domingo, 6 de diciembre de 2009

PABLITO FLOREZ, CRONICA CANTADA DEL SINU



Por: Gustavo Tatis Guerra

Es la crónica cantada del Sinú. Pablito Flórez (Ciénaga de Oro, 1926), no tenía otra escapatoria en la vida que cantar.
Hijo del músico Pablo Flórez Barrera, que tocaba el redoblante en la Banda San José, la primera que se fundó en su pueblo, y de Librada José Camargo Nisperuza, una panadera, modista y empleada doméstica, confiesa que se inició en el camino de la música por puro castigo. Su padre lo castigó luego de que el niño de 9 años saliera por las calles de su pueblo, suelto de madrina, persiguiendo pájaros y corriendo por lo playones. Su padre además de músico, había sido peluquero, talabartero y cazador. Cuando no estaba tocando el redoblante, trabajaba junto a su hijo Pablito en su taller de herrería, en donde le había enseñado a hacer quemadores para marcar reses, cachas para cuchillos.
Lo que siempre ha acompañado a Pablito Flórez además de su sentido agudizado de la observación de su entorno y su fascinación por la vida de su pueblo, es el conocimiento de la tradición oral y la maravillosa fuente de sus ancestros sinuanos. La semblanza de su vida ha sido escrita por el joven periodista y escritor Carlos Marín Calderín: "Pablo Flórez: Juglar del porro", publicada por el Ministerio de Cultura, al otorgar el Premio Nacional Vida y Obra 2008, al gran autor de canciones del repertorio popular como "La aventurera", "Los sabores del porro", "La ciroma", "María Estela", "Lunita Primaveral", "María Marzola", entre otras.

Carátula del libro
Su canción "Los sabores del porro" le ha dado la vuelta al mundo en la bella interpretación de Totó la Momposina. Escucharla es como paladear un banquete de tradición: "el bollo poloco esmigao en celele y a minguí con coco", "el queso bien amasado con panela 'e coco de Colomboy", "la yuca harinosa asá mojá en asiento de chicharrón", la viuda de pescao, "la leche esperá en corrá", y el otro sabor del paisaje: "la china esparascá en fandango", el sabor de los mangos, la totuma de guarapo con hielo y limón "bajo un higo sato sentao en un cajón".
A sus 83 años el maestro le confiesa a Carlos Marín Calderín que no tiene sentido cuando la gente le recuerda que hay que descansar: "yo descanso de la vida y de sus pesares es haciendo música, cantando y tocando mi guitarra. Además, no sé hacer otra cosa".
Reconoce Pablito Flórez sus influencias decisivas de la tradición musical sinuana, el porro, la cumbia, los boleros antillanos, los sones cubanos, la presencia del Trío Matamoros, Daniel Santos, pero por supuesto, el aporte de su padre y del maestro José María Fortunato "El Negro" Sáez, entre otros.
Junto a su esposa Marcelina Causil, con quien ha compartido las estaciones de su existencia en más de sesenta años, ha escrito centenares de canciones en diversos géneros, además de porros, boleros, tangos, entre otros, obras en las que hay un cronista de la tierra y un poeta de las emociones.
Su bolero inédito "Tan lejos de ti", prueba su capacidad romántica y poética para nombrar "los ojos de lluvia", el aliento de unos labios descubiertos en el perfume de una flor. Su personaje Ninfa del Valle Corcho Ruiz, inmortalizada en "La aventurera", es en sí misma, una crónica extraordinaria que ha tenido una secuencia narrativa y poética en el tiempo. Esa mujer que tenía "cara de ser buena", tenía la condición aérea de las tentaciones: apariciones en las fiestas y en los puertos, una picardía que sembraba una perturbación en el alma de los amantes.
Pablito es algo más que esas aventuras juveniles. Su dimensión humana y artística trasciende y en sus canciones se refleja el espíritu de la región sinuana y en general, del Caribe colombiano.

domingo, 29 de noviembre de 2009

CALIXTO OCHOA, EL HOMBRE HUMANITARIO




Por Alfonso Ramón Hamburger


Calixto Antonio Ochoa Campo, quien por estos días conmueve al país cultural tras ser recluido en una clínica de Sincelejo con isquemia cerebral, es sin duda el rey Pelé de la composición folclórica colombina, aquella que trasciende el mero relato vallenato limitado en los fuelles del acordeón para explayarse como verdolaga en playa, coqueteándole a la inmensa sabana con sus porros, paseítos, charangas, rancheras y notas africanizadas en las que la picardía y el humor han sido vitales. Sus cantos bañaron el país y se fueron lluviosos por el mundo.
Quienes tuvimos la dicha de estrechar su mano y vislumbrar al hombre sencillo y humanitario que nos ocupa, supimos que "El Negro Cali", con su diente de oro que mostró risueño y pícaro en la carátula de centenares de LPs que grabó con su conjunto y con Los Corraleros de Majagual, siempre lo encontramos dispuesto a atendernos, pero sin dejar de lado la canción que siempre estaba haciendo en su memoria. Aun en ese mar de puyas que fue su primera reclusión en la clínica, en marzo pasado, Ochoa no dejó de hacer de la vida –sufrida a veces y gozosa siempre– un océano de canciones. Con un suero conectado a su muñeca con una manguera transparente, Calixto recibió una a una, a las decenas de personas que se agolparon en el segundo piso de la Clínica La Sabana. El teléfono no dejaba de sonar y mientras su esposa Dulzaine trataba de aguantar la avalancha, él hacía un gran esfuerzo por "desembolar" la lengua, afectada por una embolia. Su mano derecha, que tanto le ayudó para sacar las notas de su acordeón grueso no respondía a sus órdenes. Parecía cansado de la vida, extrañado de la fama, porque desde hacía años no se llevaba el acordeón al pecho. Parecía fastidiado de ese trajín y a duras penas se lo ponía en las piernas, cuando un periodista lo visitaba para una entrevista.
Esa primera recaída, al principio de año, despertó una solidaridad que se desparramó desde la última pestañita de La Guajira, hasta el más recóndito pueblo de La Mojana, pasando por la Sinuanía, subiendo por los Montes de María, hasta Valencia–Cesar, un pueblo perdido en el valle. Y el valle de donde salió para no regresar jamás, con su piqueria vallenata, pujará por hacerle el homenaje que se merece uno de los cinco compositores fundamentales del folclor vallenato que se escucha hoy. Lo acompañan en este quinteto excelso, Rafael Calixto Escalona Martínez, Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Leandro Díaz y Adolfo Pacheco Anillo.
Del Sinú, alertado por esta noticia, se vino Asaad Feris, más conocido como "El Turco Asa", inmortalizado en uno de sus temas. "El Turco", quien reside en Sahagún, se ha volado en estas ocasiones, para hacer guardia en su lecho de enfermo. "Mi compadre es un tipo sencillo y humanitario", dice Feris. Ya habrá tiempo de echar el cuento de los gavilanes, con Manuel Lora, esos que se turnaban tras el amor de una muchacha. Se cebaban en los patios comarcales para cazar la presa.




