sábado, 24 de septiembre de 2016

CLORANFENICOL PARA UN ACORDEON

La verdad es que suena bastante extraño el título de esta columna, pero en el historial parrandero del país vallenato han ocurrido cosas no solamente extrañas sino también insólitas.
En los albores del año 1969, un grupo de buenos parranderos en La Junta, el famosísimo corregimiento de San Juan del Cesar que vio nacer a Diomedes Díaz, se reunía con frecuencia en la tienda de la señora Cenobia de Maestre, la esposa de Tobías, donde como en toda tienda de prestigio pueblerino se expendía whiskies exento de aranceles.

Desde Valledupar había llegado el acordeonero Alcides Moreno con su conjunto para amenizar la parranda de ese día. A las cuatro de la tarde Tobías Maestre, el anfitrión, destapó la primera botella para brindar con los invitados, entre ellos ‘El Negro’ Acosta, Jaime Gutiérrez, Gonzalo Sierra y Tobías Hinojosa.
Instalados en la puerta de la calle, se armó el alborotín en la vecindad cuando el juglar chiriguanero comenzó a estirar el fuelle y brindar lo mejor de su repertorio, al interpretar el paseo ‘La guayabalera’ de Isaac Carrillo, se lució en la ejecución, pero un pequeño accidente le impidió terminar la faena porque uno de los botones de la hilera de adentro del acordeón se partió y así la tecla desnuda mostraba una pieza punzante que hacía daño a los dedos del músico. Era una de las teclas utilizadas en el transporte del pata é gallina y aquello limitaba el toque de Moreno.

En busca de una solución para salvar el impase, Alcides observó una pequeña sección de farmacia que tenía la tienda con varias cajitas de pastillas de uso doméstico y comenzó a observarlas, pues allí podía estar la solución al encontrar una pepita que calzara en el hoyito del teclado protegiendo sus dedos al tocar.
Ensayó una marroncita de Bromoquinina, pero se partió fácilmente al presionarla, la de Veramon era muy pequeña al igual que la de Enterovioformo y un poco forzada entraba al espacio la de Cloranfenicol; con una pequeña navaja le desvanecieron algo los bordes y con un poquito de Cementoduco quedó listo el tres coronas.
El alborozo fue general, hasta en los curiosos allí presentes, cuando el conjunto arrancó nuevamente con el merengue de ‘La Junta pa´ La Peña’, pero después de dos piezas más, el sudor de la mano del acordeonero, mojó la pastilla y hasta allí llegó la alegría, afortunadamente el cantoncito de Cloranfenicol tenía diez grageas y el tubo de Cementoduco estaba enterito y así repitiendo la maroma avanzaba aquella parranda inolvidable.

En pleno jolgorio, sin saber de dónde, se presentó un borracho necio y belicoso amenazando con un revolver, haciendo que los bebedores entraran a la casa y cerraran la puerta, pero al sonar nuevamente el acordeón, el tipo montó en cólera y disparó contra la puerta de madera; el tiro alcanzó a Moreno de espaldas, perforándole la parte anterior de la pelvis, tirándolo al suelo. El borracho se voló y Alcides fue llevado en la Willis roja de Gonzalo Sierra hasta el hospital de San Juan, donde fue intervenido, quedando lesionado de por vida. Al salir de La Junta le dieron las dos últimas pastillas de Cloranfenicol que quedaban, tratando evitarle alguna infección. Quienes conocimos a Alcides Moreno, lo recordamos con su balanceo característico al caminar, producto del proyectil disparado por un irresponsablazo que hasta el presenta nadie sabe de quién se trataba.
Nunca en La Junta se consumió tanto cloranfenicol como en ese día, según el relato de José Luis Sierra, el fabricante de los acordeones Mileto, quien fue espectador de este curioso episodio.

sábado, 23 de enero de 2016

A MI NO ME VAN A REMEDAR

Aquel catorce de noviembre del año 1989, a solo unas horas de la despedida final el Negro Alejandro Durán, muy apesadumbrado y nostálgico le comentaba en su estado agónico a José Tapias, su amigo y guacharaquero por más de treinta años, la pena que experimentaba al saber que con él se iba su estilo musical con su nota pesarada y sus bajos de gran profundidad, porque no dejaba seguidores ni discípulos que le dieran continuidad a su obra. Pienso que su elemental y conservadora forma de ejecutar el acordeón, fue admirada, valorada y aplaudida, pero no interesó a los jóvenes músicos que se han venido asomando, cuya preocupación principal ha sido alcanzar un nivel de ejecución cada vez mayor, que les permitirá lucirse en grabaciones, parrandas, conciertos y festivales, logrando así fama y prestigio.

Caso contrario al de Alejo es el de Luis Enrique Martínez, cuya impronta musical representa hoy la columna vertebral del vallenato tradicional y que en los festivales y concursos de acordeón tiene su mayor evidencia, con sus acordes característico en el pase llamado patae’gallina, que lo utilizan todos, léase bien, todos los acordeoneros que han surgido después de él, además de sus florituras con los bajos seguidas de sus vibrantes piques con los pitos agudos de tres coronas lo que podíamos considerar la majestad en la ejecución del acordeón vallenato.

