jueves, 22 de junio de 2017

PATILLAL Y SUS COMPOSITORES

Muy cerca a Valledupar está Patillal, un pueblo tranquilo habitado por agricultores, ganaderos y poetas, que no sólo es un remanso para el fatigado citadino sino un potosí de sorpresas agradables por la calidad humana de sus habitantes. Para ellos un generoso corazón es suficiente. Cuando están fuera de su tierra se tornan melancólicos, la añoran siempre, ella es su felicidad.

Cuando evoco recuerdos, siempre están presentes esos ratos inolvidables que he disfrutado en Patillal, despertando enormes sentimientos que contagian mi espíritu y me enseñan a querer a ese bello y apacible terruño. Allí, la ternura de los enamorados da fuerza y motiva la construcción de bellas melodías impregnadas de contenidos poéticos. Las obras musicales de sus compositores son bellas descripciones de un paisaje, una historia o un amor.

Escuchar algo de esa tierra y de sus habitantes, emociona al sentir el aroma de calma y tranquilidad de ese mundo mágico que ha creado su gente atenta y cariñosa. Ellos sienten devoción por el romanticismo, la prosa fluida, las buenas costumbres, el respeto hacia los demás y por su patrona, la virgen de las Mercedes.

En Patillal, siempre hay corazones amables que trasmiten confianza. Atienden con goce especial a los visitantes, actitud propia de almas nobles. Llevan la música en su sangre, no sorprende que un verso se acompañe siempre de bellas melodías. Esa es la cuna de Rafael Escalona, Freddy Molina, Octavio Daza, Beto Daza, Chiche Maestre, José Hernández Maestre, Cocha Molina, Chema Guerra, del poeta Chema Maestre y de un sinnúmero de personajes que le han dado gloria a nuestra música.

Ir a Patillal es disfrutar las alegrías elementales de la vida y conocer la motivación o vivencia de los compositores para hacer sus canciones. La canción "Los novios" ( " ya nos queremos, ya nos amamos ¡ viva el amor ! vivan los novios cuando se aman de corazón" ) fue compuesta por Fredy Molina a su enamorada Carmen Cecilia Maestre y grabada por Alfredo Gutiérrez. Esta obra es una de las canciones que marcaron un hito, por la creatividad del compositor, la magistral interpretación de Alfredo Gutiérrez y el interés que despertó a nivel nacional escuchar la música vallenata.





Otro compositor patillalero, que merece una mención especial por su canción "Río Badillo" ,ganadora del Festival de la Leyenda Vallenata en 1978, grabada por los Zuleta y por Claudia de Colombia, es Octavio Daza. Él, cuando era Secretario de obras Públicas de Valledupar, tuvo que ir a inspeccionar unas obras civiles cerca al río Badillo. Sabía que dicha visita le tomaba poco tiempo y aprovechó la oportunidad para invitar a su enamorada. En una camioneta Dodge, con caja automática, salió muy temprano. Después de culminar su misión se fueron a bañar a ese precioso río de aguas cristalinas. El ambiente transcurrió con alegría, retozando en el agua fría que de la Sierra Nevada bajaba. Pasaron las horas, cuando quisieron regresar, Octavio trató de encender el vehículo, pero como el radio había estado sintonizando las emisoras locales, se agotó la batería. Intranquilo buscó soluciones sin encontrarlas. Era una vía poco transitada y allí, entre el golpeteo de la corriente con las piedras, las chicharras y los animales que fueron apareciendo en la oscuridad de la noche, no tuvo otra opción que esperar el nuevo amanecer. Esa circunstancia generada por un obstáculo fortaleció un romance que dio origen a esta bella canción que ha engrandecido nuestro folclor.

La letra de la canción lo dice todo:

"El río Badillo fue testigo de que te quise/en sus arenas quedo el reflejo del gran amor/de una pareja que allí vivió momentos felices/y ante sus aguas juró quererse con gran pasión"

LEANDRO DIAZ. LOS OJOS DEL ALMA


–¿Habrá una desgracia mayor que la mía que no le puedo ver el rostro a mis hijos? –le dijo la señora, recientemente declarada invidente sin remedio por la ciencia médica, inconsolable entre sollozos y lágrimas, al maestro, sin una gota de luz en sus retinas desde el mismo día de su nacimiento. 


–La puede haber si yo fuera inconforme –contestó el maestro, y continuó sereno y pausado, con sus ojos chiquiticos y recogidos y su cuerpo bajito como la melodía de los versos de su Matilde Lina, que acababa de cantar.  

Y continuó: –La mía, usted tuvo la oportunidad de ver el rostro de sus hijos y de ver todo lo que tiene el mundo, a mí me toca cantarle a los paisajes y a la vida sin tener la menor idea de qué cosa es color, por más que me lo imagine no sé cómo es el verde de la sabana o qué es el azul del cielo. 

