domingo, 30 de enero de 2011

HOMENAJE PA´L BAILADOR





Por: Laura Ardila Arrieta

La vida del Hijo Mayor de Cartagena, que ha puesto a bailar a tres generaciones en el país y en el mundo, es mucho más que los excesos y desórdenes que ha protagonizado. Perfil de un genio del Caribe.

1.La música no tiene tabú, te cambia tristeza por gozo. Oh, oh, oh, ¡vine duro, ya avisé!

Musa original

El 31 de octubre de 1955, todos los aguaceros que habían azotado Cartagena a lo largo de un mes parecieron juntarse en menos de un minuto para acabar con ella. El agua comenzó a caer desde temprano y a ablandar la tierra del cerro de La Popa que, por la tarde, se deshacía sobre los precarios barrios cercanos a la montaña: Torices, Bruselas, Canapote, Daniel Lemaitre… En una escena de espanto que no es desconocida para la ciudad ni para algunos en el país, aquel día llovieron piedras, llovieron palos.

Ángela González era una negraza delgada, de caderas anchas, que por la mañana aprovechó el surtido del cielo para lavar la ropa y asear un poco su vivienda del sector de Nariño, en las faldas de La Popa. A eso se dedicó hasta que la urgencia de los dolores le reveló que el momento de parir era inminente. Se secó, se arropó el barrigón y se acostó a esperar la llegada del marido: el albañil Guillermo Arroyo.

Cuando el hombre llegó al hogar por la noche, los gritos de Ángela se confundían entre los truenos, que con los relámpagos le daban a la circunstancia un aire de película de horror. María, si es niña, y Álvaro, si es niño; habían conversado en alguna ocasión anterior. Poco importaba eso ahora: la mujer estaba que paría, el barro ya inundaba la casucha y Guillermo tenía la certeza de que en esas condiciones no encontraría un transporte hacia el hospital en kilómetros a la redonda. Película de horror.

Madrugada. El niño a punto de llegar. El agua, negra, a la rodilla. La oscuridad. Desesperado, Guillermo Arroyo les arranca a sus pocos muebles pedazos de plástico con los que arropa a la mujer, que asegura no poder más. La levanta como a un bebé. La saca a la calle. A la esquina. Un minuto, muchos minutos, una hora, dos horas. Año y medio de amores y nueve meses de embarazo se redujeron de pronto a una esquina oscura, bajo la lluvia.

De repente, un milagro. Un bus. “Un bus de palito”, que llaman en Cartagena, de esos de tabla que se parecen a las chivas. Guillermo sacó la mano y esperó. El conductor, que transportaba a un grupo de músicos ebrios y, por supuesto, escandalosos, se detuvo. El mejor momento del día ocurrió cuando arrancaron hacia el hospital Santa Clara (sí, el mismo que luego se convirtió en un lujoso hotel, en pleno Centro Histórico de la ciudad), con una inesperada banda sonora al fondo que celebraba el nacimiento: unas trompetas borrachas, un tambor desafinado y un iluminado filósofo que gritaba: “¡Párale bolas, que ese pelao va a ser músico!”.

2.Qué inolvidable es la noche, qué romántica noche, cuando besé tu boca de grana, ¡bella noche!

La noche

Hace 55 años, el 1º de noviembre, vio la luz del sol el llamado Hijo Mayor de Cartagena. El considerado genio de la música popular, que por pura intuición supo combinar los mejores y más sabrosos aires del Caribe y de la sabana en un plato que tiene bailando al país entero desde hace más de tres décadas, bautizado como el ‘joesón’. El mulato de la voz de tarro, cuyo timbre ha sido comparado con el de Celia Cruz y cuya obra ha sido objeto de atención de la televisión inglesa y de diarios como The New York Times. El hombre de la vida celebrada por Rafael Cortijo, Richie Ray, Bobby Cruz, Ralph Mercado y un largo etcétera de grandes.