Otro modelo que muchos han seguido y que pasa desapercibido para los exegetas, pontífices y el tumulto de folcloristas del vallenato es el de Juancho Polo Valencia, quien desde su aparición en el mundo fonográfico planteó una forma diferente de interpretar sus cantos con el acordeón: el segmenta la estrofa cantando la primera parte y seguidamente repite la melodía con el instrumento para entonces continuar cantando el resto de la letra. Esto fue asimilado por el negro Alejo, Enrique Díaz y Miguel Durán, entre otros. Diferente a ellos es el caso de Juancho Rois, quien dimensionó de su tocayo Polo Valencia esa expectativa de notas cortas dialogando con el bajo marcaito antes de entrar con una explosión en el teclado del acordeón.



Emilianito Zuleta es otro acordeonero sobresaliente con sus originales pausas o reposos para descansar la nota después de una alegre seguidilla o retreta de pitos, que impuso una verdadera ley musical acatada por grandes maestros del acordeón como Colacho Mendoza y Alfredo Gutiérrez, el rebelde del acordeón, que nunca ha pactado con lo convencional y que con sus dos concursos mundiales ganados en Alemania en 1991 y 93 es sin duda el acordeonero colombiano de mayor reconocimiento universal. Su inesperada ejecución en constante evolución, con sus pinceladas cromáticas hoy nutre a iniciados y consagrados ejecutantes del fuelle.



Sin embargo, la excepción no podía faltar. En Maríangola vivió y murió Don Carmen Mendoza, acordeonero, padre de Carmencito y abuelo de Calata, quien decidió mantener su virginidad musical y cuando Óvido Granados aun adolescente quiso interpretar unas notas de él, malhumorado manifestó: “a mí no me van a estar remedando” y sencillamente colgó la lira, no tocó más y vendió el acordeón. Caso como este de absurda ocurrencia también enriquecen el folclor vallenato.
Por Julio Oñate

LA PRIMERA GRABACION DE LOS HERMANOS ZULETA

“En los inicios de la década del setenta del pasado siglo el catálogo musical en Colombia de la multinacional C.B.S (Columbia Brocasting Sistem) era conformado en su mayor parte por artistas foráneos y el género vallenato era para ellos una nueva experiencia. Acababan de enganchar al conjunto de los hermanos López con su cantante Jorge Oñate con un contrato a base de regalías sobre ventas y en iguales condiciones aceptaron a los hermanos Zuleta, quienes por la respectiva grabación del primer L.P ‘Mis Preferidas’, no recibirían un solo peso. “Al comienzo uno tocaba de gratis”, me comentaba Emilianito y esto a Poncho no le hizo gracia alguna, negándose entonces a firmar dicho contrato con la disquera, razón por la cual no lo se le dio ningún crédito en el disco donde solo figuró Emilianito.


Una de las cláusulas del contrato estipulaba que para que un artista tuviera figuración en la caratula debía tener exclusividad con la C.B.S., pero no recibía honorarios. Poncho prefirió inicialmente sacrificar su imagen a cambio de los dos mil pesos que exigió por cantar el álbum y así fue su nombre ignorado en este primer disco de larga duración.
Este trabajo gustó a nivel Nacional y la C.B.S. con un fino olfato para descubrir talentos, apreciando el caudal melódico que traían a cuestas y la calidad artística de los Hermanos Zuleta, posteriormente ofreció para cada uno cinco mil pesos y ya con esta suma, Poncho firmó. Fue el segundo L.P. que se tituló ‘La cita’ y así comenzó la historia fonográfica de los hijos de Emilianito y Carmen Díaz.

Respecto a las regalías, el acordeonero con la categoría de ejecutante y arreglista recibía el ocho por ciento sobre las ventas y el cantante tan solo el dos por ciento, situación que se reflejaba en la presentación del L.P., ‘Emilianito Zuleta y su conjunto’, situación que Emilianito rechazó y generosamente propicio un tira y jala con la compañía para que su hermano alcanzara los mismos beneficios que él; fue el clásico “cuchillo pa’ mi garganta“, comenta, ya que al darle el mismo poder que yo tenía , hábilmente él se fue metiendo, se fue metiendo y se fue metiendo con las cosas del conjunto hasta desplazarme y yo pasé de ser cabeza de ratón a cola de león. Sin embargo, me queda una gran satisfacción a pesar que para iniciar nuestra carrera musical, me tocó prácticamente arrodillármele a la disquera para lograr aquella primera grabación que nos abrió el camino hacia el corazón del pueblo, además saqué a Poncho del anonimato, pues él a sus veinte años ni siquiera sabía que podía cantar, tan solo tocaba la caja y la guacharaca y hoy es una de las refulgentes estrellas del canto Vallenato.
Es grande el orgullo que sentimos los hermanos Zuleta porque la herencia recibida de nuestro padre Emiliano Zuleta Baquero nos ha permitido brillar en este folclor que nos dignifica al punto de ser reconocido por la Unesco como patrimonio cultural e intangible de la Humanidad”.
Del libro que sobre los Hermanos Zuleta publicarán en próximo Festival Vallenato, Julio C. Oñate M. y Jacobo Solano C.