sábado, 29 de junio de 2013

EL DIA QUE ALEJO SE EMBORRACHO


Mucho se ha especulado sobre la vida del ‘negro’ Alejo Durán, especialmente en lo que respecta a su total abstención por el alcohol,  ya,  que algunos afirman que en su juventud si bebía, pero que alguna ocasión bajo el efecto de los radicales etílicos, en una parranda le pegó un pescozón a un necio que lo acosaba y al ver que el tipo tardaba largo rato en recobrar el conocimiento, se llevó un tremendo susto, pensando que lo había dejado listo jurándole entonces a Dios Todopoderoso que no volvería jamas a ingerir un trago, ni gorreao, pero esto son solo especulaciones sin ningún fundamento.

Sobre el particular tengo un testimonio muy revelador y es el de Joselina Salas Buelvas, natural del Yucal (Bolívar), la mujer con quién el negro Alejandro se casó el 7 de marzo de 1951 en Barranquilla, quien me confirmó que ni siquiera el día del festejo matrimonial lo vio empinando el codo, solo tomaba gaseosa y siempre la pedía tapada procediendo a descorcharla con su propio destapador, ya que vivía con el temor de que en una bebida pudieran echarle alguna sustancia maligna, pues ‘El negro’ era supersticioso en extremo.
Sin embargo, un episodio relatado por su guacharaquero de siempre José Tapia Fontalvo, nos muestra quizás la única ocasión en que su férrea voluntad fue quebrantada.  Estaba en Cereté para una fiesta del algodón un 2 de febrero y  a Durán lo atormentaba la urgencia de enviar unos recursos monetarios para su casa en Planeta Rica, pero no aparecía ningún parrandero solicitando un toque.  Como mandado de Dios, se presento  don Roque Guzmán, uno de los grandes bebedores de esa región, inmortalizado por “El cabo Erran” en uno de los clásicos del porro y que lleva su nombre: “Roque Guzmán”.    El personaje con su temple habitual y sabiendo que Durán era un abstemio reconocido le ofreció mil pesos si se tomaba una cerveza.  Bordeaba el año de 1970, cuando la plata todavía tenía valor y la suma ofrecida era un montón de dinero.  Sin dudarlo un instante, Alejo aceptó la oferta y despacho de un solo jalonazo una cerveza costeña.  Don Roque pago la apuesta e inmediatamente le ofreció mil más si se dejaba correr la otra, a lo que ‘El negro’ le respondió: “Pero esa te vale dos mil”.  Guzmán sacó la plata que en esa época no le faltaba, pero ‘El negro’ escurrió el bulto diciendo que con los mil que ya tengo en el bolsillo yo resuelvo mi problema, y en esta forma frustró las intenciones del simpático personaje que lo único que quería era emborracharlo.
Este episodio revela la grandeza del alma del ‘negro’ Alejo, a parte del consabido espíritu de abstinencia, puesto que claudicó pero por el bondadoso fin, de enviar el dinero a su familia y una vez solucionado eso, no se dejo tentar por plata ya que su voluntad fue más fuerte que el atractivo del billete.
Claro que Tapia me comentó además, que Alejo sintió el efecto de la cerveza, ya que iba muy eufórico, con el ojo brillante, el sombrero a medio la’o y apostando que el era capaz de meterse a la corraleja y sacarle cuatro mantazos al toro, pero con el acordeón y ese día, parrandeando con su amigos cereteanos al animar el toque de sus canciones, no se escuchaba el habitual “OA y APA”, sino un grito constante diciendo ¡SABROSO! ¡SABROSO!
Por: Julio Oñate M.
Tomado de la obra: Los secretos del vallenato. 