Se crió sobrado de carencias, en las calles del barrio Nariño, un populoso sector de ‘La Heroica’ habitado históricamente por negros provenientes de Palenque. Sin contar con 10 años ya era el mayor de tres hermanos y la cabeza del necesitado hogar, que Guillermo, su padre, abandonó muy temprano. La vivienda era de madera y quedaba en una esquina, sin alcantarillado ni agua potable. En promedio cada tres días el Joe iba a buscar el líquido a la casa del viejo Jericó, el único vecino que tenía el servicio, encajada en una loma que sube a La Popa. Era una cuadra larga de camino. El niñito subía y bajaba siempre cargando una lata grande, en la que alguna vez se envasó aceite. Iba cantando. Metía la cabeza en la lata y cantaba. Casi todas eran canciones de Raphael. Y cuenta la historia, y cuenta el mismo Joe, que el ejercicio le sirvió para educar la voz. “Para saber los defectos, para conocer los altos y los bajos. Las exageraciones y las deficiencias que yo tenía”.

El niñito estudió primaria y secundaria en el colegio Santo Domingo, del Centro. Se vinculó a la Coral Cartagena y algunos domingos cantaba la misa. Pero pronto cambió la misa por los prostíbulos y allí, presentándose con orquestas menores, se entrenó y estrenó en el oficio que desde entonces no ha podido abandonar: se entrenó en la noche.

La noche lo llevó a Barranquilla, donde, jovencito, de 15 años, cantaba con una orquesta llamada La Protesta, los fines de semana en las playas de Puerto Colombia. En esas estaba cuando el compositor Isaac Villanueva le presentó al teso mayor, Fruko, que ya tenía cantando a Colombia entera con la voz de ‘Piper’ Pimienta. El maestro buscaba cantante para su agrupación y ya habían sido muchos los llamados, pero pocos los elegidos. Mejor dicho, ningún elegido, hasta que el Joe entró en la escena.

Horas después, el Joe Arroyo grababa en los estudios de Discos Fuentes, en Medellín, la canción El ausente, de autoría de Villanueva. Inesperadamente, Fruko le gritó delante de todos los músicos que lo observaban a través del cristal de la cabina de grabación: “¡Joe, anima!”, pero el Joe no sabía qué significaba para su jefe “animar” y, del susto, sólo se le ocurrió hacer un sonido gutural, como un relincho, que desde entonces lo identifica en casi todas sus canciones.

Aquella tarde, la vida de ambos se partió en dos y el Joe conoció el éxito con Fruko y Fruko alcanzó mucha más gloria con el Joe. Para ilustrarlo, para sentirlo, para querer bailarlo, basta con mencionar los siguientes títulos: Tania, El caminante, Manyoma, Palenque y Confundido.

3.Miserable, agresivo, se ha atrevido a limpiarse en el nombre que forjé. ¡Maldad, maldad!

Inocente

Doctorado en excesos y desórdenes con Fruko, celebrado en el mundo entero, reconocido colega de Héctor Lavoe y de El Gran Combo de Puerto Rico, entre otros, en 1981 el Joe Arroyo funda de manera oficial, con 14 músicos, su propia orquesta: La Verdad, un proyecto que venía ideando desde 1975. Es decir, que llevaba más o menos seis años hablando de él. “Ya sabes que cuando yo vaya a armar mi orquesta tú estás ahí, ¿ah?”, les decía a sus compañeros, “ya tengo todo casi listo pa mi orquesta”, y así durante un mes, dos, tres, 12, 24. Hasta que sus propios amigos comenzaron a decir: “Ah, esa orquesta del Joe es la mentira”. Pero fue su Verdad.

“Yo ya sabía que, erdaaa, estos manes me la estaban montando, así que apenas me salieron unos contratos, dije: voy a grabar. Grabé y Barranquilla me abrió las puertas. Se fueron dando las cosas”.