La parranda de inmediato quedó muda, estupefacta y conmovida por el dramático diálogo entre los dos ciegos. La dama cartagenera acababa de darse cuenta de dos cosas: una, que el señor que estaba cantando muy alegremente esas bellas melodías que la habían cautivado eran sus propios cantos y sus propios sentimientos; dos, que como ella, también era ciego. Fue cuando respetuosamente se dirigió a la parranda y pidió permiso para hablar con él. 

–Yo soy ciego de nacimiento, sé del Sol porque me quema, y la luz y yo, aunque no la conozco, somos enemigos –le dijo él, y prosiguió–: Usted tuvo la oportunidad de conocer lo que yo solo conozco por referencias, usted puede recordar el rostro de sus hijos, yo solo puedo imaginármelos 
–remató el maestro con una amplia carcajada, y de inmediato le dijo al conjunto (caja, guacharaca y acordeón): 

–Compadre, Dios no me deja. 
                            



Y entonces, Leandro, el poeta campesino, cantó: 

Yo nací una mañana cualquiera allá por mi tierra, día de carnaval.
 Pero ya yo venía con la estrella de componer y cantarle a mi mal. (Bis) 
Y cuando quiero flaquear siento que Dios no me deja. 
Luego me pongo a cantar ¡Le doy alivio a mis penas! (Bis) 
He sufrido mucho en esta vida dirían que es mentira si yo no cantara. 
Si la pena matara en seguida ya de este hombre nadie recordara. (Bis) 
Es para mí una jornada algo divino Señor... eso que nace en el alma: 
¡Arte, respeto y amor! (Bis) 
Él sabía que si me abandonaba ninguno cantara como canto yo.
 He sabido librar la batalla... ¡No hay que negar la existencia de Dios! (Bis) 
Él la vista me negó para que yo no mirara.
Y en recompensa me dio los ojos bellos del alma. (Bis) 


Apenas la canción terminó, la señora, esposa del gerente de un banco de San Jacinto, dueña hasta ese momento de una tristeza infinita, se le abalanzó al tiento al sudao cantor ciego, y sus manos se tocaron y luego sus cuerpos se fundieron en un abrazo largo y conmovedor, lleno de lágrimas y suspiros, y cuentan que le dijo: 

–Maestro, la luz del amor volvió a mis ojos, vuelvo a ver con los ojos profundos de mi alma, ya no hay ni tristeza ni dolor en mí. 

Hubo alboroto y aplausos. Los parranderos se abrazaban como locos entre todos confundidos con los músicos y con los dos inmensos protagonistas de aquella tarde inolvidable, y Leandro siguió cantando y cantando, y la tarde se volvió canción, poesía y sentimiento, así continuó esa bella parranda festivalera en San Jacinto, Bolívar, la tierra de la Hamaca Grande y de los mundiales gaiteros de Toño Fernández. Así me lo contó Poncho Medina Acosta, un entrañable amigo fonsequero que hacía parte de los melómanos parranderos quien atentamente atendía una invitación del también insigne y respetable parrandero bolivarense Miguel Lora.

El hatonuevero 

Yo soy el hatonuevero que canta 
poniéndole melodía a mis canciones 
yo soy el muchacho aquél 
que el pueblo ignora su nombre 
y hoy se ha convertido en el hombre 
para defender a la Patria. 

Hato Nuevo es uno de los quince municipios que conforman el departamento de La Guajira. Su cabecera municipal en 1840 era un hato ganadero de propiedad de un señor terrateniente de El 
Molino llamado Blas Amaya, quien le puso Hato Nuevo a esa parte de sus tierras porque hasta allí tuvo que trasladar su hacienda debido a un problema de inundación en la vieja morada. 
Hato Nuevo, un encanto enclavado en la cara oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta, y al pie de la Serranía de Perijá, como todos los pueblos mineros de La Guajira y también los del Cesar, está perdiendo su vocación primigenia: la agropecuaria. Nuestra gente está embelesada con Mushaisha (tierra del carbón, en Wayúu). Ahora no se mueve una paja del suelo sin los designios de Mushaisha ¿Qué pasará cuando Mushaisha se vaya? 

La Casa de Alto Pino donde nació este cantor, está ubicada en predios rurales de Hato Nuevo; por eso Leandro Díaz es hatonuevero, y así lo expresa con emoción patriótica en este canto, otro de sus tantos éxitos, grabado por Jorge Oñate con los Hermanos López. 

Leandro Díaz es pues, uno de los hijos ilustres e irrepetibles de los montes de la Sierra Nevada. Nació en la cara oriental de esa montaña sagrada, la misma donde nacen los cantarines ríos Cesar y Ranchería, cerquita del lugar donde Francisco el Hombre y el demonio tuvieron el encuentro fatal. Como los dos ríos del Valle de los Acordeones, aunque triste y sin luz en sus ojos y con sus pupilas muertas, el poeta campesino nació cantando y arrullado por esa naturaleza limpia y cierta que lo vio crecer rodeado de tiempos sin relojes, canturreando rancheras y corridos mexicanos como el indio Máximo Movil y como todos ellos, y como todos nosotros, al lado de pájaros, de animales, de aguas y de aires, libres y vírgenes, como su retina.  

