domingo, 31 de octubre de 2010

LAS BRUJAS

LAS BRUJAS

Fecha 30 octubre 2010

Por: Julio Oñate Martínez

La noche de brujas es una celebración pagana que tiene una vieja tradición en el país del norte y que actualmente alcanza gran notoriedad en los países de habla hispana como la noche de las brujitas o del halloween.
El juglar vallenato de antaño, cantor de la cotidianidad, quizás sin ninguna influencia foránea dejó plasmadas a través de sus cantos las tribulaciones sufridas bajo la influencia supuesta de brujas, demonios y espantos, ya que le tocó vivir una época propicia para la imaginación supersticiosa. No había luz eléctrica y el transporte era casi siempre muy difícil generalmente a pie o en bestía por oscuros y solitarios caminos donde podía encontrar el canto o el vuelo de un ave nocturna, la sombra de una ramazón movida por el viento, los susurros de la brisa nocturna, los ruidos de ciertos animales de actividades noctámbulas y finalmente la picardía de siempre, los aprovechadores de la sombras de la noche para sus actividades furtivas. Todos los anteriores factores contribuían positivamente a la creación de historias fantásticas emparentadas con las que la imaginación popular ha ido constituyendo desde que existe el miedo.
Algunos de estos episodios tuvieron la suerte de llegar a una grabación fonográfica para quedar como testimonio del tema tratado y fue Luis Enrique Martínez ‘El gran pollo vallenato’, personaje supersticioso en extremo quien más se ocupo de estas historias atribuyéndoles gran veracidad. De su inspiración es el paseo la bruja donde revela sus temores por pretender a una viuda que en La Jagua del Pilar le había pinchado el corazón. Algunos aparte de la letra:
En la Jagua hay una viuda
Que me llama la atención
Y se está metiendo a bruja
Pa’ jugame una traición

Otro canto donde Luis Enrique participa solamente como intérprete corresponde a la autoría de Sebastián Ospina Viloria, un viejo acordeonero de El Difícil (Magd). Quien compuso el tema ‘La Mariposa’
La mariposa no la pude ver
Solamente la sombra le veía
Mis amigos, ahora si estoy por creer
Que son cosas de pura brujería
Es el relato que hace el autor ante la sombra amenazante que en forma de gigantesca mariposa le cerraba el paso en una clara noche allá en uno de los estrechos callejones de su pueblo.
El viejo Emiliano Zuleta compuso también un son titulado ‘La Bruja’, prácticamente inédito pues hoy se encuentra perdida la grabación que de él hiciera ‘Colacho’ Mendoza en 1962 en la desaparecida etiqueta Carrizal de Barranquilla.
En la sierra, en la sierra hay una bruja
Óiganlo señores que no me deja dormi
Si me sigue, si me sigue molestando,
Si me sigue molestando, me voy pa’ Caracolí
En Caracolí; Sabanas de Manuela, corregimiento de San Juan del Cesar despachaba el renombrado Indio Jerónimo ‘El Papaupa’ de los curanderos provincianos en aquello lejanos años.
‘La Bruja de Chimichagua’ de Julio Herazo y ‘El brujo de Arjona’ de Guillermo Buitrago son algunos más de los ejemplos que engrosa está temática hoy diluida al compás de nuevos tiempos con el advenimiento de grandes inventos y adelantos que se llevaron la ingenuidad de la gente y los demonios brujas y espantos fueron desapareciendo de la fax de la tierra y también del pentagrama.
Este largo fin de semana escucharemos a los bebedores de aquí del Valle repetir alegremente ‘Triqui, triqui,halloween, quiero whisky para mí.

