domingo, 29 de noviembre de 2009

CALIXTO OCHOA, EL HOMBRE HUMANITARIO




Por Alfonso Ramón Hamburger


Calixto Antonio Ochoa Campo, quien por estos días conmueve al país cultural tras ser recluido en una clínica de Sincelejo con isquemia cerebral, es sin duda el rey Pelé de la composición folclórica colombina, aquella que trasciende el mero relato vallenato limitado en los fuelles del acordeón para explayarse como verdolaga en playa, coqueteándole a la inmensa sabana con sus porros, paseítos, charangas, rancheras y notas africanizadas en las que la picardía y el humor han sido vitales. Sus cantos bañaron el país y se fueron lluviosos por el mundo.
Quienes tuvimos la dicha de estrechar su mano y vislumbrar al hombre sencillo y humanitario que nos ocupa, supimos que "El Negro Cali", con su diente de oro que mostró risueño y pícaro en la carátula de centenares de LPs que grabó con su conjunto y con Los Corraleros de Majagual, siempre lo encontramos dispuesto a atendernos, pero sin dejar de lado la canción que siempre estaba haciendo en su memoria. Aun en ese mar de puyas que fue su primera reclusión en la clínica, en marzo pasado, Ochoa no dejó de hacer de la vida –sufrida a veces y gozosa siempre– un océano de canciones. Con un suero conectado a su muñeca con una manguera transparente, Calixto recibió una a una, a las decenas de personas que se agolparon en el segundo piso de la Clínica La Sabana. El teléfono no dejaba de sonar y mientras su esposa Dulzaine trataba de aguantar la avalancha, él hacía un gran esfuerzo por "desembolar" la lengua, afectada por una embolia. Su mano derecha, que tanto le ayudó para sacar las notas de su acordeón grueso no respondía a sus órdenes. Parecía cansado de la vida, extrañado de la fama, porque desde hacía años no se llevaba el acordeón al pecho. Parecía fastidiado de ese trajín y a duras penas se lo ponía en las piernas, cuando un periodista lo visitaba para una entrevista.
Esa primera recaída, al principio de año, despertó una solidaridad que se desparramó desde la última pestañita de La Guajira, hasta el más recóndito pueblo de La Mojana, pasando por la Sinuanía, subiendo por los Montes de María, hasta Valencia–Cesar, un pueblo perdido en el valle. Y el valle de donde salió para no regresar jamás, con su piqueria vallenata, pujará por hacerle el homenaje que se merece uno de los cinco compositores fundamentales del folclor vallenato que se escucha hoy. Lo acompañan en este quinteto excelso, Rafael Calixto Escalona Martínez, Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Leandro Díaz y Adolfo Pacheco Anillo.
Del Sinú, alertado por esta noticia, se vino Asaad Feris, más conocido como "El Turco Asa", inmortalizado en uno de sus temas. "El Turco", quien reside en Sahagún, se ha volado en estas ocasiones, para hacer guardia en su lecho de enfermo. "Mi compadre es un tipo sencillo y humanitario", dice Feris. Ya habrá tiempo de echar el cuento de los gavilanes, con Manuel Lora, esos que se turnaban tras el amor de una muchacha. Se cebaban en los patios comarcales para cazar la presa.