DEL CESAR A LA SABANA
Ochoa nació el 14 de agosto de 1934 en Valencia, Cesar, un corregimiento de Valledupar, donde se dedicó desde niño a los deberes del campo. Cumplía las labores de rejero y después de corralero, en la finca de los Montalvo. Ordeñaba las vacas y después iba a llevar la leche a la casa de sus patrones, en Valledupar. La posibilidad de regresar, 17 años después, a coronarse de Rey en la tarima Francisco el Hombre, eran muy remotas entonces.
Su futuro en Valencia era incierto. El contacto único con la música eran el jardeo del ganado, el bramido de los arroyos y las notas de un acordeón limitado que tocaba su hermano Rafael, quien se había encargado de llevar esa fiebre a la familia. Aprendió a escondidas de su hermano mayor y oyendo a Luis Enrique Martínez. Alguna vez se fue a casa de Ismael Rudas, el viejo, quien arreglaba acordeones en Caracolicito y posteriormente se enganchó de ayudante de un circo malo que iba de pueblo en pueblo pregonando que se iba, pero no se iba, mientras ofrecía el gancho de dos niños con una boleta. Su idea era la aventura para sustraerse de un presente incierto tras el bajo rumiante de las vacas.
A los 19 años, sin pensarlo, el panorama de La Sabana, o las tierras bajas, como le decían en el Valle al departamento del viejo Bolívar Grande, se le apareció como una carta de salvación. Sus padres lo habían casado a la fuerza. Y no había en esos pueblos una cosa más pesada que un "matrimonio a la fuerza". Era el peor castigo para un joven que apenas despuntaba en el arte, ponerle el bodrio de un matrimonio por castigo. Prácticamente huyó de aquel amarre absurdo. Se vino de aventura con un guacharaquero, Chu Castrillón y el guitarrista Esteban Montaño, con quienes llegó a San Jacinto, en 1953. El conjunto precario era tan austero que lo hicieron liviano, sin cajero.
La llegada de Calixto a La Sabana, entrando por esa puerta inmensa del folclor no es casual. San Jacinto ya era famoso por sus artesanías, como epicentro de la cultura más antigua de América, y los gaiteros se aprestaban a partir para su primera gira mundial. Además, en ese mismo año, sucedió coincidencialmente un hecho que marcó el folclor: la muerte trágica de Eduardo Lora Castro, que esa misma tarde Landero convirtió en canción. Fue la segunda elegía de La Sabana, pues el primero de febrero de 1950, Carlos Araque, había hecho el Siniestro de Ovejas, por donde Calixto pasó tres años después, rumbo a su segunda cuna, Sincelejo.
En esta cruzada, se cimienta prácticamente, ese maridaje glorioso entre el valle y La Sabana. No se puede hablar de una colonización vallenata a La Sabana por la presencia de otros juglares, que como Luis E. Martínez y Alejo Durán sembraron sus reales en estas tierras, sino de una afortunada solidaridad de ganaderos de este lado, con juglares trotamundos, que hallaron en La Sabana el cariño de la gente. De eso se encargaron ganaderos, agricultores y comerciantes como Nabo Cogollo, Lisardo Guzmán y otros que quedaron a su vez registrados en la historia musical.
En esa primera correría, Calixto pasó de San Jacinto a El Carmen de Bolívar, que tenía en su haber, como San Jacinto, bandas de músicos famosas, fundacionales de un ritmo que se bailaba contrariando la ortodoxia occidental, el porro, contrario a las manecillas del reloj. Y había allí un hombre inmortal con sus gaitas, Lucho Bermúdez. Ochoa, marcado por su timidez, prefería las veredas para sus cantos desconocidos. A duras penas interpretaba temas de Luis Enrique Martínez, a quien había visto tocar una tarde en Fundación. De Alejo Durán aún no sabía nada, ya que este recorría el mundo por el río Magdalena arriba, buscando por el Cauca los pueblos alteños. De modo que en el Jobo, una vereda de El Carmen de Bolívar, conoció a uno de sus mejores coequiperos y amigos de toda la vida, Hugo Rivera, quien lo acompañó desde siempre en la segunda voz. Ambos se radicaron en El Carmen de Bolívar.