domingo, 3 de octubre de 2010

EL FESTIVAL DE LOS CHAMBONES

Por: Julio Oñate Martínez
Fue aquí en Valledupar y se celebró en 1970 después de ser coronado Calixto Ochoa como rey profesional a quien el Turco Pavajeau homenajeó con una memorable parranda en la residencia de la matrona vallenata Ernestina “Tina” Pumarejo de Cabas, recinto considerado por todos como un verdadero templo del vallenato más auténtico y la amistades más entrañables.
Varios acordeoneros aficionados ya rodillones insistíamos obstinadamente en que nos dejaran actuar delante del selecto y numeroso grupo de parranderos que se deleitaban con el mano a mano que sostenían Colacho, Ovidio y Calixto, y fue Colacho quien propuso el concurso de los chambones que allí estábamos tratando de hacernos notar. Se inscribieron Romoca, Jaime Olivella y mi persona.
El jurado integrado por Jike Cabas y Colacho determinó que cada participante ejecutaría dos temas libres y llamó de inmediato a Romoca al centro de la sala. El inolvidable Rodo Cabas y el Negro Adán fueron los acompañantes.
El comandante trató de impresionar con su incesante flequeteo y meneando el acordeón pa´ lao y lao con gracia y picardía pero no desgranaba nada del teclado. De su autoría interpretó el merengue ¨Katia¨ y el paseo ¨El tambaleo¨, pero se volvió puro swing y morisqueta pero de la nota, nada. En el merengue que compuse más adelante con el título de ¨El festival de los chambones¨, así describí este pasaje:
En el valle hicieron un festival
Colacho y el Jike eran los jurados
Y los que llegaron a la final Eran los chambones más afamados
Con aire elegante y atrevimiento
Me salió el primero que fue Romoca Pensó que ganaba, estaba contento Pero flequeteaba y no tenia nota

Seguidamente Jaime Olivella ¨El pollo ronco¨ estremeció el lugar cuando con su voz de trueno cantó el paseo ¨El Cristo de Mariangola¨, su único repertorio y entonces en la segunda salida con el mayor desparpajo lo tocó nuevamente pero esta vez en aire de merengue. Su potente voz apagaba el acordeón y así el jurado no se percató de su ejecución algo menos que regular.
Don Jaime Olivella que es pollo bueno
Tocaba diciendo, seré el campeón
Pero si cantaba no había acordeón
Porque la apagaba su voz de trueno

Me tocó cerrar y con el tema de mi autoría titulado ¨Los acordeoneros locos¨ dedicado a Chorro Balín, Nono, la Vara y el Mono Pepa de la Paz me le fui adelante a mis adversarios
Tocando bonito y con emoción
Con notas que alegran el cañaguate
Y dijo el jurado es pa´ Julio Oñate
La gran corona del mejor chambón

Hermosos tiempos aquellos del viejo Valledupar, cuando en la casa de la Familia Cabas Pumarejo se vivieron grandes epopeyas de nuestro folclor tradicional que nos hacen recordar este recinto como lo que fue: un verdadero templo del vallenato más auténtico y la amistad más entrañable.