Pero en 1983 el Joe vivió uno de sus peores años. Armó su orquesta, contrató a los mejores músicos, tenía mucho dinero para pagarles, pero la salud y el bolsillo le cobraron unas cuentas pendientes. Lo relata su biógrafo, el periodista Manuel Lozano, que prepara un libro sobre su vida, pero mejor que lo cuente el propio cantante: “Yo tenía que pasar por ese horno tan fuerte. Simplemente, me mandé, me di el lujo de pagarles grandes sumas a los artistas que quería que tocaran conmigo, aunque las presentaciones no daban lo que yo gastaba. El billete se me fue y quedé limpio y sin manchas”.

“Me salió un bulto grande en la garganta, porque sufría de tiroides. Me puse delgadísimo, seguía consumiendo y llegué a cantar en un estado que… Pero Dios es muy grande, yo lo he sentido y lo estoy palpando”.

4.Yo que nací en cuna pobre, oye Papá, nunca me ha faltado nada, desde muy niño luché por conseguir la fama.

A mi Dios todo le debo

Claro que el Joe se levantó. Y nos regaló, con La Verdad, canciones como Amerindio, Tumbatecho, Yamulemau, El centurión de la noche (le encanta cantarle a la noche), Te quiero más y, nada más y nada menos, La rebelión, esa hermosa historia de amor negro, tan bellamente contada.

Cuenta Luis Ojeda, su mánager desde hace 28 años, que en 1992, durante un festival de música en Sevilla, España, un personaje de la realeza de ese país le pidió al Joe que cantara La rebelión. “No recuerdo quién fue”. El hombre no dudó en complacerlo. La cantó, pero la frase que reza “español con el alma negra” la cambió gentilmente por la de “español con el alma buena”. La respuesta del noble lo dejó mudo: “No, no, no, no, a mí me la cantas como es”.

Hoy el Joe Arroyo, Alvarito, el hijo de la vieja Ángela, el que nunca te olvida y te pone bacano porque hay baile hoy, es el tranquilo abuelo de Tania, de dos años, en homenaje a la hija que se le murió temprano por un problema del corazón. El padre orgulloso de la Tatico y la Pelotis, a quienes menciona en casi todas sus canciones. Y de Dinkol y de otros cuatro muchachos. El esposo de Jackeline Ramón, estadounidense, hija de colombianos, que le ha regalado a sus años de quietud toda la paz que éstos requieren. La que se quedó viviendo en su corazón, ahí, donde tantas otras tuvieron asilo.

El Joe no ha muerto, como lo aseguran de tanto en tanto en alguna calle, en algún medio de comunicación. El Joe sigue cantando y viviendo plenamente en la tarima, aunque su timbre ya no sea el de antes. Y qué. ¿Hasta cuándo vas a cantar? “Hasta que Dios diga ya no más”.

“Hasta que me muera, mi hermana”.

El Joe tendrá estatua en Cartagena

De tres metros, en bronce, será la estatua del Joe Arroyo, el Hijo Mayor de Cartagena, que la alcaldesa de esa ciudad, Judith Pinedo Flórez, inaugurará en la nueva plaza ‘La Rebelión’, durante la presentación y puesta en funcionamiento del sistema de transporte Transcaribe. El lugar será el homenaje que ‘La Heroica’ le hará al Joe y estará ubicado en el Castillo de San Felipe, donde funcionará uno de los portales del Transmilenio cartagenero. El empresario artístico Ángel Thorrens está liderando la iniciativa y cuenta que se realizará una campaña nacional, con la empresa Servientrega, para que quienes quieran participar en el homenaje donen las llaves que no usen, con el objetivo de que le sirvan al escultor Aníbal Alvarado en su empresa. La vida y obra del Joe Arroyo serán celebradas este año en los festivales de la Hamaca Grande y Cartagena Caribe. “Pero más que un homenaje, queremos impulsar un estudio permanente de la obra del hombre. Además de la estatua, esto incluye un libro, una fundación y una cátedra en los colegios y universidades de la ciudad”, añadió Thorrens.