MATILDE LINA


Por: Celso Guerra Gutierréz

  La canción más popular  del maestro Leandro Díaz Duarte, se conoció en la versión de Alfredo Gutiérrez, cuando este la grabó en 1971.
  Rodrigo Oñate, amigo y compadre de  Alfredo, se la escuchó a Leandro  cuando el  bardo, la interpretó en una parranda, acompañado por las guitarras sandieganas de, Juan Calderón, Antonio Ibrahim y Hugo Araújo; Oñate, quedó prendado por la belleza literaria de semejante canto, e inmediatamente, se la recomendó  al intérprete.
Leandro Díaz,  hizo este canto a orillas de las cristalinas aguas del  río Tocaimo, ubicado en la población del mismo nombre, corregimiento de San Diego de Las Flores, quien junto al caserío de El Rincón, le dieron cariño y calor humano para que este gran juglar, compusiera en este entorno sus mejores canciones  y desplegara todo su talento y lo irrigara por todo el planeta.
  Matilde Lina Soto Negrete, verdadero nombre de la  musa inspiradora de esta legendaria canción, es una agraciada dama oriunda del caserío del Plan, corregimiento de La Jagua en La Guajira, anclado en plena Serranía del Perijá, a la cual, Leandro conoció  en una fiesta en Manaure, a donde Díaz, fue invitado por su acordeonero y compañero “Toño” Salas.
Matilde era cuñada de Toño Salas, además pariente de la “Vieja” Sara, Madre de Emiliano Zuleta Baquero.
En la fiesta de la virgen del Carmen, patrona de Manaure, que ambos disfrutaban de ese año 1970, escuchó Leandro,  la voz dulce de la fémina que no reconoció  y al indagarle a  ella por su nombre, le respondió, que se llamaba Matilde Lina.
El juglar quedó enamorado  de la dama a la que le ofreció una  visita en su tierra, El Plan.
Allí llegó para un 11 de noviembre  a cantarle y la serenateó  con la canción  que años más tarde se convertiría en icono del folclor vallenato.
Matilde Lina, quedó embelesada con semejante oda que Leandro antes de hacerla grabar, la había hecho muy popular en la región acompañado por su compañero de muchos años “Toño” Salas.
Con lo que no contaban los protagonistas de esta historia  es que el romance no se podía dar, ya que ambos  contaban con una abundante prole, ella, con  su esposo y 4 hijos y  además en estado de gestación y Leandro con 10 hijos aproximadamente.
Este canto de Leandro  le ha dado  a la protagonista mucha popularidad en la región, Colombia y el exterior, tanto que ella manifiesta que su casa se volvió una romería de personas de distintas procedencias que llegan a conocerla.
Matilde Lina, ha sido grabada en muchas partes del  mundo, “El Gran Combo” de Puerto Rico; Roberto Torres, de Cuba; Los Melódicos  de Venezuela y la más conocida , la de Carlos Vives, el cual en el sepelio le agradeció  a Leandro  haberle mostrado el camino de Valledupar y desviarlo de Hollywood.