DEL CESAR A LA SABANA
Ochoa nació el 14 de agosto de 1934 en Valencia, Cesar, un corregimiento de Valledupar, donde se dedicó desde niño a los deberes del campo. Cumplía las labores de rejero y después de corralero, en la finca de los Montalvo. Ordeñaba las vacas y después iba a llevar la leche a la casa de sus patrones, en Valledupar. La posibilidad de regresar, 17 años después, a coronarse de Rey en la tarima Francisco el Hombre, eran muy remotas entonces.
Su futuro en Valencia era incierto. El contacto único con la música eran el jardeo del ganado, el bramido de los arroyos y las notas de un acordeón limitado que tocaba su hermano Rafael, quien se había encargado de llevar esa fiebre a la familia. Aprendió a escondidas de su hermano mayor y oyendo a Luis Enrique Martínez. Alguna vez se fue a casa de Ismael Rudas, el viejo, quien arreglaba acordeones en Caracolicito y posteriormente se enganchó de ayudante de un circo malo que iba de pueblo en pueblo pregonando que se iba, pero no se iba, mientras ofrecía el gancho de dos niños con una boleta. Su idea era la aventura para sustraerse de un presente incierto tras el bajo rumiante de las vacas.
A los 19 años, sin pensarlo, el panorama de La Sabana, o las tierras bajas, como le decían en el Valle al departamento del viejo Bolívar Grande, se le apareció como una carta de salvación. Sus padres lo habían casado a la fuerza. Y no había en esos pueblos una cosa más pesada que un "matrimonio a la fuerza". Era el peor castigo para un joven que apenas despuntaba en el arte, ponerle el bodrio de un matrimonio por castigo. Prácticamente huyó de aquel amarre absurdo. Se vino de aventura con un guacharaquero, Chu Castrillón y el guitarrista Esteban Montaño, con quienes llegó a San Jacinto, en 1953. El conjunto precario era tan austero que lo hicieron liviano, sin cajero.
La llegada de Calixto a La Sabana, entrando por esa puerta inmensa del folclor no es casual. San Jacinto ya era famoso por sus artesanías, como epicentro de la cultura más antigua de América, y los gaiteros se aprestaban a partir para su primera gira mundial. Además, en ese mismo año, sucedió coincidencialmente un hecho que marcó el folclor: la muerte trágica de Eduardo Lora Castro, que esa misma tarde Landero convirtió en canción. Fue la segunda elegía de La Sabana, pues el primero de febrero de 1950, Carlos Araque, había hecho el Siniestro de Ovejas, por donde Calixto pasó tres años después, rumbo a su segunda cuna, Sincelejo.
En esta cruzada, se cimienta prácticamente, ese maridaje glorioso entre el valle y La Sabana. No se puede hablar de una colonización vallenata a La Sabana por la presencia de otros juglares, que como Luis E. Martínez y Alejo Durán sembraron sus reales en estas tierras, sino de una afortunada solidaridad de ganaderos de este lado, con juglares trotamundos, que hallaron en La Sabana el cariño de la gente. De eso se encargaron ganaderos, agricultores y comerciantes como Nabo Cogollo, Lisardo Guzmán y otros que quedaron a su vez registrados en la historia musical.
En esa primera correría, Calixto pasó de San Jacinto a El Carmen de Bolívar, que tenía en su haber, como San Jacinto, bandas de músicos famosas, fundacionales de un ritmo que se bailaba contrariando la ortodoxia occidental, el porro, contrario a las manecillas del reloj. Y había allí un hombre inmortal con sus gaitas, Lucho Bermúdez. Ochoa, marcado por su timidez, prefería las veredas para sus cantos desconocidos. A duras penas interpretaba temas de Luis Enrique Martínez, a quien había visto tocar una tarde en Fundación. De Alejo Durán aún no sabía nada, ya que este recorría el mundo por el río Magdalena arriba, buscando por el Cauca los pueblos alteños. De modo que en el Jobo, una vereda de El Carmen de Bolívar, conoció a uno de sus mejores coequiperos y amigos de toda la vida, Hugo Rivera, quien lo acompañó desde siempre en la segunda voz. Ambos se radicaron en El Carmen de Bolívar.