El “retoño perdido”, como él se autodenominaba en sus primeros cantos, nació ciego en una casa de montaña de gente bondadosa, pobre y feliz. En La Casa de Alto Pino había rozas de café, plátano, yuca, malanga y caña, y corrales de cabras, chivos, cerdos y gallinas, que la familia cultivaba contenta para su sustento en un ambiente alegre, sin la amenaza paradójica del carbón, de la gasolina, de la monstruosa guerra fratricida, de la insoportable Ley 100 y del acosador ruido. Fue en 1928, un 20 de febrero, día de carnaval. 

Gabo llevó a Leandro a la literatura universal 

“En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”. Leandro Díaz 

Un juglar literario, que se la pasaba husmeando las tres caras de la Sierra Nevada en busca del mundo que él mismo se inventó, Gabriel García Márquez, otro irrepetible, también hijo de esta tierra, pero de la cara oriental, la que mira hacia el Gran Río de la Magdalena y hacia la Zona Encantada, hacia Macondo, la tierra del banano, en 1985, tres años después de haber ganado el Premio Nobel de Literatura, publicó la novela El amor en los tiempos del cólera, la cual encabezó con la siguiente leyenda en página completa: “En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”, y seguidamente “Leandro Díaz”, oración sacada textualmente de la canción La diosa coronada, compuesta por el compositor ciego en la década de 1950. La diosa coronada es la canción de Leandro que más le gusta al nobel macondiano. ¿Será por lo que dice?: “Cuando la diosa mueve el caderaje se pone el rey más engreído”. 

jueves, 2 de marzo de 2017

EL HOMBRE DE MALAS

El maestro Leandro Díaz en sus años de mocedad por su ceguera sufrió discriminación hasta de su familia, esto lo llevó a ser un caminante, por su pobreza extrema deambuló por toda la península guajira y norte del Cesar en la búsqueda incesante de subsistencia, y tal vez de su gloria musical, ejerciendo todo tipo de actividades que le permitía su limitación física, era tan dura la situación en esos momentos que ejerció hasta de clarividente.
En Urumita predecía el futuro a las damas a través de la mano y las cenizas del tabaco, unas atraídas por el verbo cayeron rendidas a sus pies flechadas por cupido, otras querían saber quién sería su media naranja, la fama de Leandro como adivino crecía, hasta que un marido celoso le hizo poner pies en polvorosa.
Su trashumancia continuaba, se dirigía a cumplir su cita con la fama, iba hacia Media Luna, El Rincón, Tocaimo y San Diego de las Flores, región que lo cobijaría, encontró seguridad y tranquilidad para hacer canciones que el mundo conocería.
En Tocaimo, Leandro agradaba a sus amigos y a su corazón con cantos que hoy son famosos, allí se inspiró e hizo su máxima obra ‘Matilde Lina’, sus amistades le correspondían con algún dinero, el los inmortalizó en los ‘Los tocaimeros’.

Conformó en San Diego el grupo musical ‘Las Tres Guitarras, eran: Antonio Ibrahim, Juan Calderón, Hugo Araujo, él cantaba y tocaba guacharaca, con ellos estrenó muchos cantos y les hizo la canción ‘Las tres guitarras”, que presentó al Festival Vallenato, donde pasó desapercibida.

No todo era color de rosa a pesar que el éxito comenzó a sonreírle a Leandro con su obra ‘Matilde Lina’, sonaba en todo el continente en diferentes versiones.

Hugo, su amigo y compañero de andanzas, aprovechaba la ceguera de Díaz para jugarle bromas y coquetearle a las conquistas amorosas de Leandro, la situación era tensa hasta que Araujo, en virtud al éxito alcanzado por esta canción y la elegancia de Matilde, le compuso a esta el canto ‘Diosa divina’, lo grabó Oñate y después Silvestre Dangond.
Leandro conminó a Hugo a la lealtad con la canción ‘Dos papeles: “el hombre recorre caminos llenos de maldad y rencores, hasta lastimar las heridas que han dejado viejos amores”.




En el Valle es usual que músicos contrapunteen sin que la amistad se resquebraje, la de Leandro y Araujo continuó, también los sobresaltos económicos. Hugo además de vivir de la serenata y la parranda, tenía su tienda de comestibles a la cual Leandro en un momento crítico acudió a que le fiara, no había toque esos días. Hugo lo divisó a lo lejos, sabía a qué iba y dijo antes que Díaz entrara que estaba quebrado, fiaban y no pagaban, el compositor fue a casa descorazonado pero no vencido, lo inspiró, había nacido un canto: ‘El hombre de malas’: “una vez estuve de mala situación, el amigo que tenía se me fue alejando, cuando vio que me estaba recuperando, se acercó queriendo dar explicación”.