Allí, Ochoa hace una de sus canciones clásicas vallenatas, Lirio Rojo, que sería una de las pocas en ese estilo, porque desde allí lo marcaría la sonoridad sabanera, por la presencia de más de doscientos porros sin letras, entre ellos Mata de Caña, quizás uno de sus mejores discos, que hace en coautoría con el maestro Eliseo García.
Para "El Turco Asa" es muy difícil escoger tres canciones entre las mil 500 que se le atribuyen a este genio, pero se queda con Los Sabanales, Mata de Caña y Diana. A Felipe Paternina le gusta la Reina del Espacio, que es el resultado de un sueño, como Los Sabanales, que se hace en estado de vigilia de un "desenguayabe", al despertar en una hamaca colgada entre palmeras. Cuando abrió los ojos por la mañana una muchacha barría el patio. Siguió durmiendo y ya en la tarde, cuando recordó, estaba solo. Eso lo inspiró en esa canción emblemática de La Sabana.
Después de andar por veredas y corregimientos, Calixto llegó a Sincelejo, donde tuvo otro desacuerdo amoroso, pero poco a poco se fue aclimatando en esta tierra, donde cumplió toda su gloria.
En su vida musical influyó mucho el ambiente que se vivía en La Sabana. Sincelejo era el epicentro de la música colombiana. Aquí se hacían verdaderos simposios de compositores a los que asistían los gerentes de las casas disqueras para escoger los temas que se iban a grabar. Allí confluyeron genios musicales de todos los géneros y estilos. También se hacían festivales de boleros en los que estuvieron figuras nacionales. Todo atizado por el nacimiento de Radio Sincelejo, fundada en 1944. Por aquí pasaron genios musicales como Pello Torres, que llegó en medio de las revueltas de El Bogotazo, Demetrio Guarín, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, César Castro, Rosendo Martínez y más de cien músicos que pasaron por la universidad de la cumbia: Los Corraleros de Majagual.
En 1960, a este grupo de genios, tras la mirada visionaria de Antonio Fuentes, se le prendió la idea de fusionar el acordeón limitado con los bombardinos y eso terminó por revolucionar al conjunto de acordeón, que empezó a codearse con las mejores orquestas del mundo. Calixto con su canto y sus composiciones, fue vital en el proceso, especialmente en los personajes como Menejo y el Compadre Remanga.
Alguna vez le pregunté cómo había conocido a Alfredo Gutiérrez. Y rompiendo esa humildad, me respondió: "Más bien pregúntale a Alfredo cómo me conoció a mí".
En los 105 LPs que grabaron con Los Corraleros de Majagual, Alfredo Gutiérrez puso el acordeón en todos, y se volvieron inseparables en esa coquetería bromista que lo llevó a bautizar desde Babucha, el del toro negro de Tolemaida, hasta al Ñato de Alfredo. Con el profesor Aníbal Paternina Padilla, otro inmenso conocedor del folclor, Calixto se disputa el honor de haber bautizado a un pueblo entero. A Manuel Medrano le dicen "Pata e' Zanco". A Silvio Cohen "Cara e' Ternero". A Edgardo Olier "Cara e' Loco". A Luis González "Voz de Culebra". A un célebre periodista que se radicó en Cartagena le decían "Sapito alzado en quicio". La lista es inmensa. ¿Y qué decir de San Expedito?
Para los entendidos, las cualidades de Calixto le llevaron a salirse de la ortodoxia vallenata, por lo que las canciones que más recorrieron el mundo fueron El Africano y La Charanga costeña, por la que le dieron discos de todos los géneros en Estados Unidos.
No obstante, este embrujamiento sabanero, el de pertenecer a una escuela polirítmica, Ochoa –a quien Diomedes Díaz le grabó 28 canciones– jamás se desprendió de sus raíces sencillas, netamente vallenatas. En abril de 1970, en su primera incursión en el Festival de la Leyenda Vallenata, revalidó la corona. Fue, como algunos pocos, a quienes una sola subida a esa tarima mítica, les bastó para triunfar en tan caro escenario.
Por el momento, rogamos para que todos los dioses del bien se unan en una oración, para que el negro humanitario pueda decidir en una parranda, sanito y coleando, allá en el kiosco más alto de su casa de La Terraza, los designios más importantes del corazón.

domingo, 22 de noviembre de 2009

HACE 20 AÑOS SE FUE ALEJO DURAN


Alejo Durán sigue vigente veinte años después de su muerte.

El 15 de noviembre de 1989 falleció en la clínica Unión de Montería, Gilberto Alejandro Durán Díaz, víctima de la diabetes

Muchos son los recuerdos que aún permanecen intactos en la memoria de amigos y familiares de Alejandro Durán Díaz, el 'Negro Grande del Acordeón', como era conocido este juglar del folclor vallenato, quien hoy cumple 20 años de fallecido.
En Planeta Rica, un municipio del fértil valle del Sinú en Córdoba, Durán pasó los últimos 30 años de su vida.


Allí todavía vive José Tapia Fontalvo, el guacharaquero de su conjunto y su amigo inseparable desde 1957, cuando Alejo lo invitó para que lo acompañara a una actuación en Sahagún, ya que el ejecutante titular del instrumento se había enfermado.
Tapia guarda celosamente, como su tesoro más preciado, un álbum fotográfico con imágenes de su ídolo, captadas en diferentes momentos artísticos y personales.


"Cada una me recuerda una anécdota vivida con Alejo", dice con un dejo de tristeza que estas dos décadas no han logrado aplacar.
La que más se le viene a la memoria es la del viaje que hicieron a Estados Unidos días después de que Alejo Durán lo coronaran como el primer Rey del Festival de la Leyenda Vallenata en 1968.