Allí, Ochoa hace una de sus canciones clásicas vallenatas, Lirio Rojo, que sería una de las pocas en ese estilo, porque desde allí lo marcaría la sonoridad sabanera, por la presencia de más de doscientos porros sin letras, entre ellos Mata de Caña, quizás uno de sus mejores discos, que hace en coautoría con el maestro Eliseo García.
Para "El Turco Asa" es muy difícil escoger tres canciones entre las mil 500 que se le atribuyen a este genio, pero se queda con Los Sabanales, Mata de Caña y Diana. A Felipe Paternina le gusta la Reina del Espacio, que es el resultado de un sueño, como Los Sabanales, que se hace en estado de vigilia de un "desenguayabe", al despertar en una hamaca colgada entre palmeras. Cuando abrió los ojos por la mañana una muchacha barría el patio. Siguió durmiendo y ya en la tarde, cuando recordó, estaba solo. Eso lo inspiró en esa canción emblemática de La Sabana.
Después de andar por veredas y corregimientos, Calixto llegó a Sincelejo, donde tuvo otro desacuerdo amoroso, pero poco a poco se fue aclimatando en esta tierra, donde cumplió toda su gloria.
En su vida musical influyó mucho el ambiente que se vivía en La Sabana. Sincelejo era el epicentro de la música colombiana. Aquí se hacían verdaderos simposios de compositores a los que asistían los gerentes de las casas disqueras para escoger los temas que se iban a grabar. Allí confluyeron genios musicales de todos los géneros y estilos. También se hacían festivales de boleros en los que estuvieron figuras nacionales. Todo atizado por el nacimiento de Radio Sincelejo, fundada en 1944. Por aquí pasaron genios musicales como Pello Torres, que llegó en medio de las revueltas de El Bogotazo, Demetrio Guarín, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, César Castro, Rosendo Martínez y más de cien músicos que pasaron por la universidad de la cumbia: Los Corraleros de Majagual.
En 1960, a este grupo de genios, tras la mirada visionaria de Antonio Fuentes, se le prendió la idea de fusionar el acordeón limitado con los bombardinos y eso terminó por revolucionar al conjunto de acordeón, que empezó a codearse con las mejores orquestas del mundo. Calixto con su canto y sus composiciones, fue vital en el proceso, especialmente en los personajes como Menejo y el Compadre Remanga.
Alguna vez le pregunté cómo había conocido a Alfredo Gutiérrez. Y rompiendo esa humildad, me respondió: "Más bien pregúntale a Alfredo cómo me conoció a mí".
En los 105 LPs que grabaron con Los Corraleros de Majagual, Alfredo Gutiérrez puso el acordeón en todos, y se volvieron inseparables en esa coquetería bromista que lo llevó a bautizar desde Babucha, el del toro negro de Tolemaida, hasta al Ñato de Alfredo. Con el profesor Aníbal Paternina Padilla, otro inmenso conocedor del folclor, Calixto se disputa el honor de haber bautizado a un pueblo entero. A Manuel Medrano le dicen "Pata e' Zanco". A Silvio Cohen "Cara e' Ternero". A Edgardo Olier "Cara e' Loco". A Luis González "Voz de Culebra". A un célebre periodista que se radicó en Cartagena le decían "Sapito alzado en quicio". La lista es inmensa. ¿Y qué decir de San Expedito?
Para los entendidos, las cualidades de Calixto le llevaron a salirse de la ortodoxia vallenata, por lo que las canciones que más recorrieron el mundo fueron El Africano y La Charanga costeña, por la que le dieron discos de todos los géneros en Estados Unidos.
No obstante, este embrujamiento sabanero, el de pertenecer a una escuela polirítmica, Ochoa –a quien Diomedes Díaz le grabó 28 canciones– jamás se desprendió de sus raíces sencillas, netamente vallenatas. En abril de 1970, en su primera incursión en el Festival de la Leyenda Vallenata, revalidó la corona. Fue, como algunos pocos, a quienes una sola subida a esa tarima mítica, les bastó para triunfar en tan caro escenario.
Por el momento, rogamos para que todos los dioses del bien se unan en una oración, para que el negro humanitario pueda decidir en una parranda, sanito y coleando, allá en el kiosco más alto de su casa de La Terraza, los designios más importantes del corazón.

domingo, 22 de noviembre de 2009

HACE 20 AÑOS SE FUE ALEJO DURAN


Alejo Durán sigue vigente veinte años después de su muerte.