Por Celso Guerra Gutierrez

viernes, 27 de enero de 2017

LA LLUVIA DE SOBRES

Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza Daza (15 abril de 1936-27 septiembre de 2003), Rey de Reyes (1987), fue uno de los acordeoneros más versátiles del folclor vallenato, acordeonero de respeto y de cabecera de Rafael Escalona Martínez (1926 – 2009).
‘Colacho’ fue quien mejor interpretó las canciones de Escalona, lo conocía tanto que éste le silbaba una canción y enseguida tenía la melodía en su acordeón. Según ‘El Turco’ Pavajeau, fue el único acordeonero que se sabía todas las canciones –completas- de Escalona. Fue también el segundo Rey Vallenato.
‘Colacho’ tocó su acordeón con los más connotados cantantes e intérpretes del vallenato y vivió todas las épocas del folclor.
En una de esas tantas parrandas con Escalona y Leandro Díaz, Andrés Becerra y el viejo Emiliano, en el patio de la casa del acordeonero y compositor Juan Muñoz Fernández, ‘Colacho’ conoció en el municipio de San Diego a Fanny Zuleta Fernández.
“Fue amor a primera vista”, recuerdan que dijo Leandro Díaz y quien al final intercedió ante Marco Zuleta Martínez (papá de Fanny) para oficializar los amoríos. Inclusive, Juan Muñoz habló con su parienta Delfina Fernández (mamá de Fanny) para que diera también su bendición a la pareja de enamorados.
El único que se opuso –musicalmente hablando- a la unión de Fanny y ‘Colacho’ fue Rafael Escalona. “Se puso intranquilo, necio y me decía que no me casara todavía con ‘Colacho’, que esperara unos años más, que éramos muy jóvenes”, me dijo Fanny durante una entrevista (2003), por la muerte de Nicolás Elías.
Fanny se casó con ‘Colacho’ el 15 de agosto de 1962. “Veeee, sobrino, si Nicolás Elías fue mi primer y único novio, bastante complicado que fue por su música y sus parrandas, pero yo me acostumbré, fue el hombre de mi vida”, me contó. Fanny era hermana de mi mamá Dominga Zuleta Ramírez.
Ese día de la boda ocurrió algo inusual, una de las tantas ocurrencias de Rafael Escalona. Según Darío Pavajeau Molina, Escalona fue quien por primera vez habló de “lluvia de sobres” en la región. Lo hizo en el matrimonio de ‘Colacho’ y Fanny.
“Recuerdo que Escalona llevó un poco de tarjetas azules y rojas, parecidas a las que uno usaba para mandar cartas a los pueblos, y a todos los que estábamos en la iglesia esperando a los novios nos entregó un sobre, para que les metiéramos plata, pidió que los marcáramos y se lo enviáramos a ‘Colacho’ y Fanny a su casa. Varios de nosotros les metimos en los sobre hasta $500 y lo entregamos”, me contó Darío Pavajeau.
Con el dinero recolectado en la “lluvia de Sobres” la joven pareja se fue de luna de miel a Santa Marta. Luego vino la canción de Escalona:
Entristecido quedó Escalona / porque Fanny se llevó a Colacho / mira va vestida de blanco / con su velo y su corona.
Dijo Colacho quiero casarme / le contesté son cuestiones tuyas / pero yo temo que Fanny / te vaya a sacar las uñas.


De esa unión nació Wilber Nicolás Mendoza Zuleta, el 24 de enero de 1964, en Valledupar. Fanny falleció dos años después de ‘Colacho’, el 29 de abril de 2005, en pleno Festival Vallenato. Wilber estaba participando en el Festival cuando supo la noticia. Agobiado y perturbado por la muerte de su mamá renunció a la final del Festival Vallenato. Pero, en el 2013 Wilber se convirtió en el nuevo Rey Vallenato. Ahora aspira a ser Rey de Reyes el próximo año (2017). Hasta la próxima semana.
Por: Aquilino Cotes Zuleta