"Fue el primer artista colombiano en presentarse en el majestuoso Madison Square Garden de Nueva York, estrenando el triunfo del que se constituiría después en el gran concurso musical del folclor costeño", manifiesta Tapia.

El día de la actuación, antes del concierto, los cuatro músicos de la agrupación salieron con Durán a conocer la ciudad.

"Alejo iba exhibiendo orgulloso su inseparable sombrero vueltiao en medio del bullicio de transeúntes y vehículos en las congestionadas vías neoyorkinas. De repente una mujer gringa se le acercó y le pidió tomarse una foto con ella, atraída tal vez por la estampa de aquel moreno al que no dejaba de admirarle el sombrero elaborado por los indios Zenúes de Córdoba", dice Tapia en medio del calor insoportable de Planeta Rica.

Y añade: "Como buen mujeriego Durán no perdió la oportunidad para coquetearle a aquella mujer de ojos azules y cabellos rubios. Hasta le pidió que se regresaran juntos a Colombia, pero ella, quizás sin entender una sola de las palabras, le respondió con una sonrisa, le dio un beso y se marchó.

"Ese detalle de la gringuita lo emocionó, y prometió que le compondría una canción, pero no sé si lo hizo, porque nunca se la escuché", relata el guacharaquero.

Esa misma tarde un colombiano residente en Estados Unidos lo reconoció al verlo pisar el concreto de aquel mundo desconocido para el juglar, y al igual que la gringa, pidió fotografiarse con él.
"Durán siempre fue el mismo, no cambiaba su estilo y jamás permitió que la fama se le subiera a la cabeza, como hacen los artistas de hoy en día", comenta también Tapia.

A todas sus presentaciones musicales las consideraba igual de importantes, y por eso después de actuar en el fastuoso Madison Square Garden, no tuvo reparos para tocar en una procesión en un pueblo recóndito de Bolívar llamado Pasacaballos.

Allí un nativo de esa zona le pidió como último deseo que el conjunto de Alejo Durán tocara en su sepelio camino al cementerio, señala Tapia.

"Por compromisos adquiridos con anterioridad, Durán no pudo cumplir la voluntad del finado, pero sí participó en una procesión donde los habitantes de este pueblo, sumido en la pobreza y en medio de barrizales, acompañaron a los músicos, quienes tocaron montados a caballos.
"Ese toque fue gratis, porque a los muertos no se les cobra", dijo Alejo a sus compañeros de conjunto al final del funeral.

La última parranda

José Tapia nunca se rehusó a acompañarlo a sus presentaciones, a excepción del 11 de noviembre de 1989, cuando fue invitado a tocar en el Festival de Acordeoneros y Compositores de Chinú (Córdoba), que sería la última presentación en público de Durán.
Horas antes del toque el médico Omar González Anaya, amigo de Durán, le recomendó mantenerse en reposo debido a su delicado estado de salud.


Tapia asumió como suya la recomendación, pero Alejo, no.
"Usted sabe que el toro bueno muere en la plaza", respondió Durán ante la inútil súplica de su guacharaquero para que permaneciera en casa.

Dos días después de aquella actuación fue internado en la clínica Unión de Montería, donde el 15 de noviembre de ese año falleció debido a la diabetes.

Su cuerpo fue despedido en Planeta Rica por una multitud que lo aclamó como Rey de Reyes por fuera de las competencias musicales.

Su acordeón lo acompañó hasta la última morada, tal como lo pidió en una de sus canciones más escuchadas: Mi Pedazo de Acordeón: "Por si acaso yo me muero / les vengo a pedí un favor / Me llevan al cementerio este pedazo de acordeón".

Músico y prestamista


El negro Alejo mantuvo lucidez hasta el día de su muerte.
Postrado en su cama de enfermo le pidió a Tapias que les cobrara a un par de amigos 150 mil pesos que le debían desde meses atrás.


No eran deudas de parrandas, pues Alejo no solo ejecutaba el acordeón, sino también hacía rendir sus finanzas por medio de préstamos al interés.

"Yo llevé la razón a los deudores, pero no sé sí le pagaron antes de morirse", comenta Tapias, quien en tono jocoso asegura que de no ser así, el difunto habría cobrado con apariciones y jalones de pelo en las noches a sus morosos.

El fiel guacharaquero no ha dejado de visitar la tumba de su maestro.

A veces, cuando el silencio embarga el camposanto donde reposan sus restos, Tapia afirma que escucha las notas de canciones como Fidelina, Alto del Rosario, Alicia adorada y la preferida de Alejo, Rosario, una canción que no tuvo eco en las emisoras ni en las tarimas, pero sí un significado importante para Durán, porque estaba dedicada a una joven que conoció en su travesía por Chiriguaná (César), con quien tuvo un amor fugaz.


La mujer que lo acompañó hasta la muerte


Gloria Dussan fue la última de las tantas mujeres que tuvo y quien le concibió 3 de los 24 hijos que engendró.

De origen campesino, esta mujer cordobesa, ahora de 59 años, es de pocas palabras, pero recuerda que se enamoró de Alejo sin conocerlo.

"Sus canciones eran más que coqueteos, porque yo las escuchaba y sentía que eran para mí", explica Gloria, quien se flechó de él a los 20 años.


Aunque prefiere no revelar detalles de su amor por Durán, Gloria sostiene que era más valioso como persona que como músico.

Un estilo único


Alejo Durán tenía un estilo único y propio. Fue compositor, músico y cantante, lo que le mereció el respeto de miles de seguidores que lo calificaban como el juglar y patriarca del folclor costeño.
Su alta estatura, su porte de hombre recio pero amable y su sombrero vueltiao, sin el cual no dejaba que le tomaran fotos, fueron su carta de presentación fuera de las tarimas.