Ponte bacano que hay baile hoy

Tres corazones

Peligro, peligro, suena el telefonito. Sin que abuse del amor, estoy dispuesto a darle final messié, jamás me imaginé que lo tenía por costumbre. Y así yo me quité todas tus sombras de noche.

La tortuga

Estaba la tortuga bajo del agua, bajo del agua, bajo del agua, haciendo su ruido, como cosa mala.

Suave bruta

Recibió un beso Martica primera vez en su vida, sobre la balsamina del patio de Bertilda. Suave bruta, no trate al hijo ajeno así. Suave bruta, no trate al hijo ajeno así.

viernes, 28 de enero de 2011

UN LOCO MUY CUERDO



Por: Élber Gutiérrez Roa

Más de mil temas grabados en medio siglo de carrera son el legado de una leyenda de la música tropical colombiana que se las arregló para hacernos dudar de su lucidez.

El viejo sofá de soltero ya no es de cuero ni café. Sobre su tapiz verde descansa Gustavo Quintero con los pies recogidos, abrazado a tres almohadas, gafas oscuras, gorra en vez de sombrero y su inefable chaleco de cualquier color. El amarillo tenue en las paredes delata las sombras que se aproximan, pero él sigue impávido y medio sonriente.

— “Hombre, qué pena con usted. Es que mi mujer habla mucho y me quedé dormido en menos de dos horas. Estaba viendo un programa sobre los extraterrestres, esa gente que viene a ayudar y a ver las cosas que pasan en la Tierra. Si no es con su ayuda, de dónde iban a sacar semejantes piedras para construir las pirámides de Egipto. Y como que Noé también viene por allá de un extraterrestre. Es que hay un montón de cosas que lo hacen a uno como cabriar”.

El ‘Loko’ Quintero no bromea. Habla en serio y se enoja con cierta frecuencia, pero tiene el problema de que lo dice con una mueca de desparpajo similar a la de quien narra un chiste. Tal vez por eso los negocios de la familia los maneja Consuelo Ruiz, la mujer que conoció hace 35 años y con la que tiene tres hijos: un piloto de 26 y dos mellizos de 22. Javier Gustavo acaba de llamar a contar que le fue bien en su primer sobrevuelo en solitario por el oriente antioqueño. Melissa se quedó en EE.UU. terminando medicina en la U. de la Florida.
Y Jonathan está en su habitación —contigua a la sala en la que descansa el padre—, recuperándose de la lesión de rodilla que sufrió cuando venía de EE.UU. a probarse como nuevo pupilo de Mauricio Chicho Serna, hoy leyenda del balompié colombiano. En un año podrá volver a las canchas.

Consuelo mira complacida hacia el viejo sofá y recuerda su época de bachillerato, cuando Gustavo ya era El ‘Loko’ Quintero, y hacía presentaciones esporádicas en Planeta Rica, Córdoba, donde ella lo conoció. Ni la miraba, porque andaba de novio con Olga Lucía Angulo, una de las mejores nadadoras de Colombia. Después se casó con Mónica Helberg, judía alemana de quien ahora no habla. Coqueteó con mil mujeres y al final escogió a la muchacha de Planeta Rica, a la que le habían advertido que si se metía con el músico no alcanzaría a graduarse de abogada. La joven no llegó a jurista por dos semestres, pero se casó con el líder de Los Graduados y aprendió lo suficiente como para ocuparse de los asuntos legales del grupo y manejarle la agenda con la prudencia que no tiene su marido.

Ella se encarga de los precios, fechas y lugares. Gustavo, de hacer cuanto ejercicio con ajo, miel e Isodine le recomiendan para mantener intacta su enérgica voz. Para no perder el tono fiestero con que interpreta sus canciones, ni el estilo entre onomatopéyico y aguardientero que lo hizo famoso.
— “Mija, un tinto”.