PARRANDA LARGA

Córdoba es un pequeño pueblo de pescadores localizado en cercanías de Tacamocha al sur de Magangué, en el departamento de Bolívar, donde siempre, ayer y hoy, la llegada de un músico es un verdadero acontecimiento social, cultural y económico.
Por allá en el año 1956 Chema Martínez, rodando tierra y en físico rebusque, merodeaba el entorno magangueleño con su guacharaquero Segundo Caro y su compadre David Oviedo en la caja. Segundo tenía familiares en Córdoba y para allá enrumbaron en busca de parrandas y festejos varios.
Una vez instalados donde los primos del guacharaquero, voló la noticia en el pueblo que había llegado un acordeonero hermano del ‘Pollo Vallenato’.
Casi de inmediato llegó un propio enviado por ‘El Mono’ Zambrano, personaje influyente en el poblado, famoso por sus parrandas babilónicas y de tiro largo, advirtiéndoles que si iban de afán, mejor siguieran de largo.
Chema y su gente entusiasmados presentían que una parranda larga les aseguraba un buen plante y sin preámbulos aceptaron la tentadora oferta.
La casa de Zambrano, individuo de unos sesenta y cinco años bebiendo, era de las más grandes en el pueblo con un fresco y espacioso patio y allí comenzó el episodio con cuatro bultos de ron caña, un carnero degollado y sendas botellas de menticol, el aire acondicionado de la época en aquellos sitios donde el fluido eléctrico aún no se asomaba.
La parranda sería larga según les comentaba y se irían con el bolsillo apretado ya que la gente les decía, “están bien agarrados porque ese tipo si paga bien, pero paga es al final, cuando deja de beber, antes no la suelta, así que atecen el galillo”.
La faena comenzaba a las diez de la mañana, hasta bien entrada la noche y cuatro días después de estar estirando el fuelle Chema le solicitó a Zambrano liquidar el toque hasta allí, pues estaban sin ropa limpia y sin elementos de aseo personal y este inmediatamente envió al propio a la miscelánea cordobesa por camisas, camisillas, interiores, jabones, pasta dental y más menticol y otros cuatro bultos de rentas del Magdalena y con el desplume de un par de pizcos alegremente retomaron la jarana.
Cumplida una semana de ajetreo parrandero sin ver un solo peso, Chema comenzó a preocuparse al saber que las parrandas de ‘El Mono’ habían durado hasta cuarenta días con una banda de Magangué y los lugareños seguían advirtiéndoles “el tipo paga bien, pero hasta que no termine de beber no afloja la plata”
Patos, gallinetas, ponches y más carneros continuaban peleándose un espacio en la olla del guiso y ‘El Mono’ eufórico con la música del provinciano mandó a buscar la banda como refuerzo ya que la gente del fuelle acusaba ya un poco de cansancio.
A los dieciséis días cumplidos en aquella jornada, Chema volvió a la carga insistiéndole al fulano una liquidación parcial, pues necesitaba enviar algunos recursos para e El Copey, donde tenía a Domitila y los pelaos, pero fue grande el desaliento cuando aquel le dijo muy ufano “yo pago cuando dejo de beber y ahora es que estoy comenzando”.
Después de consultar con sus compañeros resolvieron regresar con un par de panelas y un kilo de queso en la mochila y tocando algunas marañas en el camino pudieron regresar a El Copey.
Algunos días después llegó su hermano Luis Enrique, ‘El Pollo Vallenato’ y enterado que después de tocarle a ‘El Mono’ Zambrano dieciséis días seguidos, recibiendo solo la promesa que a los cuarenta días le pagaría, este le comento apesumbrado: “Ombe! Chema, yo si he sido el hombre salao’ en esta vida, pues nunca me he podido encontrar una guaca como esa, te aseguro que si hubiera sido yo todavía estaríamos cogios”.
Como todos saben su adicción al alcohol contribuyó a que ‘El Pollo Vallenato’ hubiese bajado el pico y colgado sus espuelas.
por: Julio Oñate M.

sábado, 24 de septiembre de 2016

CLORANFENICOL PARA UN ACORDEON

La verdad es que suena bastante extraño el título de esta columna, pero en el historial parrandero del país vallenato han ocurrido cosas no solamente extrañas sino también insólitas.
En los albores del año 1969, un grupo de buenos parranderos en La Junta, el famosísimo corregimiento de San Juan del Cesar que vio nacer a Diomedes Díaz, se reunía con frecuencia en la tienda de la señora Cenobia de Maestre, la esposa de Tobías, donde como en toda tienda de prestigio pueblerino se expendía whiskies exento de aranceles.

Desde Valledupar había llegado el acordeonero Alcides Moreno con su conjunto para amenizar la parranda de ese día. A las cuatro de la tarde Tobías Maestre, el anfitrión, destapó la primera botella para brindar con los invitados, entre ellos ‘El Negro’ Acosta, Jaime Gutiérrez, Gonzalo Sierra y Tobías Hinojosa.
Instalados en la puerta de la calle, se armó el alborotín en la vecindad cuando el juglar chiriguanero comenzó a estirar el fuelle y brindar lo mejor de su repertorio, al interpretar el paseo ‘La guayabalera’ de Isaac Carrillo, se lució en la ejecución, pero un pequeño accidente le impidió terminar la faena porque uno de los botones de la hilera de adentro del acordeón se partió y así la tecla desnuda mostraba una pieza punzante que hacía daño a los dedos del músico. Era una de las teclas utilizadas en el transporte del pata é gallina y aquello limitaba el toque de Moreno.

En busca de una solución para salvar el impase, Alcides observó una pequeña sección de farmacia que tenía la tienda con varias cajitas de pastillas de uso doméstico y comenzó a observarlas, pues allí podía estar la solución al encontrar una pepita que calzara en el hoyito del teclado protegiendo sus dedos al tocar.
Ensayó una marroncita de Bromoquinina, pero se partió fácilmente al presionarla, la de Veramon era muy pequeña al igual que la de Enterovioformo y un poco forzada entraba al espacio la de Cloranfenicol; con una pequeña navaja le desvanecieron algo los bordes y con un poquito de Cementoduco quedó listo el tres coronas.
El alborozo fue general, hasta en los curiosos allí presentes, cuando el conjunto arrancó nuevamente con el merengue de ‘La Junta pa´ La Peña’, pero después de dos piezas más, el sudor de la mano del acordeonero, mojó la pastilla y hasta allí llegó la alegría, afortunadamente el cantoncito de Cloranfenicol tenía diez grageas y el tubo de Cementoduco estaba enterito y así repitiendo la maroma avanzaba aquella parranda inolvidable.

