El viernes de la semana santa que recientemente se nos fue será siempre recordado por la mayoría de los habitantes de Pueblo Bello, no sólo por compartir la alegría de la resurrección de Cristo nuestro Señor, si no también por la tremenda estampida de la gente que iba en la procesión ante la aparición de un horroroso aparato que rugiendo y chillando los embestía sin previo aviso.
Me comenta Moisés Perea que Carlos Iván, el hijo de nuestro queridísimo amigo Iván Gil Molina, que el día de la procesión de la "dolorosa" el joven andaba haciendo piruetas en una ‘cuatrimoto’ ajena por los alrededores del pueblo. Al tratar de esquivar otro de estos vehículos que en sentido contrario venía en la hoja, envistió por detrás a un mulo que pastaba a un lado de la carretera y el muchacho con el rebote del golpe rodó jolón abajo rompiéndose un par de costillas y sufriendo fracturas de clavícula y ante brazo con fuertes golpes en todo el cuerpo. El mulo quedó encaramado en la cuatrimoto con una pezuña hasta el ñame en el acelerador y otra en el pito que con estridencia sonaba insistentemente.
El animal despavorido trataba de huir de aquella baraunda sin sospechar que el causante del enloquecedor estropicio era él, y la 'cuatri' cobraba cada vez mayor velocidad rugiendo con alta potencia hacia el centro de la población. Los mulos no saben frenar una moto y el horrorizado equino con el aparato full de gasolina le encaminó de frente a la procesión provocando la estampida de los atemorizados feligreses que no alcanzaban a comprender lo que estaba ocurriendo y aquello fue el desbarajuste. La gente corría enloquecida atropellando todo a su paso, muchos en piñata se treparon a los árboles y el cura párroco que oficiaba en ese momento se encaramó en el campanario de la iglesia y comenta Perea que hasta la "dolorosa" estuvo apunto de salir huyendo cuando vio que la dejaron sola. Había gente dentro de las alcantarillas, debajo de las camas, dentro de los armarios, y en los techos de las casas creyendo que aquel jorasquin mecánico montado por el mulo de la otra vida eran cosas del demonio o del mismísimo judio errante que querían hacerles daño o quizás algún castigo divino por la corrupción y la sinverguensura de aquellos malandros de oficio que nunca reciben una sanción ejemplar.
Después de haber escalabrado a medio pueblo el solípedo motorizado tiró como un cohete pa' allá arriba de los cerros buscando la vía hacia Chemesquemena esperando de pronto que al agotarse el combustible acabara esa loca tortura que le había agotado hasta el último relincho.
La pezuña del mulo seguía en el acelerador y el pito no dejaba de chillar y en una falda del cerro se tropezó dos arrías de bestias cargadas de víveres conducidas por un grupo de arahuacos que volaron como perdices ante la embestida de el espíritu humano. Los indígenas rozaron esvorcanaos por el precipicio con los animales más atrás
malográndose toda la carga y hasta un par de caballos con esnuncamiento de primer grado dejó aquel desolador panorama.
El mulo siguió filo a filo hacia arriba y del pobre jumento no hay noticia alguna; la moto fue rescatada por los agentes del dinámico coronel Tobo en cercanías de Villa Germania, pero no hay manera de enjuiciar a nadie por la demanda de los indios ya que las únicas huellas encontradas en los manubrios de el aparato corresponden a los candaos de las pezuñas del animal.
Afortunadamente a Iván Gil solo le tocó pagar el mulo y avergonzado se auto extraditó de Pueblo Bello con la esperanza que para la próxima semana santa ya los lugareños hayan olvidado aquel estridente y mañocal episodio producto de un mulo enloquecido manejando una cuatrimoto.
Julio Oñate Martínez
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