El 15 de noviembre de 1989 falleció en la clínica Unión de Montería, Gilberto Alejandro Durán Díaz, víctima de la diabetes

Muchos son los recuerdos que aún permanecen intactos en la memoria de amigos y familiares de Alejandro Durán Díaz, el 'Negro Grande del Acordeón', como era conocido este juglar del folclor vallenato, quien hoy cumple 20 años de fallecido.
En Planeta Rica, un municipio del fértil valle del Sinú en Córdoba, Durán pasó los últimos 30 años de su vida.


Allí todavía vive José Tapia Fontalvo, el guacharaquero de su conjunto y su amigo inseparable desde 1957, cuando Alejo lo invitó para que lo acompañara a una actuación en Sahagún, ya que el ejecutante titular del instrumento se había enfermado.
Tapia guarda celosamente, como su tesoro más preciado, un álbum fotográfico con imágenes de su ídolo, captadas en diferentes momentos artísticos y personales.


"Cada una me recuerda una anécdota vivida con Alejo", dice con un dejo de tristeza que estas dos décadas no han logrado aplacar.
La que más se le viene a la memoria es la del viaje que hicieron a Estados Unidos días después de que Alejo Durán lo coronaran como el primer Rey del Festival de la Leyenda Vallenata en 1968.

"Fue el primer artista colombiano en presentarse en el majestuoso Madison Square Garden de Nueva York, estrenando el triunfo del que se constituiría después en el gran concurso musical del folclor costeño", manifiesta Tapia.

El día de la actuación, antes del concierto, los cuatro músicos de la agrupación salieron con Durán a conocer la ciudad.

"Alejo iba exhibiendo orgulloso su inseparable sombrero vueltiao en medio del bullicio de transeúntes y vehículos en las congestionadas vías neoyorkinas. De repente una mujer gringa se le acercó y le pidió tomarse una foto con ella, atraída tal vez por la estampa de aquel moreno al que no dejaba de admirarle el sombrero elaborado por los indios Zenúes de Córdoba", dice Tapia en medio del calor insoportable de Planeta Rica.

Y añade: "Como buen mujeriego Durán no perdió la oportunidad para coquetearle a aquella mujer de ojos azules y cabellos rubios. Hasta le pidió que se regresaran juntos a Colombia, pero ella, quizás sin entender una sola de las palabras, le respondió con una sonrisa, le dio un beso y se marchó.

"Ese detalle de la gringuita lo emocionó, y prometió que le compondría una canción, pero no sé si lo hizo, porque nunca se la escuché", relata el guacharaquero.

Esa misma tarde un colombiano residente en Estados Unidos lo reconoció al verlo pisar el concreto de aquel mundo desconocido para el juglar, y al igual que la gringa, pidió fotografiarse con él.
"Durán siempre fue el mismo, no cambiaba su estilo y jamás permitió que la fama se le subiera a la cabeza, como hacen los artistas de hoy en día", comenta también Tapia.

A todas sus presentaciones musicales las consideraba igual de importantes, y por eso después de actuar en el fastuoso Madison Square Garden, no tuvo reparos para tocar en una procesión en un pueblo recóndito de Bolívar llamado Pasacaballos.

Allí un nativo de esa zona le pidió como último deseo que el conjunto de Alejo Durán tocara en su sepelio camino al cementerio, señala Tapia.

"Por compromisos adquiridos con anterioridad, Durán no pudo cumplir la voluntad del finado, pero sí participó en una procesión donde los habitantes de este pueblo, sumido en la pobreza y en medio de barrizales, acompañaron a los músicos, quienes tocaron montados a caballos.
"Ese toque fue gratis, porque a los muertos no se les cobra", dijo Alejo a sus compañeros de conjunto al final del funeral.

La última parranda

José Tapia nunca se rehusó a acompañarlo a sus presentaciones, a excepción del 11 de noviembre de 1989, cuando fue invitado a tocar en el Festival de Acordeoneros y Compositores de Chinú (Córdoba), que sería la última presentación en público de Durán.
Horas antes del toque el médico Omar González Anaya, amigo de Durán, le recomendó mantenerse en reposo debido a su delicado estado de salud.


