domingo, 12 de julio de 2015

LA PROFECIA DE DIOMEDES

Hacia 1975 el nombre de Diomedes Díaz tomó gran popularidad como compositor a raíz del tremendo éxito de su canción ‘Cariñito de mi vida’ en versión de Rafael Orozco y Emilio Oviedo, en el cual fue bautizado por Rafa como ‘El Cacique de la Junta’, su pueblo natal.
Diomedes luchaba enconadamente contra todos los obstáculos que sufría a su paso, propios del artista desconocido, sin relaciones, sin padrinos y con limitaciones económicas extremas. Su apariencia era la de un muchacho provinciano de vestir modesto, gafas estrafalarias y precaria dentadura evidenciando su origen humilde y campesino, pero generosamente dotado por la naturaleza con un talento musical inmenso que le permitió superar todo el escabroso ascenso hacia la cima de donde Dios Todopoderoso lo hizo descender para enfrentarlo a su propia pequeñez.
Fue la época en que visitando en El Difícil (Magdalena) a sus parientes los hermanos Jaime, Lucho y Alejandro Maestre, conoció a Miriam Montes Pérez, una hermosa lugareña que bastante bulla hacia en el pueblo por su porte, elegancia y distinción.
El temperamento jovial y extrovertido de Diomedes le permitía hacer amigos con facilidad y en cálidas y emotivas parrandas con los acordeoneros aficionados Carlos Arrieta y ‘El Niño’ Tovar fue cimentando una estrecha amistad con los hermanos Arturo y Armando Lolo y Andrés Manuel Ruiz, quienes en adelante serian sus anfitriones y respaldo social.
Diomedes tratando de acercarse a la preciosa Miriam comenzó a frecuentar ese pueblo viajando para ello en los buses que desde Valledupar hacían la ruta hasta Plato y aprovechando que los padres de la joven permanecían en su hacienda, fueron varias las semanas que en complicidad con sus amigos le llevó serenata a su ventana y con inspirados y amorosos versos rápidamente se robó el corazón de la doncella.
El celular aun no aparecía y las citas telefónicas en Telecom intrigaban a los familiares de la joven, que continuamente recibía cartas, razones y detalles enviados por su novio desde el Valle.
Para una fiesta del pueblo Diomedes se presentó acompañado por Andrés Manuel Ruiz a pedir la mano de Miriam para llevarla al altar.
El viejo prevenido, que ya se había olfateado el tocino, lo recibió agriamente y lo despachó diciéndole duramente: “Oiga muchacho usted que se ha pensando, con tanto rico que hay aquí en El Difícil, cree que yo voy a soltarle mi hija a un pobre diablo como usted, que no tiene ni con que comprarle una vaca y muchos menos una quinta, se larga de mi casa y evítese un problema”.
Humillado y destrozado Diomedes se fue a beber con su amigo hasta la estación de policía que estaba al lado de la oficina de Copetran y en el primer bus que pasó se regresó al Valle.
Aquel trancazo sentimental no lo derrotó y avivando la llama del amor furtivamente siguió los amores con Miriam, a ella le dedicó el paseo ‘Mi Profecía’, pregonero de futuro matrimonio cuando anunciaba: Poncho Zuleta pretendió a Luzmila/ porque en ella encontró lo que ha anhelado/ y ahora cuando yo me case con Miriam/ seré otro parrandero organizado.


Diomedes creció artísticamente, se hizo famoso y cuando grabo ‘La ventana marroncita’ (Tres Canciones) le hizo creer a Miriam que a ella se la dedicaba pues coincidencialmente tenían este color las ventanas de su casa. Hasta aquí llegaron los amores, la mentira acabó con todo, pues Miriam estaba enterada del próximo matrimonio de él con Patricia Acosta.
Desconsolada aceptó la oferta de sus padres de irse a estudiar al exterior y desde entonces vive fuera del país, donde la ausencia y la distancia le ayudaron a olvidar aquella anhelada profecía que nunca se cumplió.

Por Julio Oñate M.

ASI COMENZO EL PRIMER FESTIVAL VALLENATO

Aquel lejano 29 de abril de 1968 cuando se presentaron en la plaza Alfonso López de Valledupar el grupo de acordeoneros que competirían en ese primer concurso de juglares vallenatos (aún no surgía la denominación Festival para esa competencia), los organizadores del evento a falta de un reglamento como tal, le dieron carta blanca a los participantes para que de su repertorio interpretaran lo que quisieran y sin un orden establecido les dieron plena libertad para que el que se sintiera más competente se encargara de romper el celofán. Jaque como siempre y con el acordeón engatillado, Emiliano Zuleta Baquero no se hizo esperar y alegremente arrancó tocando su merengue ‘La Pesquería’, conocido también como ‘La pesca’, una simpática página que habla de su fracaso como pescador, constituyéndose este en el primer peldaño de esa larga escalera que hoy cumple ya cuarenta y ocho años de historia.

Comenzaba la década de los años cincuenta del siglo anterior y era costumbre de los villanueveros pescar en el río Badillo, que al sur de esta población formaba unos grandes pozos apropiados para acorralar los cardúmenes de bocachico y con leche de ceiba o barbasco que se arrojaba al agua, los peces quedaban adormecidos y hasta con la mano se podían recoger para llenar sacos de fique o cualquier otro recipiente oportuno. No se escapaba la sardinata o dorada, el comelón y hasta el pejerraton, un tipo de anguila, hoy extinguida de nuestros nativos afluentes.
Al respecto me comentaba Emilianito: “recuerdo que mi papá y su compadre Chelalo Molina un día antes de la pesca se iban a ‘La Selva’, la finca de Lucho Dangond donde abundaban corpulentos árboles de ceiba y ellos con el hacha le hacían incisiones en el tronco y de estos brotaba la leche que se recogía en ollas o latas que al echarla en el río producía la mortandad de peces”.
En la referida pesca parece que se hizo en alguna época no apropiada, lejos de la primavera y hubo tendereta de bocachicos pero estaban demasiado pequeños.
De regreso en Villanuenueva, Emiliano le ofreció los de él a la niña Zenaida Cotes quien acabó con sus pretensiones al decirle, están muy chiquitos, eso no hay quien te los compre.
Él se había ido escondido de Carmen Díaz y de carrera los dejó mal salados y los guardó donde doña Francisca Quintero, la mujer del Mono Aarón, otro frustrado pescador e igual suerte corrió el compadre ‘Chelalo’ que se llevó la escopeta y mientras los compañeros cometían el infanticidio ictiológico él logró matar dos conejos para pagar el flete del carro contratado para esta aventura.
Unos amigos de Urumita parece que corrieron con mejor suerte en esta cruzada badillera, que condensada en un merengue vallenato cumple ya cuarenta y ocho años de estar sonando en el Festival. Aquí la tocan en todas las categorías, pero todos ignoran que con este simpático y alegre canto comenzó la historia más bonita que hoy viven los colombianos, el Festival Vallenato.

Por Julio Oñate Martinez.