Tiene que estar loco. Una persona en sus cabales no se sale de un grupo como los Teen Agers cuando es la estrella del conjunto que en 1959 les ganó la carrera a los roqueros (o rocanroleros) colombianos a la hora de incorporar el teclado eléctrico y la guitarra eléctrica en sus canciones. Menos aún, se va de Los Hispanos tras imprimir un estilo nuevo a la música tropical, sumando a las elaboradas piezas de folclor nacional sonidos eléctricos de otros lares, trova paisa y su inconfundible show, inspirado en la puesta en escena de las canciones de Elvis Presley.

Había que tener algún problema en la cabeza para incurrir en el sacrilegio de grabar saludos, alaridos y frases de animación en las canciones, moda que inauguró él hace 50 años. No faltó quien le dijera que fundar Los Graduados era un sinsentido. Una locura que lleva ya más de 40 años, que es referente obligado en la música colombiana y que acaba de presentarse en Pandi y Agua de Dios, Cundinamarca, pese a que voceros de algunos de los grupos que reencaucharon la música de Quintero dicen que él ya no canta, que anda jugando con muñequitos, que está fuera del país y que su banda se desintegró.

Pero también hay evidencias sobre su cordura. Como cuando convirtió el cruce de Junín con Colombia (Medellín) en un verdadero enredo al tirar desde el tercer piso de su oficina miles de pesos en billetes de a dos. Ni la Policía ni los delegados de impuestos comprendían que estaba cumpliendo con su palabra. Había prometido lanzar un novillo por la ventana, vendió el animal y arrojó el producto del negocio a la calle. Era un viernes de noviembre de 1979, justo cuando los diarios publicaban que los labriegos del país pedían al Consejo Nacional de Salarios unificar el sueldo mensual, pues en la ciudad era de $3.450 y en el campo apenas llegaba a $3.150.

Otros le dijeron que andaba desquiciado por intentar arrojarse de un quinto piso en plena entrevista para una emisora. Quizá los locos eran los locutores que dudaron que fuera capaz de hacerlo. Pese a la decisión con la que el artista trepó por un muro para buscar el vacío, el vigilante de la estación radial impidió que les comprobara sus habilidades para volar.

También suena propio de una persona lúcida anticiparse al exalcalde Antanas Mockus en sus estrategias pedagógicas e irse hasta Codiscos a enseñarle las nalgas a la secretaria de Fernando López, su productor de cabecera.

Y si de vez en cuando se despunta algún diente con el micrófono es sencillamente porque está muy metido en su show. Nada que no se pueda solucionar con un madrazo inmediato y una visita a su odontóloga apenas culmine la presentación.

— “Lo de la rodilla operada es porque me tumbó una bestia. Pero más bestia soy yo, que me dejé tumbar”.
Ocurrió hace muchos años. No había comprado el viejo sofá. Menisco lateral izquierdo interno, respondieron los médicos al ser indagados sobre el lugar de su lesión. Ninguno dijo que la cabeza. En diciembre pasado se dio otro golpe durante un concierto en el Club Unión de Bucaramanga. Cuando el paramédico se acercaba a atenderlo, Quintero lo agarró por la bata: “No me matés todavía, me faltan dos tandas”.

Definitivamente está cuerdo, pero le convendría más volverse loco para olvidar el intento de secuestro del que fue víctima hace unos años, la bala que aún está incrustada en el espaldar de la silla de su carro, las presiones delincuenciales de las que fue víctima su familia, la extorsión que les montaron desde la cárcel Picaleña (de Ibagué). Para no sentirse afectado cada vez que recuerda que en noviembre de 2009 le rindieron un homenaje con la presencia de Nelson Henríquez, Los corraleros de Majagual y Pastor López, pero a todos “les quedaron mal con la menuda”. Y para no amargarse por la pobreza en la que sufre enfermo Adolfo Echeverría, el hombre que compuso Fantasía nocturna, canción que le abrió las puertas de la fama a Quintero.