Tapia asumió como suya la recomendación, pero Alejo, no.
"Usted sabe que el toro bueno muere en la plaza", respondió Durán ante la inútil súplica de su guacharaquero para que permaneciera en casa.

Dos días después de aquella actuación fue internado en la clínica Unión de Montería, donde el 15 de noviembre de ese año falleció debido a la diabetes.

Su cuerpo fue despedido en Planeta Rica por una multitud que lo aclamó como Rey de Reyes por fuera de las competencias musicales.

Su acordeón lo acompañó hasta la última morada, tal como lo pidió en una de sus canciones más escuchadas: Mi Pedazo de Acordeón: "Por si acaso yo me muero / les vengo a pedí un favor / Me llevan al cementerio este pedazo de acordeón".

Músico y prestamista


El negro Alejo mantuvo lucidez hasta el día de su muerte.
Postrado en su cama de enfermo le pidió a Tapias que les cobrara a un par de amigos 150 mil pesos que le debían desde meses atrás.


No eran deudas de parrandas, pues Alejo no solo ejecutaba el acordeón, sino también hacía rendir sus finanzas por medio de préstamos al interés.

"Yo llevé la razón a los deudores, pero no sé sí le pagaron antes de morirse", comenta Tapias, quien en tono jocoso asegura que de no ser así, el difunto habría cobrado con apariciones y jalones de pelo en las noches a sus morosos.

El fiel guacharaquero no ha dejado de visitar la tumba de su maestro.

A veces, cuando el silencio embarga el camposanto donde reposan sus restos, Tapia afirma que escucha las notas de canciones como Fidelina, Alto del Rosario, Alicia adorada y la preferida de Alejo, Rosario, una canción que no tuvo eco en las emisoras ni en las tarimas, pero sí un significado importante para Durán, porque estaba dedicada a una joven que conoció en su travesía por Chiriguaná (César), con quien tuvo un amor fugaz.


La mujer que lo acompañó hasta la muerte


Gloria Dussan fue la última de las tantas mujeres que tuvo y quien le concibió 3 de los 24 hijos que engendró.

De origen campesino, esta mujer cordobesa, ahora de 59 años, es de pocas palabras, pero recuerda que se enamoró de Alejo sin conocerlo.

"Sus canciones eran más que coqueteos, porque yo las escuchaba y sentía que eran para mí", explica Gloria, quien se flechó de él a los 20 años.


Aunque prefiere no revelar detalles de su amor por Durán, Gloria sostiene que era más valioso como persona que como músico.

Un estilo único


Alejo Durán tenía un estilo único y propio. Fue compositor, músico y cantante, lo que le mereció el respeto de miles de seguidores que lo calificaban como el juglar y patriarca del folclor costeño.
Su alta estatura, su porte de hombre recio pero amable y su sombrero vueltiao, sin el cual no dejaba que le tomaran fotos, fueron su carta de presentación fuera de las tarimas.

Era reconocido en los buses veredales, en las calles de los pueblos que recorría y hasta en grandes ciudades como Nueva York y México, a donde llevó su música de acordeón.


El repertorio


Mi pedazo de acordeón, Fidelina, La cachucha bacana, 039, Alto del Rosario y El verano, forman parte del repertorio de canciones de Alejo Durán, y que siguen sonando en emisoras, en parrandas y cantinas de los pueblos costeños.


Las notas de su acordeón y su voz pausada y grave caracterizaron sus canciones que contenían historias de amoríos y anécdotas vividas a lo largo de sus 70 años de existencia.


Su infancia en El Paso (Cesar), su tierra natal, estuvo rodeada de música ancestral con tambores, que mantenían viva la cultura de los cimarrones de la época de la esclavitud.

Ya en la adolescencia experimentó el gusto por el acordeón, el cual combinaba con los trabajos de vaquería, al cual se dedicó desde temprana edad.

GUDILFREDO AVENDAÑO MÉNDEZ
Especial para EL TIEMPO
PLANETA RICA (CÓRDOBA)