En pleno jolgorio, sin saber de dónde, se presentó un borracho necio y belicoso amenazando con un revolver, haciendo que los bebedores entraran a la casa y cerraran la puerta, pero al sonar nuevamente el acordeón, el tipo montó en cólera y disparó contra la puerta de madera; el tiro alcanzó a Moreno de espaldas, perforándole la parte anterior de la pelvis, tirándolo al suelo. El borracho se voló y Alcides fue llevado en la Willis roja de Gonzalo Sierra hasta el hospital de San Juan, donde fue intervenido, quedando lesionado de por vida. Al salir de La Junta le dieron las dos últimas pastillas de Cloranfenicol que quedaban, tratando evitarle alguna infección. Quienes conocimos a Alcides Moreno, lo recordamos con su balanceo característico al caminar, producto del proyectil disparado por un irresponsablazo que hasta el presenta nadie sabe de quién se trataba.
Nunca en La Junta se consumió tanto cloranfenicol como en ese día, según el relato de José Luis Sierra, el fabricante de los acordeones Mileto, quien fue espectador de este curioso episodio.

sábado, 23 de enero de 2016

A MI NO ME VAN A REMEDAR

Aquel catorce de noviembre del año 1989, a solo unas horas de la despedida final el Negro Alejandro Durán, muy apesadumbrado y nostálgico le comentaba en su estado agónico a José Tapias, su amigo y guacharaquero por más de treinta años, la pena que experimentaba al saber que con él se iba su estilo musical con su nota pesarada y sus bajos de gran profundidad, porque no dejaba seguidores ni discípulos que le dieran continuidad a su obra. Pienso que su elemental y conservadora forma de ejecutar el acordeón, fue admirada, valorada y aplaudida, pero no interesó a los jóvenes músicos que se han venido asomando, cuya preocupación principal ha sido alcanzar un nivel de ejecución cada vez mayor, que les permitirá lucirse en grabaciones, parrandas, conciertos y festivales, logrando así fama y prestigio.

Caso contrario al de Alejo es el de Luis Enrique Martínez, cuya impronta musical representa hoy la columna vertebral del vallenato tradicional y que en los festivales y concursos de acordeón tiene su mayor evidencia, con sus acordes característico en el pase llamado patae’gallina, que lo utilizan todos, léase bien, todos los acordeoneros que han surgido después de él, además de sus florituras con los bajos seguidas de sus vibrantes piques con los pitos agudos de tres coronas lo que podíamos considerar la majestad en la ejecución del acordeón vallenato.

Otro modelo que muchos han seguido y que pasa desapercibido para los exegetas, pontífices y el tumulto de folcloristas del vallenato es el de Juancho Polo Valencia, quien desde su aparición en el mundo fonográfico planteó una forma diferente de interpretar sus cantos con el acordeón: el segmenta la estrofa cantando la primera parte y seguidamente repite la melodía con el instrumento para entonces continuar cantando el resto de la letra. Esto fue asimilado por el negro Alejo, Enrique Díaz y Miguel Durán, entre otros. Diferente a ellos es el caso de Juancho Rois, quien dimensionó de su tocayo Polo Valencia esa expectativa de notas cortas dialogando con el bajo marcaito antes de entrar con una explosión en el teclado del acordeón.



Emilianito Zuleta es otro acordeonero sobresaliente con sus originales pausas o reposos para descansar la nota después de una alegre seguidilla o retreta de pitos, que impuso una verdadera ley musical acatada por grandes maestros del acordeón como Colacho Mendoza y Alfredo Gutiérrez, el rebelde del acordeón, que nunca ha pactado con lo convencional y que con sus dos concursos mundiales ganados en Alemania en 1991 y 93 es sin duda el acordeonero colombiano de mayor reconocimiento universal. Su inesperada ejecución en constante evolución, con sus pinceladas cromáticas hoy nutre a iniciados y consagrados ejecutantes del fuelle.



Sin embargo, la excepción no podía faltar. En Maríangola vivió y murió Don Carmen Mendoza, acordeonero, padre de Carmencito y abuelo de Calata, quien decidió mantener su virginidad musical y cuando Óvido Granados aun adolescente quiso interpretar unas notas de él, malhumorado manifestó: “a mí no me van a estar remedando” y sencillamente colgó la lira, no tocó más y vendió el acordeón. Caso como este de absurda ocurrencia también enriquecen el folclor vallenato.
Por Julio Oñate

LA PRIMERA GRABACION DE LOS HERMANOS ZULETA

“En los inicios de la década del setenta del pasado siglo el catálogo musical en Colombia de la multinacional C.B.S (Columbia Brocasting Sistem) era conformado en su mayor parte por artistas foráneos y el género vallenato era para ellos una nueva experiencia. Acababan de enganchar al conjunto de los hermanos López con su cantante Jorge Oñate con un contrato a base de regalías sobre ventas y en iguales condiciones aceptaron a los hermanos Zuleta, quienes por la respectiva grabación del primer L.P ‘Mis Preferidas’, no recibirían un solo peso. “Al comienzo uno tocaba de gratis”, me comentaba Emilianito y esto a Poncho no le hizo gracia alguna, negándose entonces a firmar dicho contrato con la disquera, razón por la cual no lo se le dio ningún crédito en el disco donde solo figuró Emilianito.