jueves, 20 de junio de 2013

PABLO FLOREZ Y LA AVENTURERA



Recientemente terminó su debut ante la vida el notable compositor sinuano  Pablito Flórez, es esta la historia del paseo la aventurera, una de sus canciones más  más conocidas:
Hacia finales de 1962, al conformarse en Ciénaga de Oro, Córdoba, el Combo Orense, de Antolín Lenes, Pablito Flórez, su timbalero, se rebuscaba con sus amigos músicos en las fiestas pueblerinas del alto y bajo Sinú. Si bien en la Costa Caribe ya se conocían algunos porros y gaitas interpretados por la Sonora Cienaguera (de Ciénaga de Oro), nombre artístico con que la Disquera Fuentes identificaba la tropilla musical del célebre Antolín, las oportunidades de trabajo para la gente del pentagrama eran en extremo escasas en una tierra en la que ser músico es casi una religión.
La historia de la Aventurera
No obstante, el grupo consiguió un contrato en Valencia, otro pueblo de Córdoba, cercano a Tierralta, para amenizar las veladas de fin de semana en el cotizado burdel de Petrona Naranjo, la más prestigiosa promotora vaginal de toda la comarca.
Como la proximidad de la fiesta brava atraía a gente de todos los pelambres, un trío de indomables damiselas entró a realzar con sus ofertas de caricias el cartel de Petrona. Entre ellas sobresalía Ninfa Isabel, una belleza sinuana de piel acanelada, pelo castaño, grácil figura y finos modales, cuya sonrisa casi le endereza la joroba a Pablo Flórez. A este lo acompañaban Filiberto González, Diego Espinosa, Antonio Franco, el “Kike” y algunas veces el maestro Antolín.
La primera noche el sitio estaba repleto, y los músicos departieron y libaron copas con las debutantes. Pablito sólo tenía ojos y frases galantes para Ninfa Isabel, la de la turbadora sonrisa. No hizo antesala el amor, y al despuntar el alba sus corazones y sus cuerpos se trenzaron en un ardoroso encuentro que hizo trepidar y traquear con intensidad y ternura el viejo catre de lona de los amores de alquiler.
Terminada la corraleja, Ninfa Isabel levantó el vuelo hacia otros pueblos en fiesta en los que billetes y deseos rodaban sin control, y cuando las circunstancias se lo permitían regresaba para reunirse con Pablo donde Petrona, y avivar el fogón feliz que ardía en las entrañas del trovador. Si a ella le encantaba su musicante, a él la hembra lo traía de un ala. Así se fue consolidando entre los crujidos complacientes del nada casto catre una relación descomplicada, sin celos ni reproches, al tiempo que Maxi, la esposa de Pablo, enterada del tórrido romance, inició sus interminables retretas de lengua celosa.
Ninfa Isabel
Para los compañeros del conjunto, Ninfa Isabel, quien siempre regresaba con la cartera abultada por su peculiar peregrinaje por las tierras altas y bajas del Sinú, era “la Aventurera”, y, aunque en ocasiones le pegaba su refuercito monetario a las arcas minúsculas de Pablo, las bromas por su estado de cachón contento y enamorado empezaron a proliferar. Por esa época, Pablo debió acudir en Montería al consultorio de su amigo el doctor Mendoza en procura de un tratamiento contra un fuerte y constante dolor de cabeza que lo agobiaba. El diagnóstico del galeno sólo contribuyó a incrementarle su tormento: “Tu problema es que pesan demasiado los cachos que te pega Ninfa”.
Cuando, pasado algún tiempo, el burdel de Petrona perdió un poco de auge y las actuaciones en vivo de los músicos orenses disminuyeron su frecuencia, Ninfa se perdió en la vorágine cabaretera del viejo Bolívar, mientras Pablito, con su guitarra compañera, recorría las fiestas sabaneras, desde Sincelejo hasta El Caramelo, siempre con la esperanza de volver a saborearla. Como no la encontraba, desconsolado le enviaba cartas que nunca obtenían respuesta, mientras su tristeza contrastaba con la alegría de Maxi al sentir nuevamente a su macho dentro del corral. Con el sentimiento de un poeta herido, compuso el paseo La Aventurera, que Antolín y su Combo Orense grabaron para la etiqueta fonográfica Codiscos, vocalizada por el autor:
La Aventurera.
Hace tiempo que ha salido de mi pueblo
Una mujer aventurera y no se sabe dónde está,
La pregunto por todas la carreteras,
Por todos los caminos, pueblos y ciudad.
Esa mujer tiene fama de ser buena
Porque así lo ha demostrado y he presenciado yo,
Una vez que se fue pa’ Cartagena
Pensó que me moría y enseguida regresó.
Si supiera que la quiero
Volvería por estas tierras,
Al pueblo Ciénaga de Oro
Donde tiene quien la quiera.