Si Gustavo Quintero estuviera loco nadie se asombraría por verlo dormir durante el día, por saber que interrumpe su sueño a las diez de la mañana para alimentar con arroz y fruta a los pajaritos que llegan hasta la ventana de su apartamento, por cantarles en idioma “pajaril” y por agradecerles que vengan a ayudarnos tanto como los extraterrestres.

ALFREDO GUTIERREZ: EL REBELDE DEL VALLENATO

Rompió todas las reglas del vallenato al usar el acordeón en porros y cumbias.

Entonces el rey era uno sólo y se llamaba Alejandro Durán Díaz. El Negro Alejo. Se había coronado con todas las credenciales el año anterior (1968) en la tarima de tabla, que se llamaría después ‘Francisco el Hombre’, de la plaza Alfonso López en Valledupar. La misma tarimita en la que hacía apenas 12 meses se había proclamado el Cesar como departamento. Pero ahora el recién nacido festival ofrecía una nueva oportunidad a la grandeza, a la posibilidad de ser un soberano del acordeón. Los artistas, con sus sombreros y sus abarcas tres puntá, se medían en los patios de las casas de los notables de la ciudad, a las que llegaban multitudes sólo por el placer de verlos entonar un canto o tomarse un trago de ron. Como hoy en día, pero sin tanto político, sin tanto club social y, lo mejor, sin tener que pagar la entrada. De la sabana de Sucre llegó un bicho raro cantando un merengue que acusaron de ser “acumbiao”, por no parecerse al vallenato tradicional. Su título es Papel quemado.

Las muchachas dicen que yo soy papel quemado.

No puedo enamorar porque estoy comprometido ¡Ay!

Que soy un borracho pernicioso y sin embargo

Donde quiera que llego un amor yo me consigo.

En realidad, el bicho raro era ya un reconocido intérprete de canciones, como Ojos indios y La cañaguatera, que se bailaban por los rincones del Valle de Upar, del Magdalena y de Bolívar: Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, entonces de 26 años, el artista que desde sus inicios se atrevió a usar el acordeón en aires musicales no habituales para ese instrumento, como la cumbia, el porro y el chandé. Mejor dicho, el hombre que metió al acordeón donde no debía estar. O donde algunos decían que no debía estar. Como varios puristas de Valledupar, que le quisieron cobrar caro aquel merengue “acumbiao”.

Sucedió durante las eliminatorias del concurso. Yo siempre tuve mi temperamento rebelde y me daba cuenta de que a los músicos que participaban en el festival, en el día, los ponían a tocar en los clubes de Valledupar o en las parrandas de algunas casas, pero luego no los tenían en cuenta para nada. Yo empecé a reclamar. Le reclamaba a la Doña. A la que sabemos. Y ahí comenzó esa antipatía. Yo no me dejaba manosear, como manoseaban a ‘Colacho’ o a Luis Enrique Martínez, que no les daban nada. Les daban era ron. La gente estaba conmigo, no dejaban de aplaudirme. Entonces, cuando yo estaba compitiendo en los quioscos, en plenas preliminares, ella llega y le dice al jurado que no tenga en cuenta las aclamaciones del público porque yo estaba tocando otra cosa que no era vallenato.

Muy digno, el aspirante a rey anunció su retiro del festival en medio de los gritos histéricos de “que sigaaa, que sigaaa” de la gente y Pedro Juan Meléndez, un veterano de la radio que en ese momento transmitía el evento para la emisora Olímpica y hoy cuenta 80 años, sentenció al aire su destino: “Señoras y señores, ha nacido un rebelde del acordeón”.