Una de las cláusulas del contrato estipulaba que para que un artista tuviera figuración en la caratula debía tener exclusividad con la C.B.S., pero no recibía honorarios. Poncho prefirió inicialmente sacrificar su imagen a cambio de los dos mil pesos que exigió por cantar el álbum y así fue su nombre ignorado en este primer disco de larga duración.
Este trabajo gustó a nivel Nacional y la C.B.S. con un fino olfato para descubrir talentos, apreciando el caudal melódico que traían a cuestas y la calidad artística de los Hermanos Zuleta, posteriormente ofreció para cada uno cinco mil pesos y ya con esta suma, Poncho firmó. Fue el segundo L.P. que se tituló ‘La cita’ y así comenzó la historia fonográfica de los hijos de Emilianito y Carmen Díaz.

Respecto a las regalías, el acordeonero con la categoría de ejecutante y arreglista recibía el ocho por ciento sobre las ventas y el cantante tan solo el dos por ciento, situación que se reflejaba en la presentación del L.P., ‘Emilianito Zuleta y su conjunto’, situación que Emilianito rechazó y generosamente propicio un tira y jala con la compañía para que su hermano alcanzara los mismos beneficios que él; fue el clásico “cuchillo pa’ mi garganta“, comenta, ya que al darle el mismo poder que yo tenía , hábilmente él se fue metiendo, se fue metiendo y se fue metiendo con las cosas del conjunto hasta desplazarme y yo pasé de ser cabeza de ratón a cola de león. Sin embargo, me queda una gran satisfacción a pesar que para iniciar nuestra carrera musical, me tocó prácticamente arrodillármele a la disquera para lograr aquella primera grabación que nos abrió el camino hacia el corazón del pueblo, además saqué a Poncho del anonimato, pues él a sus veinte años ni siquiera sabía que podía cantar, tan solo tocaba la caja y la guacharaca y hoy es una de las refulgentes estrellas del canto Vallenato.
Es grande el orgullo que sentimos los hermanos Zuleta porque la herencia recibida de nuestro padre Emiliano Zuleta Baquero nos ha permitido brillar en este folclor que nos dignifica al punto de ser reconocido por la Unesco como patrimonio cultural e intangible de la Humanidad”.
Del libro que sobre los Hermanos Zuleta publicarán en próximo Festival Vallenato, Julio C. Oñate M. y Jacobo Solano C.

domingo, 12 de julio de 2015

LA PROFECIA DE DIOMEDES

Hacia 1975 el nombre de Diomedes Díaz tomó gran popularidad como compositor a raíz del tremendo éxito de su canción ‘Cariñito de mi vida’ en versión de Rafael Orozco y Emilio Oviedo, en el cual fue bautizado por Rafa como ‘El Cacique de la Junta’, su pueblo natal.
Diomedes luchaba enconadamente contra todos los obstáculos que sufría a su paso, propios del artista desconocido, sin relaciones, sin padrinos y con limitaciones económicas extremas. Su apariencia era la de un muchacho provinciano de vestir modesto, gafas estrafalarias y precaria dentadura evidenciando su origen humilde y campesino, pero generosamente dotado por la naturaleza con un talento musical inmenso que le permitió superar todo el escabroso ascenso hacia la cima de donde Dios Todopoderoso lo hizo descender para enfrentarlo a su propia pequeñez.
Fue la época en que visitando en El Difícil (Magdalena) a sus parientes los hermanos Jaime, Lucho y Alejandro Maestre, conoció a Miriam Montes Pérez, una hermosa lugareña que bastante bulla hacia en el pueblo por su porte, elegancia y distinción.
El temperamento jovial y extrovertido de Diomedes le permitía hacer amigos con facilidad y en cálidas y emotivas parrandas con los acordeoneros aficionados Carlos Arrieta y ‘El Niño’ Tovar fue cimentando una estrecha amistad con los hermanos Arturo y Armando Lolo y Andrés Manuel Ruiz, quienes en adelante serian sus anfitriones y respaldo social.
Diomedes tratando de acercarse a la preciosa Miriam comenzó a frecuentar ese pueblo viajando para ello en los buses que desde Valledupar hacían la ruta hasta Plato y aprovechando que los padres de la joven permanecían en su hacienda, fueron varias las semanas que en complicidad con sus amigos le llevó serenata a su ventana y con inspirados y amorosos versos rápidamente se robó el corazón de la doncella.
El celular aun no aparecía y las citas telefónicas en Telecom intrigaban a los familiares de la joven, que continuamente recibía cartas, razones y detalles enviados por su novio desde el Valle.
Para una fiesta del pueblo Diomedes se presentó acompañado por Andrés Manuel Ruiz a pedir la mano de Miriam para llevarla al altar.
El viejo prevenido, que ya se había olfateado el tocino, lo recibió agriamente y lo despachó diciéndole duramente: “Oiga muchacho usted que se ha pensando, con tanto rico que hay aquí en El Difícil, cree que yo voy a soltarle mi hija a un pobre diablo como usted, que no tiene ni con que comprarle una vaca y muchos menos una quinta, se larga de mi casa y evítese un problema”.
Humillado y destrozado Diomedes se fue a beber con su amigo hasta la estación de policía que estaba al lado de la oficina de Copetran y en el primer bus que pasó se regresó al Valle.
Aquel trancazo sentimental no lo derrotó y avivando la llama del amor furtivamente siguió los amores con Miriam, a ella le dedicó el paseo ‘Mi Profecía’, pregonero de futuro matrimonio cuando anunciaba: Poncho Zuleta pretendió a Luzmila/ porque en ella encontró lo que ha anhelado/ y ahora cuando yo me case con Miriam/ seré otro parrandero organizado.


