Por: Julio Oñate
Esto que suena tan insólito solamente pudo ocurrir en el Caribe colombiano donde el realismo es mágico y hasta un disparate puede lucir coherente y normal.
El primer caso lo conocí en Santa Marta por allá en los años sesenta de la pasada centuria. En esta ciudad vive un lugareño de nombre Indalecio Rodríguez, transportador de profesión que en esa época se rebuscaba el día a día con un camioncito tres cincuenta llevando y trayendo lo que fuera por todos los pueblos circunvecinos.
Cualquier día fue contratado para traer un cadáver desde Minca un pueblecito de clima cafetero que está incrustado en las estribaciones de la Sierra Nevada. El día era frio y lluvioso y para amortiguar la tensión del viaje de regreso con el ataúd bien asegurado en la carrocería del vehículo, chofer y ayudante se venían pegando sus petacazos del infaltable Ron Caña. La lluvia arreció y con el asfalto mojado al entrar a una cerrada curva y tratar de esquivar un caballo, el carro se salió de la vía y rodó cuneta abajo chocando contra un barranco. La tres cincuenta dio un volantín y el cajón con el cadáver salió por los aires estrellándose contra un puntiagudo tronco seco desbaratándose con el golpe y quedando el pobre difunto incrustado de lado a lado en el tronco.
Indalecio y acompañante solo resultaron con algunas leves contusiones, pero a raíz de este traumático accidente desde ese día los samarios lo bautizaron “Matamuerto” y así se quedó para siempre.
El segundo episodio ocurrió en Chimichagua veinte años mas tarde y no podía ser alguien diferente a Camilo Namén el protagonista.
El célebre compositor aspiraba a la alcaldía de su pueblo y andaba pescando votos a diestra y siniestra. En una finca cercana perdió la vida un labriego al caer aparatosamente de un tractor. En ese momento no había un solo cajón en Chimichagua, y era imperioso entonces traerlo desde El Banco y Camilo ofreció su camioneta Ford de estaca para resolver el impase sabiendo que una obra social de esta índole le permitiría canalizar fácilmente todos los sufragios de los familiares del recién fallecido que eran bien numerosos. Con un par de dolientes cercanos al muerto se fue para El Banco en busca del féretro en medio de una pertinaz llovizna que apretaba y aflojaba de manera transitoria.
Al regresar de este puerto ribereño equipado con el flamante ataúd, alguien en la ruta le pidió un chance a Camilo y éste solícitamente lo recogió pensando en otro voto más, pues estaba en su campaña política para la alcaldía.
La lluvia apretó fuertemente y el fulano del chance ni corto ni perezoso se metió dentro del cajón, huyéndole a una pulmonía. Un poco más adelante Namén recogió un campesino que con un bulto de yuca iba para el pueblo, sumando otro voto más que sin dudas iba para la urna, pues estaba en campaña.
El tipo de la yuca iba un poco escamoso viajando junto al cajón donde el suponía estaba el muerto del tractor ya que la noticia se había regado en toda la zona. La lluvia aflojó y el que venía dentro del féretro sacó la mano para ver si ya escampaba, tropezando la pierna del escamoso, quien pegó un alarido y se tiró del carro en marcha sufriendo mil fracturas y traumatismos severos que le ocasionaron la muerte a pocas horas.
Camilo tuvo que regresar entonces hasta El Banco en procura de otro cajón para el inesperado occiso.
Todo este acontecer le dio visos de ser un verdadero benefactor de sus coterráneos y así con ánimo y buena fe logró llegar felizmente por demanda popular a la Alcaldía de Chimichagua, la tierra del agua, el coroncoro y la piragua.
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