***

Alfredo Gutiérrez se coronó en tres ocasiones Rey del Festival de la Leyenda Vallenata (en 1974, en 1978 y en 1986), pero nunca ha dejado de ser el rebelde aquel que se le enfrentó a la Señora del evento, la fundadora, Consuelo Araújo Noguera, La Cacica. Eso sí: para lograr esa conquista, que ningún otro acordeonero ha alcanzado en 42 años de historia, tuvo que quitarse la camisa de la cumbia y vestirse con el traje del vallenato tradicional. Ah, pero eso no le significó claudicar. En 1987 volvió por sus fueros cuando se realizó el primer concurso Rey de Reyes, al que sólo llegan a participar los grandes.

Los organizadores empapelaron las calles con afiches de ‘Colacho’ Mendoza. Entonces, yo pensé: esto como que ya está montado para que gane ‘Colacho’, y me retiré. Finalmente, ‘Colacho’ fue el que ganó ese año.

Su primera transgresión profesional, relata su biógrafo, el periodista Fausto Pérez Villarreal, data de 1965, cinco años después del nacimiento de Los corraleros de Majagual, la agrupación histórica (calificada por unos expertos como la Selección Colombia de la Música y, por otros, como la Sonora Matancera nacional), que conformaron Calixto Ochoa, César Castro, Lisandro Meza, Eliseo Herrera, Chico Cervantes y Alfredo Gutiérrez, entre otros. Al parecer, el viejo Toño Fuentes, cartagenero, dueño de Discos Fuentes y cofundador de la orquesta junto con los artistas, quiso registrarla como obra exclusiva suya. ¿Adivinen? El acordeonero no aceptó y abandonó el proyecto, no sin antes robarse a los músicos de bajo perfil, como el cajero y el guacharaquero.

No sólo se los robó para una nueva propuesta que bautizó como Alfredo Gutiérrez y sus estrellas. También, los uniformó. Los hizo acompañar de un bajo eléctrico y de coristas. Y contrató a un presentador en escena. Cuando algunos juglares andaban todavía en burro, alegrando cualquier esquina de pueblo con su canto, Alfredo Gutiérrez convirtió el oficio en una empresa con aspiraciones. Cuando la del acordeonero era una figura menor frente a la del cantante, Alfredo Gutiérrez le defendió su estatus. De nuevo, los puristas lo acusaron. Lo llamaron depredador del vallenato. Sin duda, la culpa fue de su rebeldía, de su desobediencia. Hombrecito atrevido, carajo.

Pero agárrense, puristas del vallenato, lo peor estaba por venir: Alfredo Gutiérrez se levantó un día y decidió que iba a tocar el acordeón con los pies. ¡Padre Santo, Francisco el Hombre tiene que estar revolcándose en su tumba! El primer espectáculo lo dio en Barranquilla, en el Carnaval de 1971. Alternaba con un sexteto venezolano que por la época causaba furor, llamado Los blancos de Venezuela, y cuyo timbalero se ganó todos los aplausos del público. Como le tocaba cerrar la presentación, quedó con una espinita. No quería ser menos que los venezolanos y su tal timbalero. Así fue que, finalizando su última canción, se quitó los zapatos, se tiró al suelo y empezó a tocar con los dedos de los pies. Ahora, no hay contrato que firme en el que los empresarios no le exijan hacer el show.

Aunque un verdadero show fue el que protagonizó en Venezuela, en 1981, cuando se le dio por aprenderse el himno de los vecinos y tocárselos con su acordeón. Ese mismo año se había presentado en el Madison Square Garden de Nueva York y fue ovacionado y cargado en hombros al interpretar con su instrumento el himno de los Estados Unidos. Quiso repetir la gracia, pero muchos (¿puristas otra vez?) se ofendieron y lo fueron a buscar al hotel en el que se hospedaba para pegarle. Me levantaron a planazos.