Diomedes creció artísticamente, se hizo famoso y cuando grabo ‘La ventana marroncita’ (Tres Canciones) le hizo creer a Miriam que a ella se la dedicaba pues coincidencialmente tenían este color las ventanas de su casa. Hasta aquí llegaron los amores, la mentira acabó con todo, pues Miriam estaba enterada del próximo matrimonio de él con Patricia Acosta.
Desconsolada aceptó la oferta de sus padres de irse a estudiar al exterior y desde entonces vive fuera del país, donde la ausencia y la distancia le ayudaron a olvidar aquella anhelada profecía que nunca se cumplió.

Por Julio Oñate M.

ASI COMENZO EL PRIMER FESTIVAL VALLENATO

Aquel lejano 29 de abril de 1968 cuando se presentaron en la plaza Alfonso López de Valledupar el grupo de acordeoneros que competirían en ese primer concurso de juglares vallenatos (aún no surgía la denominación Festival para esa competencia), los organizadores del evento a falta de un reglamento como tal, le dieron carta blanca a los participantes para que de su repertorio interpretaran lo que quisieran y sin un orden establecido les dieron plena libertad para que el que se sintiera más competente se encargara de romper el celofán. Jaque como siempre y con el acordeón engatillado, Emiliano Zuleta Baquero no se hizo esperar y alegremente arrancó tocando su merengue ‘La Pesquería’, conocido también como ‘La pesca’, una simpática página que habla de su fracaso como pescador, constituyéndose este en el primer peldaño de esa larga escalera que hoy cumple ya cuarenta y ocho años de historia.

Comenzaba la década de los años cincuenta del siglo anterior y era costumbre de los villanueveros pescar en el río Badillo, que al sur de esta población formaba unos grandes pozos apropiados para acorralar los cardúmenes de bocachico y con leche de ceiba o barbasco que se arrojaba al agua, los peces quedaban adormecidos y hasta con la mano se podían recoger para llenar sacos de fique o cualquier otro recipiente oportuno. No se escapaba la sardinata o dorada, el comelón y hasta el pejerraton, un tipo de anguila, hoy extinguida de nuestros nativos afluentes.
Al respecto me comentaba Emilianito: “recuerdo que mi papá y su compadre Chelalo Molina un día antes de la pesca se iban a ‘La Selva’, la finca de Lucho Dangond donde abundaban corpulentos árboles de ceiba y ellos con el hacha le hacían incisiones en el tronco y de estos brotaba la leche que se recogía en ollas o latas que al echarla en el río producía la mortandad de peces”.
En la referida pesca parece que se hizo en alguna época no apropiada, lejos de la primavera y hubo tendereta de bocachicos pero estaban demasiado pequeños.
De regreso en Villanuenueva, Emiliano le ofreció los de él a la niña Zenaida Cotes quien acabó con sus pretensiones al decirle, están muy chiquitos, eso no hay quien te los compre.
Él se había ido escondido de Carmen Díaz y de carrera los dejó mal salados y los guardó donde doña Francisca Quintero, la mujer del Mono Aarón, otro frustrado pescador e igual suerte corrió el compadre ‘Chelalo’ que se llevó la escopeta y mientras los compañeros cometían el infanticidio ictiológico él logró matar dos conejos para pagar el flete del carro contratado para esta aventura.
Unos amigos de Urumita parece que corrieron con mejor suerte en esta cruzada badillera, que condensada en un merengue vallenato cumple ya cuarenta y ocho años de estar sonando en el Festival. Aquí la tocan en todas las categorías, pero todos ignoran que con este simpático y alegre canto comenzó la historia más bonita que hoy viven los colombianos, el Festival Vallenato.

Por Julio Oñate Martinez.