Era reconocido en los buses veredales, en las calles de los pueblos que recorría y hasta en grandes ciudades como Nueva York y México, a donde llevó su música de acordeón.


El repertorio


Mi pedazo de acordeón, Fidelina, La cachucha bacana, 039, Alto del Rosario y El verano, forman parte del repertorio de canciones de Alejo Durán, y que siguen sonando en emisoras, en parrandas y cantinas de los pueblos costeños.


Las notas de su acordeón y su voz pausada y grave caracterizaron sus canciones que contenían historias de amoríos y anécdotas vividas a lo largo de sus 70 años de existencia.


Su infancia en El Paso (Cesar), su tierra natal, estuvo rodeada de música ancestral con tambores, que mantenían viva la cultura de los cimarrones de la época de la esclavitud.

Ya en la adolescencia experimentó el gusto por el acordeón, el cual combinaba con los trabajos de vaquería, al cual se dedicó desde temprana edad.

GUDILFREDO AVENDAÑO MÉNDEZ
Especial para EL TIEMPO
PLANETA RICA (CÓRDOBA)

domingo, 14 de junio de 2009

EL MULO Y LA CUATRIMOTO

El viernes de la semana santa que recientemente se nos fue será siempre recordado por la mayoría de los habitantes de Pueblo Bello, no sólo por compartir la alegría de la resurrección de Cristo nuestro Señor, si no también por la tremenda estampida de la gente que iba en la procesión ante la aparición de un horroroso aparato que rugiendo y chillando los embestía sin previo aviso.

Me comenta Moisés Perea que Carlos Iván, el hijo de nuestro queridísimo amigo Iván Gil Molina, que el día de la procesión de la "dolorosa" el joven andaba haciendo piruetas en una ‘cuatrimoto’ ajena por los alrededores del pueblo. Al tratar de esquivar otro de estos vehículos que en sentido contrario venía en la hoja, envistió por detrás a un mulo que pastaba a un lado de la carretera y el muchacho con el rebote del golpe rodó jolón abajo rompiéndose un par de costillas y sufriendo fracturas de clavícula y ante brazo con fuertes golpes en todo el cuerpo. El mulo quedó encaramado en la cuatrimoto con una pezuña hasta el ñame en el acelerador y otra en el pito que con estridencia sonaba insistentemente.

El animal despavorido trataba de huir de aquella baraunda sin sospechar que el causante del enloquecedor estropicio era él, y la 'cuatri' cobraba cada vez mayor velocidad rugiendo con alta potencia hacia el centro de la población. Los mulos no saben frenar una moto y el horrorizado equino con el aparato full de gasolina le encaminó de frente a la procesión provocando la estampida de los atemorizados feligreses que no alcanzaban a comprender lo que estaba ocurriendo y aquello fue el desbarajuste. La gente corría enloquecida atropellando todo a su paso, muchos en piñata se treparon a los árboles y el cura párroco que oficiaba en ese momento se encaramó en el campanario de la iglesia y comenta Perea que hasta la "dolorosa" estuvo apunto de salir huyendo cuando vio que la dejaron sola. Había gente dentro de las alcantarillas, debajo de las camas, dentro de los armarios, y en los techos de las casas creyendo que aquel jorasquin mecánico montado por el mulo de la otra vida eran cosas del demonio o del mismísimo judio errante que querían hacerles daño o quizás algún castigo divino por la corrupción y la sinverguensura de aquellos malandros de oficio que nunca reciben una sanción ejemplar.

Después de haber escalabrado a medio pueblo el solípedo motorizado tiró como un cohete pa' allá arriba de los cerros buscando la vía hacia Chemesquemena esperando de pronto que al agotarse el combustible acabara esa loca tortura que le había agotado hasta el último relincho.

La pezuña del mulo seguía en el acelerador y el pito no dejaba de chillar y en una falda del cerro se tropezó dos arrías de bestias cargadas de víveres conducidas por un grupo de arahuacos que volaron como perdices ante la embestida de el espíritu humano. Los indígenas rozaron esvorcanaos por el precipicio con los animales más atrás
malográndose toda la carga y hasta un par de caballos con esnuncamiento de primer grado dejó aquel desolador panorama.

El mulo siguió filo a filo hacia arriba y del pobre jumento no hay noticia alguna; la moto fue rescatada por los agentes del dinámico coronel Tobo en cercanías de Villa Germania, pero no hay manera de enjuiciar a nadie por la demanda de los indios ya que las únicas huellas encontradas en los manubrios de el aparato corresponden a los candaos de las pezuñas del animal.

Afortunadamente a Iván Gil solo le tocó pagar el mulo y avergonzado se auto extraditó de Pueblo Bello con la esperanza que para la próxima semana santa ya los lugareños hayan olvidado aquel estridente y mañocal episodio producto de un mulo enloquecido manejando una cuatrimoto.

Julio Oñate Martínez

sábado, 13 de junio de 2009

LAS TRAVESURAS DE WICHO SANCHEZ

Corría el año 1980 Pivijay (Mag) celebraba sus fiestas de mayo y los hermanos Zuleta amenizaban el evento con parranda larga en la Hacienda Santana de Don Alfonso Severini, quien junto a varios amigos de farra le obsequiaron a Poncho varias novillas blancas, escogidas, y una docena de finos carneros “peliguey” , rojo cerezo que él necesitaba para iniciar la cría allá en su finca “Mi salvación”. El traslado se realizaría en la F-350 que Zuleta cargaba para esos menesteres, la cual era patronada por su compadre Wicho Sánchez, en la época, el cencerrista de la agrupación.

