pueblos de la costa el nuevo año fue recibido con el alborozo esperanzador de que serian 365 dias cargados de bendiciones y alegrías para todos y el maestro Erazo con familiares y amigos escucharon el canto de los gallos mañaneros ebrios del licor y felicidad.
El día primero por la tarde estaría en la estación de Buenavista un carro enviado por el compae “Chemo” que lo recogería para llevarlo hasta el Laurel donde serian dos dias de parranda. Al llegar al sitio referido con un tremendo guayabo de siete pisos yendo camino a la estación le tocó pasar por la cantina del cachaco Alirio Jiménez quien con un grupo de amigos tomaban cerveza fría para suavizar la consabida resaca. Allí se encontraban varios de los buenos amigos del juglar entre ellos Tarcisio Guerra, Castulo González, Elpidio Villarreal, Samuel Gulloso, Gilberto Martínez, Alfonso Pedroso, Rodrigo Acuña y Tito Villarreal quienes con una fría en la mano le pusieron una zancadilla para que los acompañara un rato a desenguayabar. Después de un par de frías pasaron a trago corto, y Julio empuñó entonces la guitarra armándose una fenomenal parranda que lo hizo olvidar por completo el compromiso adquirido con el “Chemo”.
Tras una larga e infructuosa espera el carro regreso al Laurel donde los aburridos contertulios quedaron con los crespos hechos sin la presencia del ilustre invitado y con la natural decepción experimentada por el anfitrión. Julio y Chemo no se volvieron a ver pero el compositor sabia que si el compadre estaba resentido la mejor manera de endulzarle la píldora era pedirle disculpas pero cantando, uno de los múltiples recursos que esgrimen los juglares en estos casos. Pronto surgió el conocido paseo “El compae Chemo” identificado también como “Dos de enero”.

En una parranda guamalera con un grupo de admiradores al interpretar su nueva obra Julio observo que alguien con un pañuelo blanco en la mano se acercaba enjugándose las lagrimas; cuando vi que era el compae Chemo nos abrazamos jubilosos, el con su canción y yo por estrechar nuevamente a un excelente amigo hasta hoy uno de los mejores que tengo.
Sobra decir que más adelante al llegar el nuevo dos de enero para el cumpleaños de Asunción el Laurel si se vistió de Gala desde el patio hasta la misma sala.

Por : Julio Oñate M.