En el país, el apoyo le llegó desde la Presidencia para abajo, pero cuando unos periodistas le cuestionaron si realmente le habían pegado tanto como estaba asegurando, a Alfredo Gutiérrez, el rebelde del vallenato, sólo se le ocurrió bajarse los pantalones y mostrar a la televisión sus nalgas moradas por la golpiza. Tiempo después, nació de su autoría la canción Las tapas morás.

En Colombia hay cultura yo soy muy bolivariano

Pero los venezolanos nos tratan con mano dura

Con las tapas morás me mandaron pa acá

Ese Óscar de León me levantó a planazos

Y hasta el pobre acordeón ¡ay! Sintió los porrazos.

Exactamente una década después volvió a cobrar gran notoriedad en otro país: en Alemania, donde ganó en dos ocasiones el título de Campeón Mundial del Acordeón, una de ellas frente a un músico vienés con cuatro años de conservatorio. Cuando le preguntaron de qué conservatorio había salido él, atinó a contestar: De cosa aprendí a leer con el profesor Arquímedes y no hice ni un año de escolaridad.

Al profesor Arquímedes lo conoció en Sabanas de Beltrán, la vereda de Paloquemao, en el Sucre que alguna vez perteneció a Bolívar, en la que nació en 1943. Fue concebido en una vela de cumbia o velorio cantao, que es una fiesta que se les ofrece a los santos por las buenas cosechas. Su padre, Alfredo Enrique Gutiérrez Acosta —acordeonero de La Paz, Cesar, encargado de amenizar el festejo—. Su madre, Dioselina de Jesús Vital Almanza —bailarina de cumbia, quien le dio seis hermanos—. Lo hicieron en un fandango.

Su matrimonio con el acordeón, por supuesto, lo organizó el padre, que siendo Alfredo de Jesús un niño lo vinculó a la agrupación Los pequeños vallenatos.

En el 57 se acaba el grupo porque mi papá ya estaba muy mal de un cáncer cutáneo en la nariz. Murió en el 58 y yo dejé de tocar el acordeón como seis meses. Un día me di cuenta de que el instrumento se me había dañado y se me dio por ir a arreglarlo donde Calixto Ochoa, que vivía en Sincelejo. Ahí lo conocí y se convirtió en un padre.

El viejo Calixto lo vinculó a la agrupación que luego bautizarían como Los corraleros de Majagual y el resto es historia cantada.

Desde entonces ha pasado mucho: 12 hijos, con la misma, pero con distinta mujé, como dijo ‘El Negro’ Alejo. Una esposa vallenata, llamada Cecilia Moscote, y la época del desorden. Pero ahí sigue la rebeldía. Y una carrera musical vigente, con contratos todos los fines de semana y una lluvia de homenajes.

“Alfredo fue el primer acordionista que supo amalgamar el estilo de la música sabanera, que es el porro y la cumbia, con el vallenato. Ahí radica su importancia”, sentencia el periodista sabanero Juan Carlos Díaz, quien añade que son contados los artistas que han logrado mantenerse 50 años en el mercado. ¡Cincuenta años bailando por cuenta de Alfredo Gutiérrez!

O si no, que lo digan en Guararé.

Carnaval de Barranquilla, a sus pies

El sábado, en el estadio Romelio Martínez de ‘La Arenosa’, la Fundación Carnaval de Barranquilla entregará una placa de reconocimiento al llamado “Rebelde del acordeón”, Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, para celebrar sus 50 años de vida artística y por su valioso aporte a la música del carnaval, que ya celebra sus momentos previos. El único que ha sido tres veces Rey Vallenato será el artista festejado en esta ocasión en el marco del programa “Carnaval, su música y sus raíces”. Y es que no son pocos los éxitos que el acordeonero ha puesto a sonar para la fiesta de fiestas de Barranquilla. Este año, por ejemplo, seguramente será el turno del Parce goterero. Antes, se cuentan canciones como La banda borracha y Festival en Guararé.