Sánchez estaba feliz, pues en el viaje de semovientes se incluyeron cuatro carneras de esas pestaña larga y ojos claros que a él también le habían obsequiado sus admiradores pivijayeros, convencido que en Valledupar les sacaría un buen billete si lograba negociarlas con el Doctor Alfonso Araujo Cotes, líder en Colombia de la importación y cría de cabras y terneros de alto rango. Todo quedo arreglado y sobre el mediodía arrancó Sánchez con la 350 full de cuadrúpedos. Después de pasar fundación se le reventó la correa del ventilador al vehículo y tras conseguirla y cambiarla se lo cogió la nochecita llegando a Caracolicito. Allí se enteró Wicho sobre la prohibición en todo el territorio nacional de transportar ganado después de las 6 de la tarde. Los chirrincheros se la montaron y él sin viáticos para transar, puesto que Zuleta no le dio ni cinco para el viaje, logró sobornar a los celosos defensores de la ley con uno de los carneros de Poncho y así poder continuar el recorrido.

En El Copey estuvo a punto de ser encalabozado por transgredir una ley de la república, pues el cabo de la policía no comía de cuento y ya eran las 7 p.m. Y los celulares aún no repicaban por aquí y ante la imposibilidad de comunicarse con el patrón, y le tocó pagar la multa con otro de los carneros de sangre azul y poder nuevamente coger carretera.

Bosconia es un crucero de ganado en todas direcciones y el comandante del destacamento policivo de allí, era Master en el tráfico de vacunos y además de extrema rigidez para aplicar sin contemplaciones la ley vigente. El vehículo fue inmovilizado y Sánchez tendría que esperar el otro día para continuar su destino. Pero él en Bosconia se movía como pez en el agua por ser el sitio de abastecimiento de la finca y en un granero conocido consiguió a crédito un garrafón de aguardiente y una vez percatado que el teniente del puesto se retiró a descansar, le cayó a los dos guardias de turno, zuletistas de cuerpo entero y a punta de trago los fue debilitando hasta conseguir después de bajar un par de los encopetados caprinos, uno para ellos y otro para suavizar al rígido oficial escabullirse en la oscuridad y en la hoja llegar a pueblo nuevo con su preciado cargamento. “Mi salvación” ya estaba cerca, pero en este sitio festejaban los policías de allí el cumpleaños de un compañero, estaban medio pasmados y hambrientos y Wicho ya en tres quince no vaciló en degollar otro de los nobles carneros de Zuleta y más tarde con las claras del día después de engullirse un suculento guiso con el corazón satisfecho por el deber cumplido llegó a la finca con aire triunfalista informándole a Joaquín Rodríguez el administrador todos los percances y victorias del azaroso viaje.

Con las mismas Sánchez arrancó para Valledupar donde podría asegurar sus pestañonas antes de que Poncho se enterara del ovino descalabro sufrido a manos de los depredadores de la ruta y lo dejara sin hacha, calabaza y miel. Una de las carneras acababa de entrar en calor y el más alborotado de los sobrevivientes al momento de la arrancada pegó un brinco de alto vuelo y cayó en la 350 solo percatándose de esto cuando llegó a Los corazones, donde traspuso la mercancía. Posteriormente dejó el camioncito y la llave donde “el toca” lugar teniente de Zuleta en la época y se perdió en la manigua de garupal.

Solo seis de los doce aristocráticos peligueyes que salieron de Pivijay llegaron a mi salvación. Zuleta enfurecido hasta recompensa ofreció a quien le llevara amarrao a Sánchez para darle su palera y quitarle los animales, pero nunca pudieron encontrarlo. El tiempo que todo lo suaviza fue pasando y cualquier día ambos borrachos y amanecidos se tropezaron en una bebeta donde “Pindengue” y entre requiebro y abrazos y un beber y un beber evidenciaron que entre parranderos la amistad está en primer plano y además es bien sabido por todos que los burros en la sabana se buscan para rascarse y los avispaos de fama se buscan para asociarse.

Julio Oñate Martínez

viernes, 12 de junio de 2009

LA EVOLUCION DEL CANTO VALLENATO

Por aquí no ha habido un músico como Chico Bolaño”, frase expresada por el celebre autor de “la Gota Fría”, Emiliano Zuleta Baquero estando en vida (Q.E.P.D).
De la generación de Francisco el Hombre no se tienen cantos con certeza absoluta, pues las canciones cambiaban de dueño y hasta de letra, con mucha frecuencia, por tal razón el autor para proteger sus derechos autorales se autonombraba, de tal forma que se puede divagar mucho en esto para llegar a precisar datos; pero algo si está bien claro y es que el puente entre Francisco “el Hombre” y las generaciones a partir de Emiliano Zuleta, lo hace Chico Bolaño, “el primero en enseñarles a los músicos de la época como se tocaban los diferentes aires”. (T.D. Gutierrez).

Catalina Daza es una canción de la autoría de Chico Bolaño en donde por los cambios melódicos uno puede apreciar que hay una estrofa, un coro (dúo) y un estribillo. Sin embargo, muy a pesar de ser Chico Bolaño mayor que Tobías Enrique Pumarejo, es Tobías el que sirve de guía por tener muchos temas grabados que le sirvieron a compositores tales como:
Rafael Escalona, Julio Erazo, José Benito Barros (en lo vallenato) y Leandro Díaz, vale la pena mencionar a Isaac Carrillo “Tijito”, Wicho Sánchez, Armando Zabaleta, Chente Munive, Juan Manuel Muegues, Miguel Yanet y por supuesto Luis Enrique Martínez y Calixto Ochoa.