Un éxito
Esta canción estuvo de moda durante mucho tiempo en toda la Costa, e hizo de sus intérpretes los preferidos del público a la hora de algún bailoteo.
Cuando en 1964 Petrona quiso reactivar el negocio, envió señales de humo a los del Combo y a sus antiguas damiselas y todos llegaron hasta el puerto de Montería. Al embarcarse en el río Sinú rumbo a Tierralta, el corazón de Pablo volvió nuevamente a latir como el bombo de una banda papayera, ya que en la embarcación iba Ninfa Isabel, en la misma dirección.
La última vez que la pude ver de cerca
Fue en el puerto de Montería, y enseguida se embarcó.
Iba rumbo directico pa’ Tierralta,
Muchas veces le escribía y jamás me contestó.
El desquite
El desquite de la cruel ausencia y el olvido fue una lujuriosa luna de miel de dos semanas, al cabo de las cuales Pablo regresó a su casa bastante liviano de peso y sin un peso en el bolsillo. Su mujer, que ya había olfateado el tocino, le armó un tremendo berenjenal y hasta le pidió la separación. Como un rayo salvador, una llamada telefónica le anunció a Pablo que en la Caja Agraria tenía las regalías musicales de La aventurera. Al momento de cobrarlas exigió que los dieciocho mil pesos que debían entregarle se los dieran en billetes de uno y de dos pesos. Con dos bolsas repletas de papel moneda, Pablo entró en su casa y vació su contenido sobre la mesa del comedor. Su esposa, oscilante entre el temor y la desconfianza, se negaba a recibir el dinero convencida de que aquello era producto de algún atroz delito cometido por él, pero al explicarle su marido que era el fruto de los derechos autorales de La aventurera, no sin evidente fervor imploraba al cielo diciendo: “Bendita sea, y ojalá que Dios la vea por donde quiera que ande”.
Voy a ir a la fiesta’ El Caramelo
Donde dicen que es preciso que ella sale a aventurar,
Para de nuevo decirle que la quiero,
Conquistármela de necio y hacerla regresar.
Si supiera que la quiero
Volvería por estas tierras,
Al pueblo Ciénaga de Oro
Donde tiene quien la quiera.
Tiempo después, la inspiración afloró de nuevo y Pablo compuso el merengue La del tatuaje, que expresa con fidelidad su martirio y su desesperanza. Desde entonces un halo de leyenda ha crecido en torno a esta enigmática y resbaladiza mujer:
La paso tomando ron
Por una ingrata que me engañó
Y se llevó mi corazón
Dejando el cuerpo sin el timón.
Si alguien me da noticia,
Con mucho gusto le pagaré,
Su filiación es facilita,
Espere amigo y le contaré.
Ahora le voy a decí
A ver si usted me la ve,
Su nombre le prometí,
Se llama Ninfa Isabel.
Muchos años pasaron, la herida cicatrizó, pero los recuerdos afloran cada vez que Pablo Flórez interpreta La aventurera, obra que fue y sigue siendo su carta de presentación musical no obstante la gran popularidad de su reciente creación Los sabores del porro.
A finales de 1980, por allá por Tierralta, se dio un sorpresivo encuentro entre ellos dos, más traumático que halagador, en el que Pablo casi no reconoce a la desteñida y ajada flor a quien el verano inclemente de los años y los desgastadores amaneceres del prostíbulo le habían quitado la fragancia y el color. Ese mismo día, en parranda de amigos, le compuso una nueva estrofa a la canción, que funciona a la manera de un epílogo triste y desengañado de la tormentosa historia:
Sólo quedan los recuerdos,
Añoranzas del ayer,
Ya tiene blanco su pelo
Trasnochado en el burdel.
En lo que parece ser una constante en las mujeres de vida alegre cuando llegan a su otoño, Ninfa Isabel ha dado un vuelco místico a su vida y se ha dedicado a rezar y a predicar sus creencias religiosas en Barranquilla.
Hace algunos años, el diario El Meridiano de Córdoba le tributó un homenaje al eximio compositor sinuano, al cual invitaron también a Ninfa Isabel, la aventurera en uso de buen retiro, quien fue la encargada de entregarle una placa conmemorativa. Esa última noche, en la tarima del evento, los latidos de sus corazones cansados no fueron más que la sombra sorda del repiqueteo travieso de aquel frenético catre viejo del visitado burdel de Petrona.
Por: Julio Oñate M.