Finalizaba el año 64 Anselmo “chemo” Montes ultimaba detalles en los preparativos para el festejo que todos los años le hacia a su hija Asunción con motivo de su cumpleaños por ser hija única entre números vástagos que había engendrado.
Eran muchos los invitados que en esa fecha asistirían al “El Laurel”, la finca que el “chemo” tenia en inmediaciones de Buenavista un pueblo cercano a Guamal donde residía el maestro Julio Erazo Cuevas, mester de la juglaría pocabuyana según su biógrafo el medico Jhon Carlos Pedroso Pupo.
Todo estaba listo para ese dos de enero, un puerco gordo dispuesto a ofrendar su vida y sus mejores chicharrones por tan noble causa, un par de pavos de esos doble pechuga resueltos a zambullirse en la olla del sancocho y una docena de gallinas criollas coqueteándole al caldero elegido para el guiso. Varios bultos de ron centenario formaban el pertrecho de radicales etílicos, pero la mejor ofrenda para los invitados seria la presencia del maestro Erazo, el compositor que con la artillería fiestera de sus cantos y su guitarra imponía éxitos por doquier en todo el litoral atlántico. Era grande la expectativa por conocerlo y escucharlo principalmente por un grupo de damas solteras que ya tarareaban “el consuelo que me queda” uno de los paseos del compositor guamalero que por todas partes sonaba.
Si me dices que te vas
Porque ya tu no me amas
Porque ya tú no me amas
Porque ya tú no me quieres
El consuelo que me queda morenita
Que en el mundo todavía quedan mujeres.
Aquel 31 de diciembre en Guamal como en todos los pueblos de la costa el nuevo año fue recibido con el alborozo esperanzador de que serian 365 dias cargados de bendiciones y alegrías para todos y el maestro Erazo con familiares y amigos escucharon el canto de los gallos mañaneros ebrios del licor y felicidad.
El día primero por la tarde estaría en la estación de Buenavista un carro enviado por el compae “Chemo” que lo recogería para llevarlo hasta el Laurel donde serian dos dias de parranda. Al llegar al sitio referido con un tremendo guayabo de siete pisos yendo camino a la estación le tocó pasar por la cantina del cachaco Alirio Jiménez quien con un grupo de amigos tomaban cerveza fría para suavizar la consabida resaca. Allí se encontraban varios de los buenos amigos del juglar entre ellos Tarcisio Guerra, Castulo González, Elpidio Villarreal, Samuel Gulloso, Gilberto Martínez, Alfonso Pedroso, Rodrigo Acuña y Tito Villarreal quienes con una fría en la mano le pusieron una zancadilla para que los acompañara un rato a desenguayabar. Después de un par de frías pasaron a trago corto, y Julio empuñó entonces la guitarra armándose una fenomenal parranda que lo hizo olvidar por completo el compromiso adquirido con el “Chemo”.
Tras una larga e infructuosa espera el carro regreso al Laurel donde los aburridos contertulios quedaron con los crespos hechos sin la presencia del ilustre invitado y con la natural decepción experimentada por el anfitrión. Julio y Chemo no se volvieron a ver pero el compositor sabia que si el compadre estaba resentido la mejor manera de endulzarle la píldora era pedirle disculpas pero cantando, uno de los múltiples recursos que esgrimen los juglares en estos casos. Pronto surgió el conocido paseo “El compae Chemo” identificado también como “Dos de enero”.
En una parranda guamalera con un grupo de admiradores al interpretar su nueva obra Julio observo que alguien con un pañuelo blanco en la mano se acercaba enjugándose las lagrimas; cuando vi que era el compae Chemo nos abrazamos jubilosos, el con su canción y yo por estrechar nuevamente a un excelente amigo hasta hoy uno de los mejores que tengo.
Sobra decir que más adelante al llegar el nuevo dos de enero para el cumpleaños de Asunción el Laurel si se vistió de Gala desde el patio hasta la misma sala.
Por : Julio Oñate M.
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