Ya en los años sesenta a Tavo Gutiérrez, Santander Durán Escalona, Nicolás Maestre, Rita Fernández, Freddy Molina, Pedro García (q.e.p.d), que son los que convierten esta estructura en un hermoso juego melódico que recrea y gusta en toda la región.

Inicialmente, tuvo mayor prelación el canto de los cuatro versos (Cuarteto) ejemplo: La canción “Carmen Díaz” de Emiliano Zuleta Baquero.

Me siento lo más contento

Porque resolví casarme

Si me caso en otro tiempo

Me vuelvo a casar con Carmen

La mayoría de los cantos de esta época conservaron esa estructura, pero el mismo Mile más tarde aplica la estructura básica, ejemplo:

Las vacaciones de Emiliano

Por pelear con Carmen Díaz

Me conseguí un poco e” queridas

Pero ninguna ha resultado

Coro

Es la última vez

Que a Mile le pasa

Estribillo

Irse de su casa

Pa después volvé

De este esquema el maestro Emiliano pasa a uno más amplio, tanto en su estructura melódica como en su esquema literario, esto se puede apreciar en su canción “La Gota Fría”, estas tres canciones nos permiten ver y oír con claridad como se ha configurado la canción vallenata, la forma como Emiliano reparte la melodía en “la Gota Fría” establecen un nuevo concepto de cómo componer la música vallenata, y es obvio que Escalona no sólo fue alumno de don Toba, sino de Emiliano y otros.
Escalona visitaba y parrandeaba con todos “yo aprendí de todos” me dijo un día.

Tavo Gutiérrez en su canto “Rumores de viejas voces” parece alejarse del esquema original, pero usa la misma lúdica que se aprecia en la Gota fría, creando varias melodías que se entrelazan agradablemente y dan la sensación de que se está rompiendo el esquema en realidad se da es porque alarga los versos y en la melodía aplica lo que comúnmente le llaman anti compás y anula el estribillo, pero Tavo en la mayoría de sus canciones conserva el esquema básico.

Del movimiento llamado la “Nueva Ola” rechazado, aplaudido, adorado por unos y despreciado por otros, pero movimiento al fin, podemos decir que ya no existe, pues su propio impulsor abrazo la tradición vallenata y obviamente se ha llenado de premios y así difícilmente volverá a mirar para allá, en realidad la nueva ola lo único que ha hecho en forma visible es ampliar el concepto melódico, adicionándole más conocimiento de fondo a los arreglos instrumentales, que lamentablemente no han sido para enriquecer el vallenato clásico sino que se pierden en fusiones de vallenato con el chandé, el merecumbé, porro, reguetón, baladas, Rock.

La estructura melódica a veces la respetan, otras veces no la toman en cuenta; en lo literario se aflojaron y hasta ahora empiezan a asumir el compromiso con la seriedad de nuestra música. La mayoría se dejan marcar tendencia, por ejemplo en el caso del súper éxito “Me gusta” de Omar Geles, esta canción caracteriza la alegría del hombre caribeño, supongo que debe ser un paseo llevado por los arreglistas a un sonido diferente, lo que lo vuelve un tema ambiguo es decir no clasificado en ninguno de los cuatro aires, no he tenido la oportunidad de hablar con Omar sobre esta canción para saber a ciencia cierta de que se trata, Omar se caracteriza por ser polifacético, bien puede hacer un tema como “Me Gusta” y también puede hacer una canción tan espiritual como “los caminos de la vida” o uno de los paseos más hermosos hechos por estos tiempos como “Blanco y Negro”, ambas canciones juegan con la estructura básica,

podríamos decir que el compositor de la generación de la Internet es Omar, el maestro que va guiando las nuevas generaciones, Omar aún siendo polifacético tiene un estilo original de decir las cosas, más otros autores actuales tienden a irse por lo que se pega en el momento y el vallenato es de vivencias y sentimientos profundos, vale la pena destacar al poeta Wilfran Castillo, Alejandro Sarmiento y a Tico Mercado, quienes también tienen un estilo que lucha por mantenerse y definirse, han alcanzado éxitos nacionales e internacionales.

Rosendo Romero Ospino

“El Poeta de Villanueva”

HABLEMOS DE VALLENATO

Un columnista del heraldo, diario de Barranquilla, dijo que el vallenato era hijo de la ranchera, esta es una idea que viene haciendo carrera hace tiempo.

A raíz de la presentación del charro mejicano nacido en el pueblo de Huentitan el alto, Vicente “Chente” Fernández, alguien dijo que las rancheras no cabían en el carnaval, que raro los barranquilleros dicen que en el carnaval se vale todo, en realidad irse en contra de Chente es una pelea de tigre con burro amarrado, aquí en Colombia lo quieren y lo respetan más que en el mismo Méjico.

Un par de jovenzuelos de nuestras nuevas promesas del vallenato le hicieron una versión al tema éxito del charro “esos celos o celos” que empezó a sonar muy bien en Colombia y en Méjico; se dijo por acá, que el equipo de producción de Chente, pidió que lo restringieran, en realidad la versión que hicieron los pelaos es buenísima, pero siempre será mejor la original, por lo que no era necesario.

Probablemente esto motivó la reacción del que encendió la mecha, claro que uno desde acá, lo que ve es que los empresarios barranquilleros sintieron lo que vale y pesa “Chente”, y eso es todo; se demostró en los hechos, en cuanto a que el vallenato sea hijo de la ranchera, nada más falso que eso, el vallenato es una música triétnica (indígena- africana- europeo).