EL DIA QUE VINO CALIXTO

En el año 1958, Roberto ‘El Turco’ Pavajeau adelantaba su bachillerato en la Academia Militar José María Córdoba de Medellín, una especie de aeropuerto docente donde aterrizaban todos los estudiantes que vivían algún conflicto en los colegios de esta ciudad.
Una mañana septembrina, deambulando por el centro con un par de compañeros de la academia al pasar detrás del hotel Nutibara en una vieja casona convertida en pensionado, ‘El Turco’ escuchó en su interior un acordeón alegremente ejecutado con destreza que llamó poderosamente su atención. Intrigado se acercó siendo informado por la propietaria del inmueble que se trataba de unos recién llegados músicos vallenatos de apellido Ochoa. Más intrigado aún tocó la puerta de la habitación y fue recibido por un individuo de tez blanca y lacios cabellos negros, quien se identificó inicialmente como Cesar Castro Jérez, oriundo de Zambrano, (Bolívar) quien estaba acompañado por un joven moreno muy risueño modestamente vestido de caqui y botas media caña, llamado Calixto Ochoa Campos, nacido en Valencia de Jesús, un corregimiento de Valledupar. Ensayaban para una grabación que realizarían muriendo la tarde en la disquera Fuentes.
Enterado Calixto que ‘El Turco’ era su paisano le hizo la invitación formal a presenciar la grabación, como realmente ocurrió. Con Cesar Castro en la guacharaca y el cajero Rafael Día ‘El Mocho’, el Valenciano con su acordeón “Dos en tres” (un honner de dos hileras con los bajos armonizados), dejó impreso en el acetato los temas de su autoría “Músicos y choferes” y “Si el mar se volviera ron”.
Finalizado el evento todos coincidieron en festejarlo y se instalaron en la terraza de una heladería en el barrio Laureles, donde Calixto y sus pupilos armaron un tremendo alboroto que fue visto con recelo por los antioqueños quienes no alcanzaban a comprender la euforia y devoción con que los costeños celebraban aquella música, para ellos perniciosa y estridente.
Finalizando la noche los parranderos se fueron con su música para “La curva del Bosque”, un sitio de ambiente cabaretero donde con las claras del día fue necesario que ‘El Turco’ dejara empeñado un valioso reloj marca “Mulco”, para cancelar la cuenta. El reloj, herencia de su abuelo el doctor Juan B. Pavajeau, en la época el médico del Valle. Nunca regresó a rescatarlo y este remordimiento lo ha molestado siempre.
Calixto regresó a Sincelejo, donde residía, con el compromiso de ir a Valledupar en las vacaciones y así atender la gentil invitación que le hiciera su nuevo amigo Roberto Pavajeau. Fue una tarde de enero del año 59 cuando se encontraron nuevamente en Valledupar, de donde ‘El Valenciano’ había emigrado en el 53 para radicarse finalmente en Sincelejo, la capital sabanera del viejo Bolívar. Calixto llegó estrenado un flamante Willis de color verde trayendo de compañeros al ‘Mocho’ y al ‘Turco Asa’ un notable parrandero de todas las épocas inseparable del ‘Negro Cali’.
Se instalaron en “El Rey de los bares” y en tropelín la gente colmó el lugar, ya que las primeras grabaciones de Ochoa se escuchaban muy exitosamente en todos los pueblos de nuestra costa.
Sobre las 11 de la noche se presentó allí Darío, el hermano de ‘El Turco’, con un grupo de amigos de la talla del pintor Molina, Bambino Ustaris, Hugues Martínez y Raúl Moncaleano, acompañado además por Colacho Mendoza, Adan montero y Cirino Castilla. Estos fueron invitados por ‘El Turco’ a integrarse a la parranda, pero Darío un poco receloso no obstante ser sus carnal prefirió armar toldas aparte instalándose entonces en la mesa contigua pero sin ánimo de piquería o rivalidad, sólo para hacerle saber al músico de Valencia que el corral Vallenato era Colacho, el gallo que más cantaba.
Después que Calixto interpretó su “Lirio Rojo” Nicolás Elías le respondió con la “Creciente del Cesar”. Calixto disparó su rumbón “El niño inteligente” y Colacho en el mismo ritmo ripostó con “Ven” de Víctor Camarillo.
Nuevamente atacó Ochoa con “la Interiorana” y “El herrante” de Lorenzo Morales brotó del acordeón moruno del caracolicero y así sin fricciones ni la más leve intención de protagonizar un duelo transcurrió esa épica y memorable noche para el folclor vallenato.
A partir de ese día, la amistad, la admiración y el mutuo respeto entre estos dos juglares quedaron sellados para siempre sin la menor duda que al coincidir en una balanza de valores artísticos y humanos esta permanecería serena sin pendular a ninguno de los dos lados.
Fue la primera vez que Calixto ya como acordeonero profesional debutó aquí en Valledupar.

Julio Oñate M.