La ranchera mejicana es biétnica (indígena- europea), en la ranchera no hay tambores, en Méjico nunca ha existido un charro famoso afromejicano, en cambio en el vallenato tenemos muchos. Los tambores permiten la expresión corporal y convierte a nuestra música en música apta para la danza. Desde ese punto de vista el vallenato es más completo, los charros mejicanos famosos que penetraron nuestros pueblos con sus cantos arrancan en la segunda mitad de los años 30 y alcanzan su esplendor en los años 40, 50 y 60, en los años 70 empiezan a palidecer a raíz del cine en color que ya no los mostraba tan apuestos ni a las mujeres con una belleza tan candida.

Los artistas del rock y la balada con cabello largo y patillas hicieron pasar un poco de moda al charro, solo Vicente por su juventud y fuerza en la voz pudo cruzar el umbral de los años, lo importante aquí es decir que en los años 30 cuando nos empieza a llegar la ranchera mejicana ya Francisco el Hombre era una leyenda y Chico Bolaño estaba en pleno apogeo Emiliano empezaba a despuntar su carrera, es decir Francisco el Hombre ya tenía 80 años.

De alguna manera los colombianos sabemos que son centenares las canciones colombianas que han sido regrabadas en Méjico por artistas mejicanos. Esa interrelación siempre ha existido.

Nosotros sentimos gran simpatía por los ritmos de ellos, tales como; el jarocho y el guapango, por ser los más auténticos, podríamos decir - siendo la comparación mala- que representan para nosotros lo que sería el son y la puya, y ellos este par de aires que son los más antiguos poco lo conocen y mucho menos lo han interpretado, entonces ¿cómo decir que el vallenato es hijo de la ranchera?.

Rosendo Romero Ospino

lunes, 25 de mayo de 2009

LAS BRASILERAS

Con toda seguridad, ninguna canción ha tocado las vidas de tantas mujeres como esta Brasilera que nos dejó Rafael Escalona. Con el maestro ya sepultado y homenajeado, no está de más tratar de aproximarnos a una verdad que en alguna parte se quedó embolatada.

La primera "brasilera" necesariamente tiene que ser Corina, un merengue del ciego prodigio Leandro Díaz. Compuesta mucho antes de que Escalona lanzara La brasilera, la canción contiene, con milimétrica precisión, la melodía original, aunque su letra original es otra: Yo contaba una morenita / y quise brindarle mi vida / un día fui a hacerle una visita / pero la encontré retraída...

Claro que la encontró retraída. En realidad, Corina Ramos jamás le aceptó galanteos a Leandro. Hoy, con 75 años, me dijo risueña: "Es que Leandro era más enamorao que un perro lanudo".

Tres años después, Leandro regresó con la misma lana y pretendió a la hermana mayor de Corina, Clementina, quien se convirtió para siempre en alma y ojos del ciego.

Ya van dos mujeres y todavía no aparece Escalona en la película. ¿Cómo terminó Escalona con la melodía? La versión más reciente al respecto la cuenta el artista Efraín Quintero. Es aquí donde surge en esta historia algo parecido a una brasilera de verdad.

En una parranda con varios generales de la época, en la hacienda Las Flores, de propiedad de la familia Murgas, estaba como invitada especial una bella brasilera llamada Pia Dos Santos. Leandro cantó allí su Corina y, aprovechando la melodía, los dos se trenzaron en un duelo de versos, en la mayoría de los cuales Escalona cortejaba a la brasilera. De ahí habría surgido: "Yo la conocí una mañana que llegó en avión a mi tierra...". Ese fue todo el contacto de Escalona con la chica que Quintero describe como "de cabello ensortijado y ojos verdes".

Unos días después, Escalona acude a El Bosque, un bar de muchachas en Valledupar. Allí estaba una Zoila, cuyo nombre artístico era 'La brasilera'. Escalona retrajo los versos de Las flores para cantarle a la meretriz. Y ahí van cuatro "brasileras".

Ricardo Gutiérrez, investigador y coleccionista, nos cuenta otra historia. Dice que a Valledupar llegaron tres santandereanas a trabajar en los bares. Una de ella se llamaba Isabella. Gutiérrez dio con ella hace poco y escuchó la historia de sus propios labios. Según ella, Escalona la abordó en el aeropuerto y ella, por meterle picardía, le dijo que era brasilera.

Escalona contó la historia de muchas maneras posibles, diría yo que según al candor del interlocutor. Me temo que al autor de esta columna le contó la versión más cándida de todas, tal como pueden verificarlo en www.laesquinadelcine.com/juglaria/radio/brasilera.mp3.

Julio Oñate, el connotado investigador, me cuenta que en efecto el empresario Luis Murgas trajo a Valledupar al Embajador de Brasil y que éste vino con una despampanante sobrina, con la cual Escalona se dio un baño mítico en el río Marquesote y a la que terminó dedicándole Corina, con "melodía prestada". Sostiene Oñate que unos días después conoció a Sofía (la sexta brasilera) y le acomodó a ella la canción de la Dos Santos. El mismo Oñate me cuenta que en el año 1969 conoció en Valledupar a una hermosa brasilera y que ella le aseguró que era la protagonista del tema. Julio ignora si es cierto o no, pero eso no deja de convertirla en la séptima "brasilera".

Hasta que se me dio por llamar a la familia de Murgas, que tiene por qué saber. Ellos me contaron el viernes la verdadera historia. La tal brasilera no era brasilera, sino en efecto santandereana y a todas luces mujer de bar. Escalona andaba tan enamorado de ella que terminó llevándola a la hacienda Murgas, so riesgo de que las esposas "oficiales" de sus amigos se enfurecieran. Optaron entonces por la salida más fácil: les dijeron a las esposas que la joven estrafalaria allí presente era "una brasilera". Para hacer creíble el embeleco, Escalona tomó la canción de Leandro y le puso letra. ¡Las vueltas que da la verdad!

Ernesto McCausland